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Seminario
Freud y la Historia

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Dictado por : Omar Acha


Clase 5
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IMAGINAR LA HISTORIA I

1. Fuentes antropológicas de la cultura

Con Tótem y tabú, publicado entre 1912 y 1913, entramos plenamente en el problema de la historia. Las cuatro partes del libro declinan una misma cuestión: ¿cómo se constituye la sujeción a una instancia moral interiorizada? En la ideología de Freud esto se decía también: ¿cómo pensar la función del padre. Ya en La interpretación de los sueños hay indicaciones sobre el origen de la autoridad (por ejemplo la de un rey en la trama onírica) a partir de la imagen paterna (1900a, I, p. 230). Sin embargo, en Tótem y tabú intentaba su primer ensayo de historia de la cultura de largo aliento. Reconocía que fue en las obras de la psicología de los pueblos de Wilhelm Wundt y en los estudios de la escuela de la psicología individual (Jung) donde halló las incitaciones más significativas para abordar el tema.

Es legible en ese texto una discusión más larga y definida del tabú que del totemismo. La dificultad residía en la persistencia del tabú. Las normas morales serían un desarrollo del tabú. El totemismo, en cambio, habría perimido hacía mucho tiempo y habría sido reemplazado por instituciones religiosas y sociales más complejas. "El progreso social y técnico de la historia humana", dice Freud, "ha socavado mucho menos al tabú que al tótem" (1912-1913, p. 8). Con todo, no fue solamente esa condición del desarrollo social y cultural la que facilitó una investigación y dificultó otra. Una y otra vez Freud mostrará que la lógica instituyente del tótem y la relación con el mismo se repetirán en las fobias, de manera que en sus formas actuales de retorno, podría ser analizado tal como en sus formas igualmente actuales lo era el tabú en las neurosis obsesivas.

En Tótem y tabú Freud explora la utilidad interpretativa de la hipótesis neodarwinista de Haeckel. Pero la recapitulación la historia primordial de la especie no acontece en el ser humano común, sino las personas neuróticas. Freud establece un paralelo entre "salvajes" y neuróticos. Del ser humano salvaje dice que "él es todavía en cierto sentido nuestro contemporáneo; viven seres humanos que, según creemos, están todavía muy próximos, mucho más que nosotros, a los primitivos, y en quienes vemos entonces los retoños directos y los representantes de los hombres tempranos" (1912-1913, p. 11). No son las niñas y los niños quienes se parecen tanto a la humanidad primitiva (aunque esta idea también puede ser rastreada). Se trata más bien de que "una comparación entre la ‘psicología de los pueblos naturales’, tal como nos la enseña la etnología, con la psicología del neurótico […] no podrá menos que revelarnos numerosas concordancias y permitirnos ver bajo nueva luz lo ya consabido en aquella y en esta" (Idem. Véase también p. 26). Aquí no analizaré el empleo de esta analogía por parte de Freud. Intentaré mostrar las peripecias de su argumentación para ubicarla en la construcción de una peculiar imaginación histórica.

Freud propone una explicación de la íntima conexión entre el tabú y el surgimiento del tótem en términos de represión del deseo sexual incestuoso. Con ello responde a la intención junguiana de eludir el carácter originario del incesto. Freud enfatiza cómo la cultura surge por la limitación interiorizada del incesto. Parte de una afirmación: en el salvajismo la interdicción era material y no simbólica. De allí la presencia en las sociedades posteriores de esas relaciones prohibidas. Quedarían huellas actuales de la fuerza de ese deseo reprimido. Considera que las bromas y quejas de los varones contra las suegras tan típicas en nuestras culturas son derivados de un deseo de la madre (desplazado e invertido). La definición de si se trata de una supervivencia de otro tiempo o si se repite como una invariante estructural de la relación intergeneracional no queda del todo aclarada.

La prohibición, esencia del tabú, entonces, debería ser una condición secundaria. Y en efecto, Freud indica que no existe cultura antes de la institución del tabú. Éste es previo a la moral y a la religión. Las restricciones impuestas por el tabú son distintas a las prohibiciones morales porque éstas pretenden universalidad, y de las interdicciones religiosas porque no obedecen a un mandato divino. En realidad, el tabú parece carecer de fundamentación. Freud ve allí la posibilidad de pensar un origen anterior a la aparición de los dioses (1912-1913, p. 27). Por el contrario, la religión se derivaría de la normatividad heredada del tabú (i. e., el totemismo). En un paso histórico posterior éste sería el origen de la ley (y del castigo a toda infracción).

