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Seminario
Psicoanálisis con niños

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Organizado por PsicoMundo y Fort-Da

Coordinado por : Lic. Ariel Pernicone


Clase Nro. 2 - Primera parte
El problema de la psicopatología infantil y las intervenciones del analista
Gabriel Donzino


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Para iniciar esta clase del Seminario "El problema de la psicopatología infantil y las intervenciones del analista", quiero darles la bienvenida al mismo, pedirles disculpas por el atraso en su presentación y compartir con ustedes este recorrido, nuevo recorrido, que es esta forma (inédita para mí) de transmisión "a distancia", "virtual".

Esta clase tratará sobre el problema de la psicopatología infantil y para no sentirme "loco" al hablar solo a interlocutores que no veo, debo suponerlos allí, sin saber qué piensan, cómo reciben lo que yo digo. No están allí y sin embargo allí están en tanto a ustedes me dirijo. Paradoja que me permite empezar a introducir el tema que nos convoca y que también plantea otra: ¿existe la psicopatología infantil? De hecho hay libros sobre ello y esta clase lleva ese título, sin embargo...

El diccionario de la lengua define a la psicopatología como el estudio de las causas y naturaleza de las enfermedades mentales. Es interesante que reparemos ahora en las características del objeto de nuestro estudio: el psiquismo infantil. Nuestra hipótesis expositiva partirá de considerarlo en un proceso de estructuración, no dado desde el origen, sino fundado en un encuentro interhumano y humanizante. La hipótesis central de esta clase tratará de transmitir que las causas de su fundación y organización son las mismas que pueden determinar su organización patológica y que nuestras intervenciones deberán estar dirigidas tomando en cuenta tales causas.

Observemos nuevamente la paradoja: los niños sufren psíquicamente, pero ¿cómo ubicar y concebir a estas "enfermedades" cuando el psiquismo de que se trata está constituyéndose, cuando su estructuración está en pleno proceso de armado?... ¿cómo pensar que algo es patológico cuando aún no se ha terminado de construir?... sin embargo la clínica nos plantea exigencias de intervenciones eficaces cuando los niños presentan indicios de que algo "no anda bien", cuando lo que sucede no es "lo esperable".(1)

De modo que si consideramos al psiquismo del niño en un proceso de estructuración, deberemos en primer término, detenernos a examinar sus determinantes. Partiremos de la premisa de que el cachorro de hombre nace prematuro biológicamente y que el sujeto psíquico se va construyendo en un intercambio interhumano (2). Pero en este intercambio hay una diferencia entre los sujetos en juego; subrayemos que estos dos sujetos no tienen un nivel de paridad, de equidad. Se trata de un intercambio entre dos seres humanos, el niño y su madre, donde hay una diferencia entre los psiquismos en juego. El niño es un humano en proceso de humanización (otra paradoja), y a la madre la suponemos con un nivel de funcionamiento mental donde ha operado la represión dividiendo la tópica psíquica (inconciente/conciente-preconciente) y con un narcisismo constituido en el que su ilusión de completud se orienta hacia el investimento del niño-falo (3).

Para ubicar lo que denominaremos "conducta estructurante de la madre" y ponerla en relación con las intervenciones estructurantes del analista, vamos a distinguir tres momentos, tres espacios y tres niveles de representación psíquica.

a) Momentos:

1) la vida no uterina.

2) la vida intrauterina.

3) la vida extrauterina.

b) Espacios:

1) el espacio de la psiquis materna.

2) el espacio del cuerpo de la madre.

3) el espacio del mundo compartido.

c) Niveles de representación:

1) pictográfico.

2) fantasmático.

3) ideico o pensamiento.

Existe un interesante debate respecto de si en los comienzos de la vida el psiquismo es independiente de lo somático. En un artículo, Donald Winnicott, le responde al Dr, Fisher (arzobispo de Canterbury) respecto de su consideración de que el comienzo de un individuo es el nacimiento, justificando de este modo su postura religiosa en relación con el aborto como un asesinato.

Esta polémica nos permite hacer algunas preguntas pertinentes al tema que nos convoca: desde el punto de vista psicológico, ¿dónde situamos el comienzo de un ser humano?, ¿en el origen biológico?; y si fuera así ¿a partir de qué momento podemos considerarlos independientes? Trataré de mostrar que el origen de un sujeto psíquico no es el momento de la concepción, no coincide con éste. Y luego de esta digresión empezaremos a trabajar lo que situamos como la vida no uterina y el espacio psíquico materno.

