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Seminario
Epistemología Psicoanalítica
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epistemepsa@edupsi.com

Organizado por : PsicoMundo

Dictado por :
Oscar Pablo Zelis


Clase 10


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En esta clase recogeremos parte de los interrogantes o temáticas que se abrieron en la clase anterior, pero que habíamos dejado su desarrollo para más adelante. Vamos a situar algunos de los conceptos o ideas de tinte epistemológico o metodológico que comenzamos a utilizar sin un tratamiento específico. Hemos hablado de “observación”, hemos nombrado a los “indicadores” –como signos índices-, en el interjuego teoría-empiria, o conjetura-verificación. También hemos señalado varias veces la incumbencia de la semiótica y de la lógica; la necesidad de dichas disciplinas para avanzar en la formalización y en la precisión de una praxis.

Empezaremos entonces por el concepto de observación. Es claro que con este término, dentro de las teorizaciones sobre investigación, se apunta a algo más que la simple acción de ver con nuestros ojos algún objeto.
Por ejemplo, para Peirce, la observación no solo puede aplicarse a objetos reales o concretos, sino a objetos del pensamiento o de la imaginación. Así, definirá a la observación en su sentido amplio:   “observación en su sentido pleno, es decir, implicando algún grado de fijeza y cuasi realidad en el objeto al cual trata de conformarse.”(CP 2.305) (1) 

Y al hacer su clasificación de las ciencias (ver Clase 3 de este seminario), dirá que cada ciencia particular se distinguirá por su forma peculiar de observación. En efecto, un hombre de ciencia, para Peirce, es aquel que “está trabajando de la manera correcta para aprender algo que no se sabe” y  “recibe una formación para hacer alguna clase particular de observación y experimentos.”  Retomemos entonces un fragmento de nuestra Clase 3 que nos muestra la riqueza y amplitud de esta idea de observación:

Es importante una diferencia que Peirce destaca entre las ciencias físicas y las ciencias psíquicas: las físicas ponen en marcha trabajos de causación eficiente (Aristóteles); mientras que las psíquicas ponen en marcha trabajos de causación final. Las dos exigen “ojos diferentes”. (…). “La mente tiene su modo universal de acción, a saber: por causa final. El microscopista trata de ver si los movimientos de una pequeña criatura muestran algún propósito. Si es así, allí hay una mente…” (CP 1.269). 

Queda además planteado en Peirce la conexión íntima entre observación y experimentos. En la investigación, se planean experimentos (incluso, pueden ser solo experimentos mentales, dentro de los cuales están los diagramas matemáticos), y luego se “observan” los resultados de dichos experimentos.  Para los psicoanalistas, esto puede traducirse en lo que llamamos comúnmente la “experiencia psicoanalítica”. En efecto, el campo “experimental”, si se nos permite el término, del psicoanálisis es su práctica misma, la clínica, las sesiones concretas y singulares de un analista con el analizante. O en general, en el campo de las psicoterapias, las sesiones con los pacientes.  Solo que cada sesión, no está preconcebida en función de alguna hipótesis a contrastar o corroborar, -no se “arma” un dispositivo determinado a fin de poner a prueba alguna tesis de investigación-, sino que en cada sesión, el analista debe estar abierto a ser sorprendido por lo que sucederá, debe estar dispuesto a escuchar-observar aquello que irrumpa más allá de lo esperado (por el analista, o por el yo del sujeto), eso que tendrá valor de índice subjetivo, o de apertura del inconsciente. Esa “experiencia” de cada sesión analítica singular, luego es recogida como material clínico, como datos empíricos de la experiencia analítica, y de los cuales, recién ahora, podremos armar alguna conjetura, alguna articulación teórico clínica que, retroductivamente, dé cuenta lógica de lo que sucedió, y quizá nos aporte ideas para pensar otros casos u desarrollos para el avance teórico-conceptual de nuestra praxis.

