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Seminario
Investigación<>Psicoanálisis
De la experiencia freudiana a la elaboración de nuevos
recursos metodológicos para la investigación psicoanalítica

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investigacion@edupsi.com

Organizado por : PsicoMundo

Dictado por : G. Pulice; F. Manson; E. Urbaj; O. Zelis


Clase 1
Gabriel O. Pulice - Oscar P. Zelis


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Presentación del seminario.
Introducción: La epistemología, el psicoanálisis, y la problemática relación de las ciencias con la naturaleza.
El problema del lenguaje y del sujeto para la ciencia.
Los límites de la psicología y las ciencias positivas.

Es tiempo de iniciar nuestro recorrido, y no podemos dejar de evocar la diferencia que Freud establecía entre los preparativos de un viaje —desde su nacimiento en tanto deseo, a la planificación de sus etapas y la preparación de las maletas— y lo que se pone en juego a partir de que uno se embarca. Pues bien, es tiempo de embarcarnos, y dado que lo que nos hemos propuesto es un largo viaje, sabemos que no será fácil sostener el entusiasmo y la convicción respecto de sus beneficios. Basta recordar lo que se dice sobre el estado de ánimo de la tripulación en las carabelas de Cristóbal Colón, los días previos al avistaje de tierra firme... ¡¡¡Y apenas habían transcurrido tres meses!!! Por supuesto, existen ahora ciertos instrumentos de navegación —aplicados por ejemplo a lo que denominamos «navegación aeroespacial»— que hacen que aún viajes mucho más largos puedan desarrollarse sin que nadie alcance tal estado de angustia o hastío. Nosotros también tendremos nuestros instrumentos de navegación, y entre ellos —ya lo hemos mencionado— la Lista de Discusión tiene un valor esencial: es allí donde se podrá producir —al menos eso deseamos— la mayor productividad de nuestro trabajo, en la medida en que se vaya poniendo en conexión con los interrogantes, los comentarios y demás aportes que, desde las valiosísimas experiencias profesionales que muchos de ustedes poseen, nos vayan haciendo llegar. Cabe mencionar, de paso, como algo que para nosotros mismos se constituyó en un punto de especial interés, el hecho de que entre quienes se sintieron convocados por nuestra propuesta encontramos una notable heterogeneidad, especialmente en lo que atañe a sus respectivos recorridos, tanto clínicos como académicos. Esto, que a simple vista puede presentarse como una dificultad, nos obliga sin embargo a un esfuerzo en la transmisión en el que, por otra parte, nos sentimos absolutamente comprometidos. Por supuesto, no pretenderemos pasar por alto esas diferencias, y mucho menos «corregirlas». Pero sí nos interesa ahorrarnos la oscuridad de los conceptos, salvo cuando el mismo objeto de nuestro interés nos obligue a ello. En este punto, podemos decir que ya es ese, nuestro objeto, suficientemente oscuro... Podemos añadir entonces, para dar un paso más, que si lo que delimita el campo de una ciencia es el objeto, podemos captar las dificultades que esto trae como consecuencia en lo que hace a las relaciones del Psicoanálisis con La Ciencia. ¿Puede considerarse el Psicoanálisis como una práctica científica? Por la vía de este interrogante daremos lugar al primer asunto que nos proponemos abordar.

A grandes rasgos, una disciplina científica, para ganarse un reconocimiento cabal y justificar su existencia independiente —es decir, que no sea incluida o absorbida dentro de otra ciencia— debe poder explicitar y ubicar su «campo» de acción específico; y aún mejor si dentro de aquel logra definir su «objeto» de estudio. Recién entonces, a partir de las peculiaridades de dicho campo —y dicho objeto—, habría de poder construir, determinar, y explicitar el «método» particular que utilizará para su abordaje. Hay aquí una primera pregunta a despejar: ¿Cuáles son el campo y el objeto específicos y propios del psicoanálisis? Pregunta que se sigue de otra relativa a cómo circunscribir entonces, para el psicoanálisis, su campo y su método de investigación1.