Existe una limitación en adoptar la comprensión actual del tabú. Hoy es considerado tabú algo básicamente deleznable, intocable. Freud sostiene que la cualidad originaria del tabú es su carácter sagrado y al mismo tiempo, impuro (1912-1913, p. 33). Estas cualidades serían similares a las operantes en las neurosis obsesivas, pues implican un carácter inmotivado del tabú, una constricción interna de prohibición, una movilidad de objeto-tabú, el temor al contagio por contacto, y la existencia de un ceremonial riguroso. El tabú parece no responder a una causación o conflicto previo; el temor a afectar al objeto temido coexiste con la prevención de un contacto con él, y el trato con el tabú está regido por prácticas obsesivas. El tabú, entonces, no es producto de una racionalización. Responde a exigencias inconscientes.

El temor al tabú, según Freud, habría sido al principio inculcado y luego organizado "como una pieza del patrimonio psíquico heredado" (1912-1913, p. 39). A partir de entonces habría sido reformulado y retomado, pero su origen estaría situado en una operación de violencia: la ley y la cultura serían derivados de una represión primaria. ¿Qué fue reprimido? El deseo de un goce irrestricto de todos los cuerpos y el asesinato de quien es representado por el tótem.

El tabú fue el producto de una prohibición antiquísima impuesta desde el exterior a los individuos y estuvo destinado a neutralizar deseos muy intensos. Esto significa que el anhelo de su contravención fue muy poderoso, y el castigo consecuente muy duro. El respeto del tabú implica una renuncia a apetitos apenas ocultos. Para develar cuál fue la prohibición primitiva y qué explica la ambivalencia (deseo-hostilidad) hacia el tabú, Freud discute los tabúes de los enemigos, de los gobernantes y de los muertos que se encuentran en los relatos etnográficos de las comunidades "salvajes" observadas en las regiones consideradas atrasadas y habitadas por seres pertenecientes, aparentemente, a etapas superadas de la evolución humana.1

De esos tabúes extrae como conclusión que en todos ellos había una relación ambivalente con el objeto tabú. Existe, por ejemplo, una hostilidad muy pronunciada con los enemigos, pero una vez que uno de ellos es muerto, se expía de manera culposa el acto de asesinarlo y se le rinden los más cuidados homenajes. Se puede conjeturar que el acto de dar muerte a un enemigo recuerda el asesinato por el cual no sólo se siente odio. En el caso de los gobernantes, también es evidente por los informes que ofrece Freud, que mociones de hostilidad son movilizadas contra ellos. En los pueblos primitivos nota que si los gobernantes son reverenciados también es claro que se teme su ira. En cuanto a las personas muertas, el dolor por la pérdida es acompañada de un sentimiento de culpa que le parece a Freud similar a un temor obsesivo por la venganza contra los vivos.

La idea tan extendida de que una vez muerta una persona deviene un ser peligroso, del que se debe huir para no ser aniquilado por su fuerza ominosa y terrible, sería la proyección de la animosidad que se tuvo contra ella. En cada uno de esos casos el temor se anuda con el amor, y la violencia con la atracción, todo castigo infligido parece instalar una deuda a expiar. Los conjuros "primitivos" para apaciguar a las fuerzas temidas expresan un estado de beligerancia contra ellas. Los cuidados dispensados buscan aplacar una venganza potencial que, aparentemente, estaría justificada por un daño ocasionado a un ser admirado.

La utilidad de la investigación psicoanalítica para elucidar estas cuestiones es para Freud indiscutible. En las neurosis obsesivas también el neurótico realiza un ritual purificador. La presencia de sentimientos de culpa en ocasión de la muerte de un ser querido son habituales. ¿Es esa auto-acusación justificada? "La indagación psicoanalítica de estos casos", apunta Freud refiriéndose a los auto-reproches obsesivos, "están en cierto sentido justificados y sólo por eso son invulnerables a la refutación y al veto. No es que el doliente fuera de hecho culpable o incurriera en el descuido que el reproche obsesivo asevera, empero, dentro de él estaba presente algo, un deseo inconsciente para él mismo, al que no le desagradaba la muerte acaecida y la habría producido de haber estado en su poder hacerlo. Ahora bien, tras la muerte de la persona amada el reproche reacciona contra ese deseo inconsciente" (1912-1913, p. 66). El paralelo con la actitud primitiva frente a las personas muertas, a las enemigas, o a quienes gobiernan, estaría dominado por una apetencia agresiva inconsciente.

El símil entre neurosis y actitud primitiva muestra límitaciones. Pues si bien la culpa por la fechoría está presente, no actúan como lo hacen las/os neuróticas/os de hoy. Por razones de mayor control cultural interiorizado, la culpa y el temor inconsciente se expresan como autocastigo, mientras que en las "mentalidades primitivas" la agresividad se proyecta sobre el objeto mismo y se observa una mayor carga de negatividad en muertos, gobernantes y enemigos que en la actualidad neurótica (1912-1913, pp. 66-67, 68, 76, 78, 162).