La íntima conexión entre observación y experiencia también era señalada por el físico W. Heisenberg,  quien nos sentenciará la verdad de que es imposible una observación “pura”, ya que siempre, en menor o mayor grado, la presencia del observador afectará y alterará el experimento, el objeto observado u analizado (2). La ciencia y las disciplinas modernas han desarrollado técnicas e instrumentos para mejorar las observaciones, haciendo que en la actualidad muchos datos científicos corroborados por “observación” ya   nada tengan que ver con la buena vista de un humano. De esta manera, al hablar en cuestiones epistemológicas de “observación”, ya estamos de acuerdo en que el término se referirá a las distintas técnicas o acciones que posibiliten conectarse y tener noticias de lo que sucede en la experiencia real que nos interesa.  De hecho, para el psicoanálisis y la mayoría de las psicoterapias, la herramienta principal de recolección de datos no es tanto la visión, sino la audición, la escucha del analista en la sesión.   Y la misma moneda que portaba el tema de la relación observación-experiencia, porta en su reverso la problemática observación-teoría/marco teórico. Este último sesgo ya lo planteamos en las clases anteriores, y va quedando claro que toda observación parte desde un marco teórico instituido, que determinará de entrada algunos aspectos de lo observado. Desde la temática de las variables y los indicadores de una Unidad de Análisis, o sea, desde lo que se elige como rasgos relevantes y observables para registrar en una investigación, ya podemos decir que serán fundamentales las decisiones que se tomen antes de la observación sobre el objeto a investigar, las decisiones, decimos –con lo aportado anteriormente por R. Ynoub-, que definirán cuáles serán los indicadores relevantes, que vamos a tomar en cuenta. O sea, las decisiones que tomemos sobre qué es lo que queremos observar, a qué le vamos a prestar atención, - lo que implica del lado negativo, que definimos también todo un campo de datos o potenciales observables que no serán tenidos en cuenta.  En el ámbito de las psicoterapias y del psicoanálisis, esto se traduce en: -Qué será lo que estaremos prestos a escuchar y  valorizar del relato del paciente. El marco teórico de una disciplina psicoterapéutica definirá – como ya lo hemos visto anteriormente- qué podrá ser escuchado y tomado como elemento relevante para el tratamiento (y qué quedará afuera de la operatoria psicoterapéutica).

Entonces, retomando, con el término “observación”, desde una perspectiva epistemológica, en última instancia hacemos referencia a captar (3) por medio de nuestros sentidos (al menos de alguno de nuestros sentidos) algo del objeto externo o real al que estamos tratando de conocer o de abordar. Más precisamente, algún aspecto, un rasgo, que surja, irrumpa a nuestra percepción. Estamos hablando de lo que Peirce llama la categoría de la segundidad, aquello que reacciona a nuestro accionar, lo que nos opone alguna resistencia (y es esa resistencia o reacción la que “sentimos” y nos indica que algo hay allí). En la ciencia moderna, a veces la observación no es directa. Se utilizan herramientas y máquinas de medición muy sofisticadas, pero son dichas herramientas las que entran en “contacto” con algo del objeto a investigar, y nos escriben luego algún  valor codificado que representa la reacción del objeto ante el estímulo emitido. En este nivel, la epistemología se cruza con la fenomenología, la filosofía y también con la psicología. ¿Cómo lo que un ser humano recibe como estímulos, como sensaciones; cómo eso luego pasa de alguna manera a ser codificado, a tener algún significado, incluso un significado que podrá compartirse con otros?