Podríamos comenzar diciendo que el campo original que descubrió Freud es el del inconsciente y sus producciones, y eso estaría muy bien, pero... Por un lado, esta argumentación ya ha tenido numerosos y logrados desarrollos; por otra parte, a esto hay que agregar que, dado que intentamos examinar en este primer momento las relaciones entre el psicoanálisis, la investigación y la ciencia desde una perspectiva más amplia, el hecho de comenzar por un término tan específico como es el inconsciente freudiano, quizás a muchos científicos o aquellos no imbuidos en la teoría psicoanalítica les pueda generar una justificada desconfianza. Optaremos entonces por aproximarnos desde uno de sus bordes, es decir, desde el terreno mismo de las ciencias que se han ganado ya un lugar indiscutido como tales, y que resisten incluso las inquisiciones y los embates más positivistas. Nos remitiremos, con este propósito, a la «Genética»; y luego a la «Física Moderna». En primer lugar: ¿quién puede dudar en la actualidad del rigor científico de la Genética, aún en su aplicación a cuestiones específicamente humanas? Ninguna ciencia ha despertado tanto como ella la expectativa de llegar a cubrirlo todo bajo el manto de sus descubrimientos y de su discurso, llegando incluso a entreabrir las puertas de la eternidad, por ejemplo, ante la identificación de «Matusalén», el gen vinculado a la longevidad...

Antes de entrar de lleno en nuestro desarrollo, y como una interesante consideración preliminar, conviene tomar nota de algo que Eric Laurent señalaba hace algunos años: que frente al modo de presentación actual de disciplinas tales como la biología, especialmente a partir del desarrollo de la genética, puede generarse cierto equívoco del que es importante estar advertidos. Vemos que se viene imponiendo la modalidad de presentar a estas ciencias bajo la forma de la lengua, al punto de estar todo el mundo acostumbrado a que se hable de «código» y de «mensaje» como parte de su terminología más común, sin advertirse —más allá de esta aparente similitud— ninguna diferencia con respecto a lo distintivo y esencial del lenguaje humano. «La estructura del ácido desoxirribonucleico —dice Laurent— se presenta como una secuencia de proteínas que producen cadenas sintácticamente articuladas, y se habla de lengua en este campo de investigación; pero es una lengua completamente formalizada, es una lengua sin equívocos, y lo que hay como equívocos son errores de reduplicación, y cuando los hay son muy desagradables porque son la causa de cierto número de enfermedades. En cambio, la metáfora biológica invade las lenguas formales y, por ejemplo, en todas nuestras pequeñas computadoras se habla de virus que tienen consecuencias muy problemáticas también, o la gente de Microsoft habla burlándose del ADN de Microsoft, de su software, que va a infectar todas las máquinas que encuentre en su camino...»2. Podemos evocar, en sintonía con estas ideas, el comentario aparecido en la nota central de la Revista que acompaña la edición dominical de un importante matutino de la ciudad de Buenos Aires, en medio del impresionante impacto mediático producido, a mediados del año 2000, por el desciframiento casi completo del genoma humano: «Para conocer la trama de esta historia, que se mezcla sorpresivamente con los intereses de los grandes negocios3, hay que entender, en principio, qué es el genoma. Básicamente, es una lista completa de los códigos que son necesarios para crear un ser humano. Para abrir el candado de su lenguaje, fue necesario reconocer primero cómo se integraban entre sí las partículas más pequeñas que conforman cada gen: las bases nucleotídicas, que son cuatro (guanina, adenina, timina, y citosina). Cada una de ellas es designada con la primera letra de su denominación —G, A, T , y C— y su combinación en cientos, miles o millares de pares de bases — según el caso— conforman un gen, la unidad física de la información hereditaria. Cada gen, a su vez, envía instrucciones a la célula que integra, pidiéndole que fabrique la proteína necesaria para cumplir con su función específica: nutrir las uñas, por ejemplo. O proteger las paredes del estómago para que no se produzcan úlceras. Y sólo basta un pequeño error de ortografía en un gen para que se produzca una de las 5000 enfermedades genéticas que se conocen hasta hoy». Resulta oportuno destacar, llegados aquí, la originalidad de la definición lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje, allí donde este lenguaje se construye inevitablemente como equívoco, y está sometido a la imposibilidad de la univocidad. En contraposición a ello, el «lenguaje genético» se supondría liberado de malentendidos... Sin embargo, es bien sabido que con frecuencia se presentan en esa transmisión genética ciertas alteraciones: por ejemplo, aquellas que se inscriben en el contexto de «la evolución natural de las especies», reconocidas desde Darwin como «mutaciones» al servicio de la preservación de la vida... Pero eso no es todo. Suelen presentarse también otros desvíos, los que verdaderamente incomodan. Y en ese caso, la pregunta sería cómo conceptualizar tales infortunios genéticos cuando no logra visualizarse cuáles son sus propósitos. ¿Tan sólo podrían tomar el estatuto de «error»? Si ajustamos ahora nuestra lente sobre lo que abarcamos con el término de subjetividad, podemos presumir que estos problemas se hacen aún más complejos, y veremos cómo la alternativa de subordinarlos punto por punto al dominio o al soporte genético permite introducir, al menos, algunos interrogantes muy fuertes.