Siguiendo a Winnicott, diremos que un bebé ya tiene existencia desde el momento en que la niña juega con sus muñecas; juega a ser mamá y anticipa los cuidados que dará a su niño, ejercitándose con un cuerpito de plástico y pelo de kanecalon "como si" fuera un niño de verdad. Y si se diera el caso de no participar de este tipo de juego, las niñas –y también los varones- han sido bebés alguna vez y saben lo que ellos necesitan por lo que han recibido -o no- en su primera infancia (4).

El niño antes de tener un cuerpo biológico, tiene un cuerpo mental desde la madre. Que ella haya sido bebé alguna vez y jugado activamente a ser mamá, crea algo en su psiquismo que es posible reencontrar muchos años después.

Freud analizó respecto de la sexualidad femenina, que una de las elaboraciones posibles de la envidia al pene, implicaba la salida del Edipo negativo (con la madre) y la entrada al positivo (con el padre), marcando de este modo la asimetría con el del varón, que se daba en ambos polos simultáneamente. Así concluye el problema de la renuncia a la madre por parte de la niña, pero ¿cómo resuelve ésta el Edipo con el padre? Si bien no es nuestro tema repasar las vicisitudes que ante esto se expone la niña (sugiero la relectura de "Sobre la sexualidad femenina" [1931] y Lección XXXIII "La feminidad" [1932/33]), recordemos que como uno de los caminos de resolución, Freud plantea que para que algo de la maternidad se materialice y tenga un efecto positivo sobre el hijo, tiene que haberse logrado una serie de transformaciones a nivel simbólico: desde la envidia al pene y la renuncia a este órgano como tal, al deseo de recibir el pene del padre y que ese pene engendre bebés. Se produce entonces, una ecuación entre el pene como órgano de complemento narcisista y el hijo como representante fálico de esa completud. Varias desilusiones deberá enfrentar la niña: no tendrá el pene que envidiaba, ni el que posee su padre, tampoco un hijo de él pero sí podrá obtenerlo de otro hombre.

Ese hijo queda, según Freud, en la estructura edípica femenina, como una promesa a ser cumplida en algún tiempo futuro. Y éste llega con la madurez sexual y ese niño que existía en su fantasía es entonces posible de "materializar".

Entonces, si dentro de lo que denominamos espacio psíquico materno ubicamos al Edipo, este niño fantaseado viene con historia...

Abrimos aquí un paréntesis para ubicar dentro de esta historia que precede al niño, al concepto de mito familiar o prehistoria personal; entendiendo por ello no una determinación lineal y unívoca sino como un conjunto de piezas que están allí (¿dónde?), sobre las que nadie sabe cómo se ordenarán y ante cuál hijo. El modelo de las series complementarias nos muestra aquí nuevamente su riqueza.

Citemos un ejemplo que nos permita plantear las intervenciones posibles a nivel del mito en su influencia sobre el devenir psíquico del niño:

Una señora, madre de mellizas normales en su primer parto, consulta por su tercer hijo de 7 años por derivación del neurólogo, luego que desde la escuela a la que concurren las hijas, la conminaran a que envíe a este niño a primer grado. Este niño llega al neurólogo con el enigmático y difuso diagnóstico de "mancha en el cerebro", realizado varios años atrás y no se halla en los estudios de entonces ni en los nuevos, nada que hiciera imaginar algo que pudiera nombrarse de ese modo. En el momento de la consulta a psicopatología, se diagnosticó una psicosis de tipo simbiótica.

Cuando la madre queda embarazada de este hijo, la situación matrimonial era pésima, por lo cual su marido le recomienda que lo aborte. Se aplica una inyección con tal fin y según palabras de la madre: "se agarró más a mí". Luego cuenta que por la disconformidad de su marido, éste "la fajaba" (le pegaba) durante el embarazo.

La mamá se pregunta si de un hijo no deseado y de madre maltratada puede nacer un niño deficiente, y desarrolla un relato donde recuerda que siendo ella una niña, una tía materna de quince años (con quien jugaba a las muñecas), le confiesa llorando que está embarazada y desea tener ese hijo, que guarde el secreto y que ambas van a cuidar del bebé. Sus abuelos no tardan en enterarse y tras una convulsión familiar, deciden "fajarla" (ponerle una faja) durante la preñez. El niño que luego nace, es un deficiente mental profundo.