Peirce nos da su concepción sobre el asunto. Para el genial norteamericano, el punto de inicio del proceso cognitivo es la formación de los juicios perceptivos. Obsérvese que ya en la forma de  nominarlo nos encontramos con un elemento que pertenece al orden simbólico: los juicios,  y otro que pareciera estar por fuera del lenguaje: la percepción. Solo que hace tiempo que, desde los trabajos sobre fenomenología, y de la Psicología de la Percepción, se ha demostrado  que la percepción es una operación donde el sujeto humano, muy lejos de captar el objeto o la cosa en sí, captará al objeto exterior a su pensamiento a condición de asimilarlo a su estructura cognitiva. Esto es, toda percepción implica que al objeto que se aborda, se lo traduce o se lo ve desde unas coordenadas subjetivas predeterminadas, que condicionan lo que entrará en nuestra percepción como percepto. Retomando, dice Peirce que sólo cuando podemos relacionar un percepto (lo percibido) con un predicado, recién ahí podemos hablar de juicio perceptivo, y sólo a partir de este último se podrán ir armando razonamientos o inferencias sobre el objeto percibido. Además, al percibir algo singular y nominarlo, estamos ubicando ese “algo” dentro de una clase o tipo (lo instalamos como un elemento de un conjunto que abarca todos los elementos nominados con tal nombre). Por ejemplo, si escucho en una noche de lluvia de golpe un ruido sordo y fuerte, es muy probable que enseguida busque ubicar ese ruido dentro de los ruidos que ya conozco, y lo incluya dentro de la clase “trueno”, como el sonido de un rayo de la tormenta. Ese paso es fundamental, se pasa de un acontecimiento singular, una sensación auditiva recibida, a   adscribirla, a asimilarla y reducirla como un ejemplar de un tipo de hechos particulares ya definidos o conocidos. Es el paso de un evento o sensación singular a algo general, que participa de un grado de generalidad, una palabra, un concepto. Nuestra función perceptiva puede ser entendida en su primera instancia como un mecanismo que clasifica, que nomina las sensaciones singulares recibidas, para traducirlas como instancias o elementos de algún “tipo” o clase particular. Los “tipos” son las distintas categorías (que ya juegan en la dinámica particular-general) de que disponemos para clasificar y codificar lo que recibimos desde nuestros sentidos. De esa manera es que podemos luego decir que “entendemos”, o sea, le hemos dado ya un significado. Es el paso de una percepción singular, privada, a conectarla con un signo compartido, un signo convencional (símbolo) compartido por una comunidad.  Desde el psicoanálisis esta temática ha sido abordada por necesidad, a partir de la investigación sobre cómo un sujeto entiende, capta, lee o registra lo que le va sucediendo en la vida. Freud lo llamó “realidad psíquica”, destacando que la realidad psíquica de un sujeto puede no coincidir con los hechos fácticos que efectivamente vivió.

Lacan dará un paso más y articulará esto con su concepto de “fantasma”. En efecto, es el fantasma el operador que determina en cada ser humano su forma particular de captar el mundo, y sobre todo, de captarse él mismo en relación a los otros. De esta manera, Lacan puede afirmar que “la realidad es fantasmática”. Y nuestra percepción, está condicionada justamente por ese armado “fantasmático”, que actúa como una matriz o lente de color desde la cual el sujeto ve el mundo. Tenemos así desde el psicoanálisis y desde la psicología de la percepción explicitado este lado del problema que implica la pregunta de cómo en cada sujeto humano se forma una matriz pre-epistémica (en el sentido de pre-científica) que condicionará el modo de “ver”, de  observar, de percibir el mundo por parte de un sujeto singular.  El otro lado de esta matriz pre-epistémica que condiciona nuestra percepción, son las determinaciones extra-individuales, las determinaciones colectivas, que tienen que ver con las características de la comunidad a la que pertenece el sujeto que percibe, a la tradición, a su cultura, a su lenguaje…  Es lo que Juan Samaja refería por ejemplo con la idea del “primer gran presupuesto de todo proceso de investigación”, que implica el “fundamento arcaico de toda actividad cognoscitiva en una disciplina científica”.