Para acercarnos unos pasos más adonde nos interesa, vamos a introducir cierta historia jamás ocurrida pero sin embargo plena de actualidad y realismo, al punto que se pueden ubicar allí, con muchísima precisión, los principales problemas lógicos y éticos que se plantean respecto de la subjetividad a partir del fantástico desarrollo alcanzado por parte de esta ciencia en los últimos años. Se trata del film Gattaca, experimento genético, estrenada en 1997 y promocionada con el inquietante subtitulado: «¿Puede la manipulación genética dominar el espíritu humano?». La historia nos sitúa en un futuro próximo pero indeterminado, y desde el inicio llama la atención la mesura en la utilización de aquellos recursos técnicos rimbombantes tan propios de las películas encuadradas en este género, la «ciencia ficción». Todo se ve más bien sobrio y austero, por lo que la atención del espectador resulta completamente atraída por la fuerza de la trama argumental. En ese futuro indeterminado, una pareja puede —y debe— seleccionar, entre los atributos genéticos que ambos reúnen, aquellos que harán que su descendencia lleve lo mejor del bagaje familiar, descartándose todos los que puedan determinar la aparición de enfermedades y otras cosas indeseables para un hijo propio. Pronto nos damos cuenta de algunas de las consecuencias que esto trae consigo. En primer lugar, que gracias al aporte de la genética, la discriminación social ha tomado una nueva forma: ella permite distinguir científicamente —por ejemplo, para la asignación de un puesto de trabajo— cuales de los candidatos son los más «aptos», y cuales son lisa y llanamente «genéticamente no-aptos». Por supuesto, ese es el caso del protagonista, Vincent Freeman —interpretado por Ethan Hawke—, a quien entre otras cosas se le han detectado desde el momento mismo de su nacimiento serias falencias cardíacas, por lo que su expectativa de vida no supera los 30 años. ¿Cómo es que se produjo semejante «accidente»? Fue una noche de amor, en la que sus padres se olvidaron por un momento de los avances científicos, concibiendo de ese incorrecto modo a este niño al que, a pesar de todo, decidieron tener. Ellos tienen además otro hijo, concebido —esta vez sí— de acuerdo a los cánones de la ciencia y, por lo tanto, genéticamente «apto». Hay una escena que en la película se repite, y que parece estar destinada a simbolizar la rivalidad entre los hermanos, de antemano favorable al otro: es una suerte de juego y desafío en el que ambos se arrojan a nadar en el mar, alejándose en forma perpendicular a la costa, hasta que uno de los dos se dé finalmente por vencido, en el momento en el que no puede más. Es entonces cuando emprenden el regreso, siempre hasta allí con la victoria de la ciencia.