La aparición del lenguaje habría posibilitado la proyección de las percepciones y su institución como realidades exteriores. Las ambivalencias de sentimientos que en los "pueblos primitivos" serían mayores que entre los sujetos modernos encontrarían, por este mecanismo, la vía para convertirse en cultura. El uso de las palabras más antiguas muestra la ambivalencia primitiva. En efecto, el empleo arcaico del lenguaje implica una ambigüedad en los significados conferidos a las palabras, que refleja la actitud ante el tabú: reunen en una sola ocurrencia dos sentidos contradictorios y recíprocamente excluyentes.2 En aquel tiempo ya pasado el lenguaje revela cuán poderosas eran las actitudes dobles y cambiantes.

El trabajo de William Robertson Smith sobre el sacrificio en los pueblos semitas permite a Freud establecer una conexión entre el tabú y el sentimiento de la culpa. Aquel autor señala que la comida sacrificial tenía un carácter diferente a la habitual pues se trataba de un acontecimiento eminentemente público. Llamó su atención el ritual implicado en la muerte del animal sacrificial. En efecto, la muerte del animal era considerada punible si no se realizaba en un contexto colectivo ritualizado. Únicamente la responsabilidad colectiva libraba a la mano asesina del castigo del clan. Esto podía extenderse a la muerte de un miembro de la tribu, que solamente podía ser muerto por una decisión que recorría al conjunto del grupo. De allí constata la similitud entre el ritual sacrificial y la inmolación de un ser humano cercano. Un último paso está dado por las ambigüedades que Robertson Smith halla en los "primitivos" para quienes no habría una distinción radical entre seres humanos, divinidades y animales.3 El animal sacrificado en el festín tribal podía ser relacionado con un miembro alguna vez asesinado, cuya ira se conjuraba con el evento festivo.

Un nuevo paso en la explicación de Freud lo conduce a considerar que la infracción del tabú remitía a la emergencia del tótem, pues este era un objeto adorado y al mismo tiempo odiado: en ocasiones especiales el linaje vinculado a un tótem puede matar y devorar en un ceremonial bien establecido al animal sagrado que durante el resto del año no puede ser dañado.

Por otra parte, Freud anota que por regla general esta relación ambivalente con el tótem se debía a la creencia de que el linaje descendía de ese animal. El respeto debido al tótem representaba la veneración dedicada al conjunto de miembros de la comunidad. La muerte del tótem era considerado el mayor de los tabúes pues afectaba a la totalidad del grupo. Una característica adicional de las agrupaciones ligadas a un tótem era la prohibición de mantener relaciones sexuales con otras personas pertenecientes al mismo linaje. El tótem era también el símbolo de interdicción del incesto. He aquí, para Freud, la ligazón entre totemismo y exogamia que decía no encontrar en la definición que Salomon Reinach había ensayado en 1900.

A esto se añade que Freud aceptaba los informes etnográficos según los cuales las prohibiciones más tempranas del incesto se dirigieron a la generación más joven, es decir, a las relaciones incestuosas entre hermanos y hermanas, y entre los hijos varones con la madre, mientras que el incesto del padre con las hijas sólo cayó bajo la prohibición más tardíamente.4 Esto quiere decir que puede presumirse la anulación primera del incesto de los hijos con las hermanas y madres, y luego de los varones adultos con las mujeres jóvenes. ¿Por qué habría que prohibir el incesto si este no fuera un deseo anterior a la institución de su represión? Se ve bien el objeto de la investigación de Tótem y tabú. Si la hipótesis filogenética es cierta, si a pesar de la insatisfacción de la "demostración" histórica y la minuciosidad "empírica" la explicación de los orígenes del tabú es a grandes rasgos correcta, entonces esa aparición de la cultura es la prueba del carácter sexualmente deseante de los seres humanos. El incesto, que Freud tempranamente había pensado como antisocial pues destruye las reglas del refrenamiento de los deseos, sería entonces una condición del ser humano, y nada podría defender cualquier idea de horror "natural" a la unión sexual con integrantes del mismo grupo o familia.5 Así las cosas, el individuo recapitularía en su vida una inhibición de ciertos impulsos previos a la cultura y fundadores de la misma a través de la creación de la conciencia moral (culpa) y la sujeción a normas sociales. Y si, finalmente, las prácticas primitivas del totemismo fueron un producto de la prohibición del incesto, las neurosis de la actualidad deben entenderse como el resultado de la compulsa de unos deseos poderosos, por un lado, y unas represiones intolerantes por otro. Esto no es, empero, todo lo que Freud creía enseñar a través de su narración "histórica".