“En resumen, tal como lo expresa Merleu Ponty, todo lo que sabemos del mundo, incluido lo científico, lo sabemos a partir de una perspectiva subjetiva de cada quien, que hunde sus raíces en una biografía personal, social y profesional, pero en esa biografía es preciso identificar los diferentes estratos en juego: el orgánico; el comunal; el estatal y el societal” (4)        

Todo ello va a determinar en el sujeto investigador concreto, una “precomprensión modelizante” (Samaja, 2004), que va a influir en las decisiones pre-científicas que debe tomar. Esto lo vimos en la Clase 7, ilustrado por R. Ynoub. Vale la pena retomar algunos párrafos:

“Cualquiera sea la variable a trabajar, y cualquiera la disciplina en la que se la utilice, se asumirán decisiones a la hora de prever el modo en que esa información será producida: tanto en lo que respecta al qué observar o medir (=dimensión del indicador), como en lo que hace al cómo observarlo o medirlo (=procedimiento indicador). Estas cuestiones anteceden a cualquier estipulación muestral, y por lo tanto no entran en el debate “inductivismo/deductivismo”, ya que son previas a cualquier tratamiento inductivo y posteriores a cualquier predicción deductiva.  En verdad el paso de la “variable al indicador” atañe a ese tipo de inferencia que C. Peirce definió con el nombre de inferencia abductiva.  Es abductiva la inferencia que permite determinar el valor que le corresponde a una unidad de análisis en una cierta variable.” (5)

Hay algo entonces en todo proceso de investigación, en todo trabajo científico, que es no deducible, que no tiene un rigor de exactitud, sino que implica un salto, una decisión sin garantía, pero que estará sostenida y fundamentada en otra lógica (no apodíctica), en un gradiente de posibilidad. Estas decisiones en general quedan por fuera de la escritura de los papers científicos. Y hasta entran en una “invisibilidad”, cuando se fundan en valores o significaciones ya consolidadas e insertadas en el orden simbólico de la sociedad y época a la que pertenece el investigador, ya que “se darán por hecho”, o   resultan “evidentes”.

Todo esto nos hace volver a los temas de la validez y de la confiabilidad de los datos y los procedimientos de una práctica o investigación. Y lo dicho precedentemente nos muestra que ninguna afirmación científica puede pretender erigirse en una Verdad única y para siempre, ya que sus raíces más íntimas, no escapan de alguna decisión subjetiva en su origen.

Retomando la problemática del indicador, que habíamos ya ubicado como nexo concreto entre el mundo sensible (la empiria) y el mundo inteligible (la teoría), Peirce nos dice que “ningún hecho concreto puede establecerse sin el uso de algún signo que sirva de índice (CP 2.305) (6). Y como hemos visto, los índices son la posibilidad de conexión entre la teoría (simbólico) y la empiria, lo real que investigamos. Se perfila así la necesidad de que más adelante, profundicemos en el funcionamiento particular de los índices.
Pero antes, unas palabras más sobre el tema de la base empírica.  Se cuestiona a veces en la actualidad la bipartición Teoría – Empiria.  Lo que emerge de esta controversia, es que no podemos ya sostener que en una investigación, la empiria sería la cosa en sí, sin estar “contaminada” por la presencia del investigador. Todo abordaje cognoscitivo implica algún grado de alteración del objeto a investigar por el abordaje mismo. Lo que sí puede medirse con bastante exactitud a veces es el margen o grado de alteración que puede producir; de esta manera, sí podemos sacar una conclusión de qué otro aspecto o dato quedará representando con bastante fidelidad al objeto en su dimensión de existencia autónoma.

La base empírica de una investigación está compuesta de los objetos elegidos para investigar (en relación a un Objeto Modelo, serían las Unidades de análisis). Y estos objetos se han “elegido” en base a algún pre-supuesto teórico que los define y delimita. En este sentido, ya no es sostenible pretender que podríamos abordar un campo empírico libre de presupuestos teóricos.  Los objetos empíricos son seleccionados en relación a un Objeto Modelo, y constituirán las Unidades de Análisis de la investigación. La base empírica comienza con una descripción del campo a investigar, y esta “descripción” implica que tendremos que decidir de qué manera, desde qué sistemas simbólicos, describiremos el campo de investigación.