El problema es que este muchacho, genéticamente impuro y científicamente condenado a muerte, tiene sin embargo un deseo... Deseo que lo lleva a dejar en suspenso las predicciones científicas y confrontar los obstáculos que su condición genética le impone. El primer paso es conseguirse una nueva identidad, que le permita integrarse al tejido social en el lugar preciso de su interés. Debe recurrir entonces al «mercado negro de las identidades», y es en este punto que se introduce una nueva historia, digamos «colateral», relativa a quién desde entonces le «alquilará» su identidad. Se trata de un sujeto «genéticamente apto», aunque no por eso menos humano. Su historia es un verdadero drama, y muestra una cara impensada del asunto, que fácilmente podríamos conectar con cuestiones relativas al narcisismo, en su triste vinculación con la versión más cruel del superyó. Se trata de alguien nacido para ser el mejor, cosa que no desentona en nada con los ideales de ese mundo, que no están demasiado alejados de los del nuestro. En ese contexto, este hombre, dedicado entre otras cosas a la natación deportiva, participa en una competencia oficial, en la que sale segundo. Esto es algo para lo que él no está preparado para soportar, decidiendo entonces poner fin a su vida arrojándose a las ruedas de un automóvil. Por desgracia para él, también allí fracasa, quedando desde entonces inválido de por la vida. Tiene una identidad y un bagaje genético admirable, pero su existencia carece ya de sentido, abandonándose al alcohol y a la autocompasión. Queda sin embargo vacante su lugar en la sociedad, algo que podría vender a buen precio —aunque no se sabe bien para qué. Un intermediario hace las gestiones y se lleva a cabo el trato, que consiste en transferirle su identidad a Vincent; lo cual crea entre ambos, desde ese momento, un lazo tan particular como irreversible. El obstáculo que se presenta para asimilarse a su nueva identidad es una verdadera puesta a prueba de su deseo: hay entre la estatura de ambos una diferencia de varios centímetros, que debe ser subsanada por una dolorosa intervención quirúrgica en sus piernas. Pero eso no detendrá a Vincent Freeman. Lo demás, es sólo cuestión de disciplina; y es realmente interesante ver cómo la cuestión de la «identidad» se sostiene allí a nivel de los «indicios», desde la pequeña gotita de sangre con la que cada día debe sortear el acceso a su lugar de trabajo, hasta los cabellos y restos de uñas que cotidianamente debe esparcir en su escritorio tal como naturalmente lo haría una persona normal, frente a lo sospechoso que sería no dejar ningún rastro4. Por supuesto, todos esos rastros que él deja se los provee el otro, su «benefactor», esto es parte del acuerdo. La trama incluye un asesinato y el reencuentro de Vincent —quien pronto pasa a ser el principal sospechoso— con su hermano, especialmente enviado por las fuerzas de seguridad para investigar el caso. Es en este contexto que se librará entre ellos la última competencia, otra vez en el mar. Su resultado, anticipa un final no del todo anunciado, que representa el triunfo del deseo por sobre las predicciones científicas.