Y es que el horror al incesto aun no fue explicado totalmente. Para ello Freud apeló a lo que denominó una "deducción histórico-conjetural" (historische Ableitung, 1912-1913, p. 127), basada en una hipótesis de Charles Darwin. Por la observación de la conducta de los monos superiores, el naturalista inglés había supuesto que en los tiempos primitivos la existencia humana se organizaba en pequeños grupos, donde un macho dominante monopolizaba todas las hembras del grupo y expulsaba a los jóvenes que alcanzaban la madurez genésica. La insatisfacción de los jóvenes ante la apropiación única del padre primordial de la fuente del goce sexual instintivo habría llevado a una confabulación de los hijos, que asesinaron conjuntamente al déspota y lo devoraron. El móvil de cada uno de los hijos fue ocupar el lugar del padre y reemplazarlo en el disfrute de las hembras de la horda.

Sin embargo, esa alternativa se habría mostrado inviable para resolver por sí misma la privación, dado que la imposición de un nuevo padre celoso y monopolizador reproduciría la situación previa y no habría fin para la matanza. Como una solución transaccional se habría terminado con el dominio patriarcal absoluto inaugurándose un período de matriarcado (que estaría testimoniado por la dominancia de las diosas) hasta que una nueva organización social constituyera, aunque de manera reducida, el dominio y la exclusividad del varón adulto sobre las mujeres, ya no de la horda, sino del linaje o la familia extensa. Entre la prohibición de todo contacto sexual con las mujeres de la horda en los tiempos primitivos y esta neoformación que es la familia, existió una organización clánica que estipuló la inhibición del comercio sexual con las mujeres del clan, siendo obligatoria entonces la exogamia.

En suma, el incesto nace con su prohibición simbólica. Freud no apoya la idea de una promiscuidad incestuosa originaria, porque no hay infracción sin cultura. En una carta a Jung de mayo de 1912 Freud se muestra escéptico respecto a la idea de una "miedo al incesto" primitivo y declara su preferencia por la comentada conjetura de Darwin. En efecto, los hermanos de la horda carecen de culpas incestuosas.

¿Qué rol juega el tótem en este relato? Para definirlo, Freud apela nuevamente a los resultados de la investigación psicoanalítica. Menciona el parecido de la conducta hacia ciertos animales en los pueblos primitivos y en niñas y niños. Desde el caso del pequeño Hans, Freud había reconocido la función de sustituto simbólico del padre que algunos animales podían jugar (1909b). Este desplazamiento podría ser un relicto arcaico del totemismo. Según Freud, la fobia de Hans hacia los caballos surge cuando observó el pene del animal, que identificó con el de su padre, a quien lo ligaban mociones amorosas y hostiles. El caballo era también respetado, lo que era patente por la contemplación absorta del mismo, y temido, como resultado de lo cual se presentó la fobia. La conexión con el complejo de Edipo es ahora fácil de realizar. El miedo de Hans al caballo era en verdad el temor a la castración por parte del padre si continuaba con sus juegos sexuales. El niño vivió esa amenaza (en realidad emitida por la madre) como un llamado al orden que destruía sus deseos de amor sin límites. El padre era entonces un enemigo y un obstáculo para la unión con su madre. La hostilidad implicada en este enfrentamiento no era tramitable conscientemente para Hans, de manera que se convirtió en su contrario, es decir, en la amenaza del padre hacia él. De allí el temor al ataque castrador del caballo = padre.

En la discusión del totemismo, Freud retoma la problemática de la amenaza fantasmática de castración que aquejó al Pequeño Hans. ¿Por qué si la amenaza provino de la madre, el temor de Hans se situó en el padre? Evidentemente la relación entre la amenaza empírica y la simbólica diferían. Hoy diríamos que Freud no distinguía entre el padre real y el padre simbólico. Y este era efectivamente el problema. La respuesta de Freud lo llevó a postular la existencia de un fantasma (Phantasie) cultural-arcaico del padre como instancia castratoria, cuyo origen investiga en Tótem y tabú. La cuestión de la transmisión de esa eficacia simbólica aun quedaba por explicar.

Respondiendo a una consulta epistolar de Lou Andreas-Salomé respecto a la fobia de una niña que ella estaba tratando, Freud recurre para explicarla a una regresión al totemismo, una especie de retorno de antiguos aprendizajes de la humanidad que serían despertados por la experiencia de la niña, que podrían reconducirse a la herencia. Freud denomina herencia arcaica a esta capacidad de evocar y activar representaciones correspondientes a etapas menos evolucionadas de la filogénesis. "Según el testimonio de sus sueños", responde Freud, "la pequeña en cuestión ha descubierto muchos hechos de la vida genital y ha reflexionado sobre ellos. Parece haber efectuado luego una regresión a la etapa totémica de objeto y a los componentes no genitales de la sexualidad. Esto último, porque éstas estaban todavía muy activas, y lo primero porque los animales proporcionaron ciertamente a su observación más materia sexual que las personas. Sólo que, como en la fábula, detrás de sus animales favoritos hay que buscar a éstas. Una fuerte herencia arcaica la tiene seguramente del lado de su madre".6