Observemos en este recorte de material, cómo los significantes estaban dispersos en el mito familiar, pero sólo cobran efecto a la luz de cierta combinatoria específica que precipita sobre este niño y no, por ejemplo, sobre alguna de sus hermanas (5); si este niño queda en el lugar del deficiente mental es porque ese mito fue efectivo para él en ese punto.

Los efectos del mito los observamos en el nivel de significación que han producido, y no se limitan a la producción de patología. Por el contrario forman parte de las huellas que nos preceden y dan un lugar en el mundo. Todo dependerá de cuál sea ese "lugar". En esta dirección, el trabajo con los padres en los comienzos de la vida de un niño puede desarticular muchas situaciones de peso para el hijo, posibilitando nuevas significaciones e identificaciones.

Abordemos ahora el segundo momento, el de la procreación. Aquí se produce una materialización de la fantasía, de aquella promesa. Este tiempo reviste gran importancia clínica ya que podemos detectar en nuestras pacientes adultas que estén por dar a luz, la actualización de ciertos fantasmas respecto del embarazo, que abren a un interesante campo de intervenciones con la madre, pero que tienen en el horizonte el futuro psíquico del hijo. A modo de ejemplo: si la imposibilidad de mantener con vida al bebé en su vientre, o que muera al nacer, o que la destruya si se mueve, son los fantasmas que se activan ante la concreción del embarazo, es probable que estas madres vivan al mismo con un gran monto de angustia, contrario al trabajo psíquico que requiere este momento y ello influya, a posteriori, en la catexia hacia el bebé.

En el tiempo de lo intrautrerino, vamos a desarrollar dos conceptos de Piera Aulagnier: el cuerpo imaginado –o sombra hablada- y el cuerpo fantasmado. Desde la existencia estructural en la psiquis materna, ese hijo se encarna ahora y toma cuerpo: el feto. ¿Qué nueva operación tendrá que realizar la madre en este nuevo período? Piera Aulagnier escribe que deberá realizar el "primer don libidinal". La madre le hablará a su bebé, se dirigirá a un ser humano que de forma humana todavía no tiene nada. Anticipa de este modo un cuerpo unificado y entero, sexuado y autónomo. A esto llama "cuerpo imaginado". No es un cuerpo que se correlaciona con el desarrollo embrionario. Lo imagina, lo piensa y le habla a un bebé que imagina con carita, tal vez parecido al papá, o a su propio padre. En realidad no se parece a nadie (un feto es bastante feo), sin embargo esa madre piensa en su bebé adorado.

Estos conceptos teóricos, así como la forma peculiar que en la clínica observamos la eficacia de este primer don libidinal (que anticipa un cuerpo unificado y pensable sólo en dos sexos posibles), cobrará mayor relieve a la luz del tercer momento, el de la vida extrauterina, que abordaremos seguidamente. Antes quisiera que nos detengamos unos instantes en las implicancias clínicas del concepto de "sombra hablada", lo que nos permite incorporar a nuestro tema la función estructurante de la palabra. Observemos que una sombra, es la silueta de un cuerpo a contra luz proyectada en el espacio, pero no es el cuerpo mismo. Tampoco es un reflejo que podamos reconocer o identificar. Se proyecta desde un cuerpo, pero no es una prolongación de éste. Esta aclaración nos interesa, ya que Piera Aulagnier insiste en que ese don libidinal tiene dirigirse a un ser inscripto en la psiquis materna, como humano, independiente y autónomo. Vive y se nutre en su interior, pero no es "de ella" (marcaremos luego la diferencia con el cuerpo fantasmado). La idea de que esa sombra sea hablada introduce una dimensión fundamental en el proceso de subjetivación. Para el humano, para armar la condición de humano, es fundamental que alguien nos hable, piense en nosotros, hable de nosotros y, en los primeros tiempos, también por nosotros.

En la aparición de patologías graves en la infancia, una constante clínica que observamos, es la ausencia del registro de una historia de parte de los padres, la ausencia de "datos" o anécdotas con las que ordenar la anamnesis, o la dificultad de recordar "algo" acerca de ese niño. Francoise Dolto, intervenía en la cura de niños autistas, invitando a los padres a hablar del hijo, promoviendo de este modo la oportunidad de empezar a hacerlo, de investir la existencia de ese niño y enlazarlo a una historia familiar. La respuesta clínica era una mejoría en el pequeño.