Abrimos aquí algunos interrogantes. En primer lugar, ¿cómo explicar ese impulso a la muerte que aparece dominando a quien, sin embargo, se supone genéticamente «apto»? Y por otra parte, si se tratara de un impulso determinado solamente por los genes, ¿porqué no hay una serie de suicidados, por ejemplo, entre quienes —en esa misma competencia y en cada una de ellas— salieron tercero, cuarto, quinto...? Es oportuno recordar aquí que el psicoanálisis cuenta en su bagaje conceptual con algunas herramientas que nos pueden resultar de gran utilidad: una de ellas es la pulsion de muerte; la otra, tiene que ver con aquello que Freud situara como «las series complementarias»5. Esto permite ubicar ese impulso al suicidio —finalmente realizado— en el cruce entre la contingencia de «salir segundo», y la imposibilidad por parte de ese sujeto de confrontarse con aquello que —en tanto tiene la certeza de que sólo se admitiría para él ser primero— lo deja como caído del deseo del Otro... ¿Por qué esto lo deja sin lugar en el deseo del Otro? Para responder esta pregunta necesitaríamos disponer de otros datos de la historia de ese sujeto que la película no nos revela, aunque podemos sospechar que hay allí alguna implicación edípica relativa a qué determina tener o no tener un lugar en el deseo de sus propios padres. De todas formas, es indudable que para él, al menos fantasmáticamente, salir segundo equivale a quedar situado en un lugar insoportable, del que es preciso salirse no importa cuál sea el costo.

Podemos tomar esta misma historia para situar otro punto de sumo interés en el campo de la subjetividad, que tiene que ver con la diversidad de relaciones que se establece entre un sujeto respecto de otro, algo que no resulta fácilmente abarcable o explicable desde la genética. Podríamos, por ejemplo, detenernos en el fenómeno de la identificación, cuyo clímax se alcanza en el film en el preciso momento de la realización del suicidio de quien fuera considerado «genéticamente apto», justo en el mismo instante en que Vincent logra cruzar —como Cæsar—, su propio Rubicón6, incinerándose uno con el mismo fuego que al otro lo impulsa7. Retomando nuestra línea argumental, entendemos que esta historia nos permite visualizar con cierta claridad todo un campo potencial de investigación que queda por fuera del abordaje tanto de la genética como de la ciencias médicas, permitiéndonos retomar aquella pregunta que dejáramos planteada en otro lugar8, cuando señalábamos que en estos tiempos en que se ha decodificado la totalidad del genoma humano, y por tanto, puede vislumbrarse el campo de eficacia de la genética ante los problemas y vicisitudes del hombre, la pregunta que surge casi silenciosamente es si luego de despejar el campo de incumbencia y eficacia de la genética en los problemas de la subjetividad, aquello que reste, ¿no estaría indicando el campo de incumbencia del psicoanálisis?