Freud traduce este tipo de elucidación en el análisis del totemismo en Tótem y tabú. "Si el animal totémico es el padre", dice, " los dos principales mandamientos del totemismo [die beiden Hauptgebote des Totemismus], los dos preceptos-tabú que constituyen su núcleo, el no matar al tótem y no usar sexualmente a ninguna mujer que pertenezca a él, coinciden por su contenido con los dos crímenes de Edipo, quien mató a su padre y tomó por mujer a su madre" (1912-1913, p. 134). Con ello se hace presente la posibilidad de fundar la ley y la ética. El castigo del asesinato y del incesto puede explicarse porque son actos censurables. La formación de la ética para Freud deriva de una culpa sentida por una acción de la cual alguien se arrepiente. Pero ese arrepentimiento es ambivalente, pues la situación de dominio del padre es apenas soportable. Los hijos debieron vencer, además de su temor, el amor y la admiración que sentían por aquél. La culpa posterior que dio lugar al totemismo no surgió, pues, por una autocrítica ética inmediata (la eticidad es históricamente más tardía), sino por haber asesinado a un ser con el cual se identificaron. La primera identificación, signo del paso de la naturaleza a la cultura, se sitúa entre el asesinato y la ingestión.

El asesinato e ingestión del padre fue un asunto colectivo y acordado entre los jóvenes insurgentes. Esa acción, necesaria dada la superioridad física del padre sobre cada uno de los hijos pero no sobre todos, se transformó en una relación social. Esta vínculo es homoerótico, y aunque Freud no elabora extensamente el punto, es remitible a las relaciones sexuales que los hermanos pudieron haber tenido entre sí en la época del "exilio". Para Freud la homosexualidad fraterna y la sociedad son sinónimos porque piensa en el marco ideológico de naturalización de la dominación masculina. De allí también la fanta de una discusión sobre el "tráfico de mujeres" explícito en la construcción de lo social que describe. Lo que los hermanos lograr arrebatar al padre no es el goce de las mujeres de la horda sino la capacidad de intercambiarlas por las de una horda diferente.

El padre primitivo gozaba de las mujeres. Los hermanos, para eliminarlo, tuvieron que hablar. Sólo a través de la cultura pudieron acordar la masacre. La temporaria amistad se hacía posible la liberación de la opresión prelingüística del tirano. El padre no necesitaba hablar. Gozaba. El argumento de Freud era que luego de hablar, esto es, de concordar en la carnicería e ingestión del padre, los hijos estaban también imposibilitados del goce absoluto. Nada demuestra que el padre supiera de su goce. Los que comienzan a saberlo son los hijos, que son rechazados. Por eso la fantasía del padre egoísta fue un mito exclusivamente producido por los hijos. Esta es la verdad del mito, que no podría conmover ningún empirismo, porque la realidad de la producción mítica es más material que el acero. Incluso podría decirse que los hermanos crean el mito para creer en la posibilidad de un goce ilimitado (Pommier, 1998, pp. 29-30). Ellos, los sublevados, forzaron la creación cultural. Este es el significado radical de la creación cultural en Freud: la cultura no proviene de una derivación de arriba hacia abajo, no es la continuidad de lo mismo que siempre implica opresión; la cultura es el producto de la subversión.

La resignación del deseo de sustituir al padre supone la formación de una norma social, la institución de una prohibición elemental y una pena contra las infracciones a aquella norma (un derecho igualmente rudimentario), que ya no sería el producto de la violencia individual del padre primordial, sino la repulsa de toda la sociedad. El clan organizado luego de la muerte del jefe de la horda asistió al recuerdo de su muerte de manera ritual y, traicionando un sentimiento de culpa por el parricidio, lo convirtió en tótem.

El padre primordial no era solamente el objeto del odio por su exclusivismo sexual. Junto a la enemistad radical provocada por ello, cada uno de los desplazados se identificaba con él y quería llegar a ocupar su lugar. Con el tránsito al totemismo, primera forma de la religión, el recuerdo del padre siguió poseyendo esa cualidad de identificación y fue la instancia de censura de los miembros del clan en sus violaciones de las normas estatuidas. Las propiedades represivas que antes eran sentidas como una compulsión externa a desistir en la posesión de las mujeres de la horda fueron entonces sentidas, internamente, como horror al incesto. El totemismo resultante fue la primera expresión de una sujeción e identificación individual y colectiva con una fuerza no humana-material pero que mantenía una relación privilegiada con los seres humanos. Una potencia a la cual se temía pero de la que se esperaba la bendición, que establecía qué se debía y qué estaba prohibido hacer. Nacía la religión.