El último eslabón que añadiremos al concepto de cuerpo imaginado, es el "deseo de hijo" (contrapuesto al "deseo de maternidad", asociado al de cuerpo fantasmado). Este deseo inviste la representación "hijo" y para que esto cobre una dimensión simbólica fundamental sobre el bebé, debe enlazarse al deseo de un hijo de su partenaire. Ello instaura la dimensión simbólica del padre, piedra angular en el trípode del Edipo estructural. La madre reconoce la participación del "hombre" en la fecundación y promueve la filiación, nombrando a ese hombre "padre" de su hijo.

Pero las cosas no siempre suceden así y nos encontramos a veces con madres que sostienen su embarazo desde una teoría partogenética (por división celular de una parte de su propio cuerpo, eludiendo de este modo toda referencia al tercero) y ese necesario y preciado don libidinal no llega al bebé ya que a éste se lo registra no como un ser unificado, sexuado y autónomo en su interior, sino como un órgano anexado a su cuerpo, que puede producirle bienestar o incomodidad a sus otros órganos. Este bebé cobra existencia como cuerpo asimilado a un objeto del fantasma materno, que al nacer, en vez de reconocerlo y reencontrarlo afuera de su vientre, es vivido como una separación mutilatoria o una secreción ininvestible.

El trabajo en instituciones hospitalarias, abre un amplio campo de intervenciones que tal vez en la clínica convencional de consultorio veamos restringida. La operatoria eficaz con padres de lactantes, con pediatras u obstétras, o en Servicios de clínica médica, son un ámbito fértil para las intervenciones analíticas, tales como la detección precoz de potencialidades patógenas (6).

Y los nueve meses del embarazo pasan y un día se produce el "alumbramiento". Pasemos a considerar, entonces, el tiempo de lo extrauterino, el espacio del cuerpo materno y el nivel de las primeras inscripciones, los pictogramas.

El conjunto de estos grupos que hemos descrito, es el más rico en procesos y transformaciones y veremos que revisten para el niño las más variadas consecuencias. La primera, es que el niño abandona para siempre el interior del cuerpo materno, y la íntima unión que con ella mantenía –a través del circuito de la sangre- debe ceder paso a otra forma de contacto con la madre. Se inaugura el circuito aéreo y de la leche. El bebé debe respirar por sus propios medios y se inicia el más importante de los intercambios humanizantes, centrados en la nutrición. Obviamente nos referiremos a la oralidad como fase privilegiada de estos intercambios, pero con el término nutrición (siguiendo en esto a Francisco Tosquelles), incluiremos otro elemento a considerar: lo cercano que están, en los albores del psiquismo, los cuidados conservatorios hacia el bebé, de ese "plus" que el niño gana gracias a los cuidados adaptados que su madre le ofrece.

De la vida placentaria y de aquellos primarios intercambios, irremediablemente perdidos, sólo quedará como testimonio la herida cicatricial del ombligo. A partir de ahora, la madre deberá dedicarse a reemplazar las envolturas placentarias que "contenían" al feto, por una nueva envoltura unificante sostenida en lo escópico, olfatorio, táctil y cenestésico. La pulsión oral, promoverá desplazamientos libidinales a los ojos primero y a las manos luego, invistiendo estas nuevas zonas haciendo de ellas órganos receptores e incorporadores.

Se producen las primeras inscripciones unificantes que en este momento de la vida psíquica, recortan experiencias de satisfacción aisladas formando cada una verdaderos núcleos de integración. No poseen contenido ideico, ni son fantasías; son marcas, huellas sensoriales que se inscriben como placientes si han encontrado un adecuado objeto que calma el aumento de excitación. A estos productos Piera Aulagnier los llama "pictogramas" (7) y al conjunto resultante, Winnicott se refiere en términos de la "integración psiquesoma" (de la que sólo y posteriormente podrá diferenciarse una "mente").

Los pictogramas, inscriptos bajo predominio de Eros, aportan una matriz ligante que permitirá ir enlazando unos a otros, estructurando vivencias, huellas y signos (tal vez en forma simultánea a los pictogramas, pero lógicamente posteriores, los fantasmas orales se representarán en un nivel psíquico diferenciado del anterior, bajo el imperio del proceso primario).