“Las actividades sistemáticas de descripción del objeto de investigación suponen de manera inevitable el doble movimiento entre la teoría y la observación, pero dicha descripción no las presupone a aquéllas, sino que las va creando, o, si se quiere, poniéndolas de relieve (“revelándolas”, en el sentido de la técnica fotográfica), en el acto mismo de decidir las estrategias descriptivas. Toda labor científica comienza siempre con una primera tarea (que en realidad, es una “condición de posibilidad”), a saber: la construcción (escalonada) de un Objeto-Modelo, el cual permite reducir la complejidad del universo de covariaciones posibles sin perder demasiada información relevante sobre las interacciones (Apostel, 1986: 116). Los criterios para adoptar esas decisiones son “pre-científicos” (son criterios estéticos, éticos, especulativos… es decir, ideológicos). El Diseño del Objeto Modelo como tarea guiada por la Pre-Comprensión Modelizante pone las bases para la construcción gradual y simultánea de la Teoría y de la Base Empírica, en el sentido de que cada avance en operaciones en técnicas de observación (“metodología”) alienta avances en operaciones de conceptualización y viceversa.” (7)  

Esta dialéctica entre teoría–observación, entre teoría–empiria,  se irá complejizando en el crecimiento de una investigación, o en el crecimiento de una práctica científica. Dice Samaja que en el segundo momento, cada disciplina puede avanzar a la aplicación de procedimientos de formalización de los contenidos teóricos, y de constataciones de las observaciones mediante diseños experimentales, “en los que se pone de manifiesto el grado creciente de interpenetración de la teoría y de su base empírica” (Samaja, 2004, p. 29).  Aquí el peso de la validez de las conclusiones dependerá del grado de “control de los factores intervinientes”. 

Si hablamos de formalización de teoría, estamos hablando inevitablemente de lógica, quizá de matemática, y - vamos a justificarlo-, de semiótica. Formalizar una disciplina, una práctica, es darle una sistematización, una coherencia interna y que pueda ser leída, compartida y transmitida.  De una investigación científica o de una disciplina o práctica científica se exige que tenga coherencia lógica. Esto quiere decir, que sus conceptos estén interrelacionados, no se contrapongan entre sí; que puedan articularse en inferencias y argumentaciones lógicamente válidas. Que una persona ajena a su práctica, pueda verificar que –aunque no pueda decir nada de la praxis en sí- el hilo de las argumentaciones y demostraciones son coherentes lógicamente. Si hay una formalización lógica, implica –ya que dentro de la lógica está el armado de inferencias-, que podrán articularse hipótesis predictivas, y  estas podrán ser sometidas a contrastación o verificación en las experiencias propias de la praxis de que se trate. Ahora bien, toda descripción, toda argumentación, toda explicación, necesita de signos que puedan transmitirla y compartirla. Es más, toda descripción, argumentación, explicación, se “arma” necesariamente con signos.  El estudio de los signos, de su formación, de su naturaleza, de sus interrelaciones y de sus efectos, es la ciencia de la Semiótica. El estudio de la función de significación, lo hace también la semiótica. Y si tomamos la semiótica en su sentido más general, podremos llegar a la misma conclusión que llegó Peirce: la lógica es también otro nombre de la semiótica o de la teoría general de los signos y sus leyes.

Entonces, retomamos acá la pregunta que nos hacíamos al principio por la relevancia de la semiótica como uno de las herramientas principales para nosotros.  Se abren ahora dos niveles de incumbencia relevantes: 1) las bases semióticas de toda teorización, de toda teoría y praxis científica o disciplinar, en el sentido que necesariamente se trabaja con signos. Se tratará de ver cuáles signos utiliza, cómo, y qué leyes de combinación se juegan en dicha praxis. 2) el estudio de los fenómenos semióticos, o el abordaje de fenómenos humanos desde el ángulo de la semiótica.  Este último es relevante para todas las ciencias y disciplinas que trabajan o abordan al ser humano y sus producciones e interacciones.
Pero dejemos a un destacado Semiólogo, Magariños de Morentín (8),  que nos hable sobre este asunto en forma directa. En primer lugar, se va a centrar en el segundo nivel que diferenciamos hace instantes:

“Así pues, la semiótica puede interesarle a los estudiosos e investigadores de los fenómenos sociales, en la medida en que buscan explicar la significación socialmente atribuida a tales fenómenos y en la medida en que enfocan esta búsqueda de un modo riguroso, que justifique las conclusiones a las que lleguen, y no de un modo intuitivo, que se comprende pero cuya razón de ser se desconoce o sin que se pueda establecer por qué se considera que es ésa significación (o, mas bien, conjunto de significaciones) la que corresponde atribuirle a tal fenómeno y no cualquier otra. Por tanto, el abogado, el sociólogo, el psicólogo, el historiador, el licenciado en letras, el crítico de arte, el lingüista, el antropólogo, el geógrafo, el arqueólogo, el licenciado en turismo, el economista, el filósofo, el terminólogo y el traductor, el epistemólogo, el bibliotecario, el publicitario, el comunicador, el arquitecto, el museólogo, el politicólogo, el licenciado en ciencias de la salud, el demógrafo, el pedagogo y tantos otros, en el ámbito de las ciencias sociales, necesitan de la semiótica como instrumento estructurador para la consistencia y el rigor de sus estudios e investigaciones. Esto se basa en que todos ellos tienen como objeto de conocimiento de sus respectivas disciplinas a otros tantos objetos semióticos, o sea, a fenómenos sociales que ya (sin que sea imaginable un momento previo en que todavía no) tienen atribuido (pacíficamente o no) un conjunto dinámico de significados, cambiantes con el tiempo y la cultura.”

Y a continuación dirá concretamente qué puede aportarles la semiótica:

“Todos ellos, por tanto, son usuarios potenciales de la semiótica, en la  medida en que sepan que la semiótica puede proporcionarles las operaciones necesarias para elaborar una explicación básica de la significación (plural, contradictoria, competitiva) que posee, en un momento dado de una sociedad determinada, el concreto fenómeno que están estudiando, y en la medida en que nosotros, los estudiosos de la semiótica, que pretendemos elaborar y proponer las operaciones analíticas pertinentes, no los defraudemos.” (9)

Pero no sólo para las Ciencias Sociales, sino que también “los objetos de conocimiento de las ciencias naturales (dejemos al margen por el momento, el tema de si esta dicotomía es o no pertinente, si bien anticipo que considero que no) son otros tantos objetos semióticos y, por tanto, también en ese dominio la semiótica tiene utilidad. El problema es epistemológico y relativo a las características del proceso de producción de los correspondientes conocimientos…” O sea, está hablando principalmente de lo que habíamos situado como nivel 1 de incumbencia de la semiótica.  Y nos brindará una definición de la facultad semiótica que nos será de utilidad:

“Entiendo por semiótica en cuanto facultad, la capacidad cognitiva de que dispone la humanidad para la producción de toda clase de signos: icónicos, indiciales y simbólicos, con los que da existencia ontológica a su humanidad.”
 
Morentín imbrica entonces formalmente lo que nosotros veníamos hablando sobre el Orden Simbólico, ahora con la facultad semiótica del ser humano, facultad que le dá existencia ontológica. Solo agregaremos que la facultad semiótica para nosotros excede lo “cognitivo”,  tal como Peirce lo demuestra en muchas ocasiones. Samaja, por su parte, en el texto antes citado nos dice:

“Creo que el proceso de la ciencia, es decir, eso que se llama “investigación científica”, en el sentido más abarcativo que se pueda imaginar, ganará en claridad y profundidad de concepción, si se lo enfoca como un proceso semiótico. Es decir, como un proceso de producción, distribución, intercambio y empleo de significados”. (Samaja, 2002, p. 15).