La figura paterna como el fundamento de la autoridad, era también la base de la emergencia de toda entidad divina. Dios, decía Freud, "en el fondo no es más que un padre enaltecido" (1912-1913, p. 149). A su vez, el padre de la familia nuclear luego conformada era un retorno minimizado del padre primordial y uno de los fundamentos del orden y el reconocimiento de la ética como instancia de control de los deseos inconfesables. Se trataba, pues, de una condición que remitía a un origen pero también a una estructura. Sólo que este origen de lo simbólico es traumático y deja cicatrices.

Sobre la representación del padre primordial quisiera insistir sobre un aspecto que generalmente es pasado por alto. Freud señalaba que el Urvater expulsaba a los jóvenes por celos y no solamente por el goce de las mujeres. Si se quiere, la exclusividad en su disfrute era producida por los celos. Si bien el mismo Freud indica que el padre no era inmortal, y que transmitía su privilegio al más joven de la horda que una madre protegía de la furia paterna, no extraía las consecuencias de esa lastimadura a la omnipotencia del padre, que cuestionaría el que aun ese poder tan brutal carece de fallas. Por el contrario, ese macho dominante que no puede agredir a todos los hijos porque es jaqueado por la mujer que lo defiende, se sabe perecedero y finalmente caduco.

Amparándose en esta ambigüedad y discrepando con Ernest Jones, el antropólogo Bronislaw Malinowski polemizaba con Freud respecto a la precedencia del acontecimiento fundador de la cultura, que para el psicoanalista había sido el asesinato del padre primordial de la horda por los hermanos confabulados. Pues si para Freud y para Jones ese suceso mítico representaba el inicio del proceso mismo de formación de la sociabilidad, para Malinowski el conflicto edípico significaba la emergencia de las reglas, de la estructura de la sociedad. En otras palabras, más que fundar la cultura, el suceso edípico de la muerte del padre era una imagen de las tensiones, según su terminología, de los "desajustes" de la sociedad. La crítica de Malinowski retomaba los argumentos de Kroeber sobre las dificultades de probar empíricamente el acontecimiento parricida, su persistencia como culpa y su extensión a toda la especie.7 Pero agregaba un punto adicional: puesto que el sentimiento de culpa es la condición de que el suceso concreto del asesinato instituyera la cultura (el lazo social y la prohibición del incesto), el parricidio supone la cultura. Su conclusión era que Freud estaba en lo cierto al sostener que la muerte e ingestión del viejo jefe de la horda impactaba culturalmente en los hermanos a través de la culpa, pero que teniendo allí la razón, el argumento de Freud era autocontradictorio.

De la animalidad en que la horda aun en proceso de hominización emergió, para Malinowski se hizo necesario un transcurso lento, extenso y acumulativo de constitución de la cultura. Una vez que esta construcción se fue estableciendo en consonancia con la formación de reglas sociales, fue posible la institución de la culpa edípica: el complejo, escribía, "es el subproducto natural de la aparición de la cultura" (Malinowski, 1974, p. 164). Con ello creía impugnar la pretensión de universalidad que como acontecimiento fundador el complejo edípico descubría en la argumentación freudiana. Según Malinowski en las sociedades primitivas no patriarcales, existe una conflictividad con la ley, pero esta es transformada en beneficio del padre y contra el tío por parte materna. Esta modificación de los lazos familiares culturalmente instituidos demostraría la dependencia del complejo de Edipo de las formas concretas del desarrollo de las sociedades.

La objeción de Jones, respecto a que la tensión con el padre persistiría, sólo que desplazada e inconsciente, era para Malinowski un forzamiento de la evidencia disponible, y sólo una expresión de la ilusión universalista del psicoanálisis. "[S]e nos pide", subrayaba, "que creamos que el crimen totémico produce un remordimiento que se expresa en el sacramento del banquete totémico endocaníbal y en la institución del tabú sexual" (Malinowski, 1974, p. 169). "Pero la conciencia es un rasgo mental sumamente antinatural que la cultura impone al hombre. Implica también que tenían la posibilidad de legislar, establecer valores morales, ceremonias religiosas y vínculos sociales. Todo lo cual es nuevamente imposible de suponer o imaginar, por la simple razón de que ex hypothesi los acontecimientos [del ‘mito’ freudiano] se desarrollan en un medio precultural" (Ibidem). El resultado de esta crítica era que se eliminaba la fuerza persuasiva de la representación freudiana que se ubicaba en el intervalo entre naturaleza y cultura.

En la escritura y los diversos textos en que Freud retomó el tema, hay una oscilación entre la idea de que efectivamente el mito correspondió a una condición real del desarrollo de la cultura humana, y otra de que en verdad lo que se alude en la reconstrucción de Totem y tabú es propia de la existencia cultural humana, que en tanto que tal supone, como condición de posibilidad, la pulsión y la ley que lo recorta o le otorga existencia subjetiva al reprimirla. La representación aparentemente más cuidadosa de Malinowski tenía un efecto diferente, porque no sólo eliminaba el sentido modulado por la culpa que ya en el inicio de la historia de la cultura aparecía representada por Freud, sino que el devenir mismo de los conflictos era producido por un incorrecto funcionamiento de una estructura socio-cultural que no pareciera contener en su mismo seno un crimen, una contradicción irresoluble. La crítica adicional a la teoría de la filogénesis contribuyó a profundizar esta concepción funcional de la cultura.