Transcribo una cita de Winnicott: [...] Quiero destacar que en estas primeras semanas de vida, tan importantes, las etapas iniciales de los procesos madurativos tienen su primera oportunidad de convertirse en experiencias para el bebé. Cuando el entorno facilitador es suficientemente bueno, debiendo ser éste humano y personal, las tendencias heredadas del bebé hacia el crecimiento alcanzan sus primeros logros importantes. Podemos dar ciertas denominaciones a estos logros. El principal es la integración. Todas las partículas de sensación y de actividad que conforman aquello que conocemos como un determinado bebé comienzan a unirse de manera tal que existen momentos de integración en los cuales el bebé es una unidad, aunque, por supuesto, una unidad altamente dependiente. Decimos que el apoyo del yo de la madre facilita la organización del yo del bebé. A la larga, el bebé se vuelve capaz de afirmar su propia individualidad y hasta de experimentar un sentido de identidad. Todo esto aparenta ser muy simple cuando funciona bien, y se basa en la relación más temprana, en la cual el bebé y la madre están de acuerdo. No hay nada místico en esto. La madre tiene con el bebé un tipo de identificación muy compleja, por cuanto se siente muy identificada con él pero, indudablemente sigue siendo adulta. El bebé, por otra parte, tiene una identidad con la madre en los tranquilos momentos de contacto que, más que logros del bebé, son logros de la relación que la madre hace posible. Desde el punto de vista del bebé no existe nada más que el bebé y, en consecuencia, al comienzo la madre es parte de él. En otras palabras, aquí se produce algo que la gente denomina identificación primaria. Esto es el comienzo de todo, y le da un sentido a palabras tan simples como ser.

La cita es interesante para que la analicen, oración por oración.

Nos detendremos ahora en el momento del encuentro, del nacimiento. Lo fundamental en él, es que la madre descubra que lo nacido coincide con lo que había investido previamente. Por lo general ésto es lo que sucede en la mayoría de los casos y la madre "acomoda", "superpone" el cuerpo imaginado al real del bebé. De este modo, el niño se asegura que el caudad libidinal se continúa y podrá realizar los intensos trabajos para "psiquisizarse" que le esperan. Escuchamos a las madres hablar durante todo el embarazo, acerca de su preferencia de tal o cual sexo o de su esperanza de que tenga los ojos del color de su abuelo pero cuando nace, parecen olvidarse lo que han predicado y dicen que era así como nació, la forma en que se lo imaginaron... Aunque a veces, esta superposición de la que hablamos, no se puede producir: alguna circunstancia promueve un grave ataque a la continuidad libidinal y la madre no puede reencontrar a esa "sombra hablada" en el cuerpo de su niño, con las importantes consecuencias que ello tendrá para él en su devenir subjetivo. Por ejemplo: nace un niño con sindrome de Down (y el impacto para el narcisismo materno, que soñaba un hijo sano, le impide conectarse con el bebé tal como nació), o con labio leporino y paladar fisurado (por lo que la lactancia se verá comprometida de inicio y con ello el vínculo oral primario que aportará ese "plus" sexualizante), o con alguna patología congénita grave, (que obliga la internación del niño si su vida corre peligro), o cuestiones menos dramáticas pero con iguales consecuencias, tales como que la madre esperaba una niña... y nace un varón (o viceversa), o lo soñó rubio y sale "negrito", o imaginaba uno y nacen dos o tres (8).

Las madres, corrientemente, se adaptan a su hijo y con ello consiguen que la libidinización continúe. Sus fallos inducen una amplia gama de trastornos que sería difícil inventariar. Sólo como un intento de agrupación distinguiremos diferentes momentos de constitución (siguiendo en esto a Ricardo Rodulfo) donde se juegan funciones simbólicas estructurantes específicas, trastornos en dichos momentos e intervenciones posibles del analista.

El primer grupo es el de los infantes, niños muy pequeños y lactantes, cuyo "trabajo" psíquico fundamental es la construcción del cuerpo (con todas las implicancias que esto connota en psicoanálisis). Sus fallos nos ponen sobre la pista de posibles alteraciones graves del desarrollo psíquico, generalmente puestos de relieve con posterioridad (a veces cuando ya han pasado los "mejores años"). En este campo, tal como ya lo sugerimos en la página 7, el trabajo con padres de bebés, en instituciones pediátricas o ámbitos donde la detección pueda hacerse precozmente, apuntará centralmente a intervenir en el nivel de las funciones parentales.