Nosotros hacemos una leve acotación, para recordar que la semiótica no solo implica los procesos sobre el significado, sino que se abre mucho más ampliamente hacia el significante, los efectos de significación y de apertura, etc.; y hacia las semiosis que no necesariamente terminan en un significado. Justamente es en esta línea que Samaja rescata los desarrollos de J. A. Greimas y hablará de las Macrosemióitcas como modos de producción de sentido.  A las aportadas por éste (la Macrosemiótica del mundo natural, y la Macrosemiótica del lenguaje natural) Samaja le agregará la Macrosemiótica Jurídico-Estatal y la Macrosemiótica Tecnoeconómica. (Samaja, 2004, p.20-23).
La extensión de lo que podría ser abordado por la semiótica no parece tener límites precisos. Se la ha llegado a vincular con los procesos naturales, por ejemplo la zoosemiótica como estudio de la comunicación animal, que incluye la comunicación química y olfativa (Ver, p. ej: Sebeok). Pero creemos que aquí se comete el error de confundir un proceso de comunicación o intercambio, de un proceso auténticamente semiótico. La confusión se disipa si volvemos a la definición fundacional de signo, algo que está por otra cosa (y que se anuda a un tercer elemento, un interpretante). La función de sustitución o “estar en lugar de” es esencial para que sea un acto de semiosis. La discusión en el ámbito académico se extiende a los llamados “signos naturales”. Sobre esto, Umberto Eco refiere:

“Muchos estudiosos los han clasificado [a los signos naturales] y estudiado entre los signos, pero otros (cf. Buyssens, Segre, 1970), incluso reconociendo su existencia, no creen que pueda llamárseles signos. En cambio, otros estudiosos (Greimas, 1968) han hablado de una semiosis del mundo natural, insistiendo en el hecho de que cualquier evento físico, el signo meteorológico, la manera de andar de una persona, etc., son otros tantos fenómenos de significación, por medio de los cuales interpretamos el universo, gracias a experiencias precedentes que nos han enseñado a leer estos signos como elementos reveladores.” (10) 

Lo cierto es que la existencia de este debate, nos está hablando de la dificultad concreta de poder establecerle límites a los procesos semióticos.

Oscar Pablo Zelis

Febrero del 2021.

(1) En Peirce, C. S.: Obra Lógico Semiótica. Madrid: Taurus Ediciones; 1987.  Pag. 276.

(2) Heisenberg, W.: La imagen de la Naturaleza en la física actual. Buenos Aires: Planeta; 1993.

(3) En otro trabajo hemos desarrollado la propuesta de utilizar el término “captación”, para algunas “observaciones”  u operaciones dentro de la práctica de la transmisión del psicoanálisis y en particular, en relación a lo que pasa en una supervisión. Puede consultarse Pulice & Zelis: El problema de la transmisión y los límites del lenguaje; Buenos Aires: Letra Viva 2021;   Capítulo 2.

(4) Samaja, J. : Proceso, Diseño y Proyecto en Investigación Científica. Buenos Aires: JVE Ediciones, 2004.

(5) Ynoub, Roxana (2008):”Abducción y falsacionismo: aportes de la teoría de la abducción de Peirce para iluminar los límites del falsacionismo popperiano”. Trabajo presentado en las III Jornadas Peirce en Argentina. Disponible en la web del GEP (https://www.unav.es/gep/JornadasPeirceArgentina.html).

(6) Ver Peirce, C. S.: Obra Lógico Semiótica. Pag. 276.

(7) Samaja, J.:  Ob. cit. pag. 28.

(8) Juan Ángel Magariños de Morentín, fue un destacadísimo investigador y profesor de Semiótica. Trabajó fundamentalmente en Universidades de Argentina. Falleció el 12 de abril del 2010. Rendimos aquí nuestro breve  homenaje.

(9) Magariños de Morentín, J. A.: La semiótica de los bordes: apuntes de metodología semiótica. Córdoba:   Comunic-Arte;  2008. Cap. 1: “Semiótica general”.

(10) Eco, U.: Signo. Colombia: Grupo Editor Quinto centenario. 1994. Pag. 35.


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