En efecto, para Malinowski era improbable que una herencia arcaica pudiera transmitir las adquisiciones culturales al modo lamarckiano. Para él, la cultura podía operar históricamente a través de las objetivaciones, como el lenguaje, las tradiciones, y desde luego con el concurso de la complejidad social que las sostenía. De este modo, la cultura no poseía una tensión interior sino más bien que su crisis era asimilable a la discrepancia con el sistema social al cual prestaba su concurso. Los progresos culturales no se debían a cataclismos como los supuestos por la representación freudiana, sino a la acumulación de pasos pequeños y graduales. Por otra parte, no puede suponerse que la omnipresencia de la cultura se deba a la coincidencia del cruento acontecimiento contra el padre primitivo en los diversos hábitats humanos: "una especie de epidemia de parricidios menores que ocurren en todas partes del mundo; cada horda con su tirano ciclópeo y luego la irrupción en el crimen y de esta manera en la cultura" (Malinowski, 1974, p. 174). Por el contrario, en su opinión el complejo de Edipo se restringe a las sociedades occidentales modernas. Otras sociedades, con otras culturas, implican tipos distintos de relaciones familiares y de modos de integración, irreductibles a la imagen universal freudiana.

En Freud, la renuncia pulsional exigida por la cultura servía como supuesto para la dedicación de energías al trabajo, a la creación artística y científica. Sin embargo, esos desvíos de "energía" y esas sublimaciones no dejaban de afectar psíquicamente a la estabilidad emocional y "nerviosa" de las personas: de hecho sólo una minoría podía soportar sin daños anímicos las exigencias más estrictas. Quizás aquí resida, como puede verse en las lecturas "estructuralistas" de Freud, la clave de la formación mitológica de la historia del surgimiento de la cultura. Separándose de la postura de Kroeber y Malinowski, Lévi-Strauss extraía el significado "profundo" de Totem y tabú, al postular que "son la expresión permanente de un deseo de desorden o más bien de contraorden. Las fiestas desempeñan la vida social al revés, no porque antaño fue tal, sino porque jamás fue así y no podrá ser jamás de otro modo. Los caracteres del pasado sólo tienen valor explicativo en la medida en que coinciden con los del porvenir y del presente" (Lévi-Strauss, 1985, p. 569).

Según esta interpretación, la mitología histórica que Freud reconocía haber articulado obtenía su justificación por la eficacia en representar, en un eje presuntamente diacrónico, una condición permanente de la existencia individual y social. El drama de la sociabilidad humana consistiría en que precisamente vivir la sociabilidad impone una doble exigencia (un double bind) entre la satisfacción pulsional y la integración social. El relato de los orígenes sólo tendría sentido como ilusión retrospectiva de los conflictos actuales.8

Podemos considerar que la utilización de la hipótesis filogenética ofreció a Freud la posibilidad de establecer un artificio retórico para arrojar luz sobre fenómenos históricos que si son, en general, inverificables, muestran también la capacidad de articularse en un relato de larga duración que vincula el pasado con el presente. Quizás aquí resida su principal cualidad historiográfica. Existe en el empleo de la hipótesis el abandono de una mirada horizontal al tiempo histórico. Ya no se trata de establecer los cortes temporales (edad antigua, edad media, edad contemporánea, prehistoria, historia, etc.) sino una visión vertical del tiempo, donde lo que se considera son estratos cuyos restos se sedimentan y no se pierden para el futuro. Esa mirada es la que hace retóricamente factible que Freud transite entre pasado y presente sin mayores problemas, pues no se trata de períodos históricos cuyos espesores sean radicalmente inconciliables. Para que esta estrategia sea consistente es necesario establecer una cierta definición antropológica.

Es evidente que una perspectiva historicista que considerase a cada época como una entidad cerrada en sí misma hallaría indudables ingenuidades de anacronía en las incursiones históricas freudianas. Aquello que había aparecido en una discusión precedente como el juego temporal de la biografía es menos susceptible de crítica desde un enfoque historiográfico tradicional, pues la persistencia de las experiencias en la vida del individuo es, tal como solemos comprender la especificidad de la historia, más consistente en la medida que no demostremos lesiones psíquicas graves en el sujeto. Por el contrario, en la constatación de una mínima "normalidad" subyace la capacidad de reconstruir narrativamente la propia biografía o un fragmento de ella. Es lo que acontecía con el presidente Schreber escribiendo su teología o Aby Warburg redactando su viaje al país de los indios Pueblo.