Otro grupo es el de los niños con imagos, pequeños también, pero abocados a la producción de representaciones psíquicas que le permitan simbolizar su separación del Otro. Tosquelles denomina este trabajo como "destete", entendiendo por tal, no la terminación de la lactancia, sino la posibilidad de representar psíquicamente la ausencia del pecho. Si bien las intervenciones no pueden descuidar la "materia prima" a partir de la cual el niño armará sus imagos (los padres), nos encontramos ya en la clínica con las primeras producciones infantiles (o su ausencia), pero con la posibilidad de operar también sobre los derivados psíquicos del infantil sujeto.

Y ubicaremos como siguiente grupo –último en una consideración descriptiva de la infancia- al niño edípico. Tiempo del posicionamiento sexual y constitución de capital importancia en lo que hace a la resignificación de experiencias previas y a la estabilización de mecanismos psíquicos como la represión, la sublimación y la capacidad estructural de crear derivados sintomales.

Dejaremos planteadas estas cuestiones y las retomaremos en una próxima clase, donde intentaremos darle lugar a las producciones gráficas y lúdicas de los niños y al modo en que entendemos las intervenciones en la clínica.

Notas

(1) Ubiquemos aquí que abrimos otro tema polémico: definir qué es lo esperable de un niño, cómo ello varía según su edad, qué y quienes consideran lo que es "normal" en la infancia y cuándo algo puede considerarse ya patológico. ¿Cuáles son los parámetros ordenadores con que nos manejamos más allá de los cronológicos o culturales; cómo compatibilizar los ideales de "normalidad" para los padres y los educadores, incluyendo también los de cada analista? Los ideales que pesan sobre el niño y sobre la concepción de su organización psíquica, merecen ser estudiados detenidamente.

(2) Hablamos de "intercambio", ¿qué aporta el niño a su madre en esta transaccción? La restauración del narcisismo materno y la conclusión de inscripciones sexuales femeninas (Helene Deustch), parecen ser algunos de los "cheques" que el niño procura a su madre. En este sentido, el deseo de que "nazcan sanitos" denota el especial investimento que esta representación anhelo tiene para las mujeres.

(3) Esta asimetría es la que posibilita que uno de ellos actúa sobre el otro "detonando" la sexualidad del niño y aquello que míticamente suponemos en el bebé. De esta suposición teórica las conceptualizaciones de W. Bion sobre la "pre-concepción" la "realización" y la "concepción" gracias a la "capacidad de reverie" materna, son un excelente ejemplo de ello.

(4) Tal vez ésta sea la razón por la cual cualquier semejante, hombre o mujer, está en condiciones de proveer al niño los "cuidados maternales" necesarios

(5) La eficacia de estos significantes producida por un efecto de combinación y retroacción, sólo puede detectarse a posteriori, en función de las marcas producidas. El factor azar, también aporta lo suyo (por ejemplo un accidente, una muerte etc.), operando de "catalizador" al actualizar algo del mito que estaba allí "a disposición" pero sin la exigencia de precipitarse

(6) Reconozcamos lo polémico que resulta la relación del psicoanálisis con la prevención. Pero en el campo de la clínica con niños, si su psiquismo en constitución está expuesto tanto a su propio pulsar, como a factores externos influyentes, reparar en ello sería –al menos- un punto de partida para discutir su pertinencia.

(7) El concepto citado se inserta en una lógica teórica muy rica y súmamente compleja, que excede la posibilidad de desarrollarla con precisión y detalle en esta clase. Consultar de la autora: La violencia de la interpretación, Amorortu Ed. , Buenos Aires, 1977.

(8) Con el avance de la tecnología, las ecografías realizadas durante el embarazo, permiten que el encuentro con el cuerpo del bebé se realice antes del parto, así como el conocimiento de su sexo o la cantidad de fetos. En esto, la ciencia ayuda a las madres a acomodar sus imaginarios hijos, dándole algunos meses de handicap. Pero en ciertas estructuras psíquicas, encontramos madres que no disponen de esa "plasticidad" necesaria para investir otro proyecto de hijo.

 


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