Pero aquí mismo es donde reside un problema en la argumentación freudiana en tanto reconoce ciertos rasgos evolucionistas. En efecto, si la tarea de sujeción de las pulsiones que la cultura realiza en beneficio del progreso es efectiva, entonces es posible que la dinámica de la visión psicoanalítica del individuo actual sea apenas utilizable para la comprensión de la economía pulsional de épocas anteriores. Antes de retornar a estos temas instalados por Tótem y tabú, debemos asomarnos a cuestiones relacionadas, también actuantes en la obra de Freud, que nos permitirán arrojar luz sobre la complejidad de su pensamiento.

Notas

1 Nótese que Freud se basa en informaciones etnográficas de tercera mano, pues su fuente principal es La rama dorada de James Frazer que, como es sabido, reúne información elaborada por viajeros y antropólogos. Los datos de Freud son de tercera mano, si suponemos que los antropólogos observaran las cosas "tal cual son". Freud, empero, no tenía una visión ingenua de sus fuentes. En algún sitio menciona algunos de los problemas: "En primer lugar", escribe, "las personas que recopilan las observaciones no son las mismas que las procesan y examinan; las primeras son viajeros y misioneros, las segundas son eruditos que pueden no haber visto nunca a los objetos de su investigación. No es fácil entenderse con los salvajes. No todos los observadores estaban familiarizados con su lengua, sino que debieron servirse de intérpretes (…) Los salvajes no se muestran comunicativos acerca de los asuntos más íntimos de su cultura, y sólo se franquean con quienes han pasado muchos años entre ellos". Junto a estos problemas, por así decir "técnicos", Freud agrega que esos pueblos son tan antiguos "como los más civilizados", por lo que los recuerdos de pasadas épocas pueden estar tan distorsionados como sucede en los pueblos avanzados. Freud (1912-1913, pp. 105-106 n.).

2 Freud (1912-1913, p. 72). Poco tiempo antes Freud había reconocido esta cualidad del lenguaje que es característica de la lógica del inconsciente (que desconoce el "no") en un comentario de la obra de Karl Abel de 1884: Über den Gegensinn der Urworte: "En la concordancia entre esa peculiaridad del trabajo del sueño destacada al comienzo por nosotros y la práctica descubierta por el lingüista en las lenguas más antiguas tendríamos derecho a ver una confirmación de nuestra concepción acerca del carácter regresivo, arcaico, de la expresión de los pensamientos en el sueño". Véase Freud (1910e, p. 153).

3 Robertson Smith (1889, p. 47): "los semitas más tempranos, como los hombres [men] primitivos de otras razas, no trazaron una clara línea de distinción entre la naturaleza de los dioses, de los hombres, y de las bestias, y no tenían dificultad alguna en admitir un parentesco real entre (a) dioses y hombres, (b) dioses y el animal sagrado, (c) familias de hombres y familias de bestias".

4 Estas relaciones incestuosas, como la posesión del padre primordial del goce sexual, son pensadas por Freud en términos de heterosexualidad, aunque nada haría pensar que las ligazones eróticas pudieran definirse como tales antes de la institución de la cultura.

5 En el Manuscrito N, enviado a Fliess el 31 de mayo de 1897, Freud señalaba este punto. Decía que la "santidad" ("Heilig") consiste en el abandono de la práctica de perversiones sexuales, entre las cuales el incesto contaba entre las primeras. "El incesto", escribía, "es antisocial, la cultura consiste en esta renuncia progresiva". En Cartas a Wilhelm Fliess, p. 270; Briefe an Wilhelm Fliess, p. 269.

6 De Freud a Andreas-Salomé, 23 de diciembre de 1917, en Correspondencia, p. 95; Briefwechsel, p. 81.

7 Kroeber (1920), acusaba más a Freud por su utilización de las tesis de Darwin y Robertson Smith que a éstos: "Primero, la suposición de Darwin-Atkinson es desde luego sólo hipotética. Es una mera opinión que la organización más temprana del hombre se asemeja a aquella del gorila antes que a aquella de las hordas de monos. Segundo, la sugerencia de Robertson Smith acerca de que el sacrificio sanguinario en el culto antiguo vale fundamentalmente o para ciertos períodos de la cultura mediterránea –digamos los dos últimos milenios a. C.– o culturas luego influenciadas por ella. Tercero, en el mejor de los casos es problemático si el sacrificio de sangre rompe una observancia totémica. No está establecido que el totemismo sea una posesión original de la cultura semítica". Para otras evaluaciones cf. Muensterberger (1976).

8 Cf. También Roth (1995, p. 165), quien hace el paralelo con la "teoría de la seducción" y su carácter igualmente simbólico (no real) aunque eficaz como realidad psíquica, es decir, poseedora de una "verdad histórica".


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