Podemos agregar algunas reflexiones más sobre la genética a partir de otro ejemplo, esta vez un caso real. Se ha difundido recientemente —febrero del 2002— por los medios de prensa de todo el mundo, un nuevo e impactante logro de esta joven ciencia que afecta a las cuestiones más domésticas: ha tenido éxito el proyecto de generar por clonación un gato, al que se dio en llamar «Copy Cat». En primer lugar —y por más inocente que suene a esta altura de los acontecimientos— cabe la pregunta: ¿qué es un clon? Desde la genética, se responderá que es un nuevo individuo creado a partir de «copiar» el genoma de un espécimen original. Vale decir que, para la genética, ese nuevo organismo es idéntico a su matriz. Pero, a poco que reflexionemos en esto, esa idea de la copia exacta comienza a tambalear, y basta para ello introducir unos pocos elementos. Volvamos a los planteos que se abrían a partir de la película Gattaca, y proyectémonos al momento de la ciencia y técnica en que se podrá hacer clones humanos —¿o ya estamos en ella? Podemos preguntarnos entonces: el clon de una persona ¿sería su duplicado exacto? Si así fuera, al encontrarse con su precursor, ¿tendrá los mismos sentimientos, es decir, le produciría ese encuentro el mismo impacto? ¿Cuál sería la diferencia si la copia genética fuera completa? Introduciremos sólo un elemento para pensar algo más sobre esto: el «tiempo». Volviendo a nuestro recién venido, el simpático «Copy Cat», no podemos ignorar que sus componentes cargan desde el inicio con el envejecimiento de su donador genético, vale decir, nació en su caso con un «material genético» cuatro años más viejo que el de su antecesor. ¿O acaso esa «sustancia» no envejece? Hay quien podrá decir que estas disquisiciones no entran en el marco de la teoría científica, que estamos abusando un poco, y que a pesar de todo se puede decir que, para la ciencia, ambos son iguales. No obstante, creemos que vale la pena considerar el tema del tiempo, porque, efectivamente, en gran parte del pensamiento científico, una de las cuestiones más polémicas es la de la temporalidad. Aquí nos remitimos al Seminario sobre Psicoanálisis y Ciencia, coordinado por Michel Sauval y Eduardo Albornoz, de donde tomamos el prefacio de Laplace a su «Theorie analytique des probabilites»: «Una inteligencia que conociera en un momento dado todas las fuerzas que actúan en la naturaleza y la situación de los seres de que se compone, que fuera suficientemente vasta para someter esos datos a análisis matemático, podría expresar en una sola fórmula los movimientos de los mayores astros y de los menores átomos. Nada sería incierto para ella y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante su mirada». Sauval y Albornoz, comentando dicha frase refieren que «… convoca a una completa racionalización de lo real, lo cual implica, desde otro punto de vista, la eliminación del tiempo en tanto expresión de procesos irreversibles».9 Esto lo desarrollan dichos autores más extensamente en su Seminario, citando la crítica que hace otro destacado científico, Prigogine, hacia aquella concepción. Él plantea que la flecha del tiempo es unidireccional e irreversible, y eso también tiene sus efectos y consecuencias, cosa que una visión más simplista rechaza incluir en su conceptualización. Como quiera que sea, vemos que la cuestión de la temporalidades un factor que está lejos de haber sido resuelto en forma taxativa por ningún saber científico. Entonces, vemos otra vez surgir nuevos elementos que escapan a una visión mecanicista de la vida, y que no se pueden abordar o explicar desde una concepción dura de las ciencias o, como en los ejemplos recién tratados, solamente desde la genética. Puesto que aún con la mejor y más completa información y recursos técnicos, queda sin embargo «la ciencia» sin tener eficacia, ante una serie de hechos y problemas singulares, relativos a situaciones y vicisitudes humanas —como el deseo subjetivo, la motivación, los ideales, el desafío de los límites, el miedo a lo desconocido, la apuesta, la identificación, la proyección, la superación, etc.— heterogénea serie de datos que sin embargo podrían ser incluidos en un campo común, el de la subjetividad, difícilmente reductible a los componentes biológicos…

Como anticipábamos al comienzo, la otra disciplina que nos permitirá avanzar en nuestra argumentación es la Física, a esta altura una de las «especialidades» científicas más tradicionales. Algunas de sus ramas le permiten gozar, sin embargo, de renovada juventud, conservando no obstante su mejor aroma de cientificidad. ¿Quién puede discutir el título de «científica», por ejemplo, de la moderna Física Atómica? ¿Acaso no es ésta la imagen que popularmente se tiene de ella? Quizás para sorpresa de algunos también intentaremos despejar —con la colaboración de dos de sus hijos dilectos, Niels Bohrn y Werner Heisenberg10— ciertas coordenadas relativas al campo y el objeto psicoanalítico. Veremos cómo la experiencia de la Ciencia Física también nos puede aportar algunos elementos epistemológicos de utilidad. El primer punto que indagaremos entonces —guiados por Heisenberg a partir de su obra La imagen de la Naturaleza en la física actual11— es lo relativo al «objeto» de la ciencia, algo que enunciáramos al comienzo de la clase. Podemos renovar aquí nuestros interrogantes: ¿puede una ciencia realmente definirse por su objeto? ¿Qué pasa si ese objeto varía, en el transcurso de su desarrollo? Este es el caso —siguiendo el razonamiento de Heisenberg— de la «Ciencia Natural Exacta», tal como llama él a la Física Moderna. El objeto de la Física no ha sido siempre el mismo, y en los últimos períodos se ha producido una importante transformación12. El objeto ya no es la naturaleza «objetiva»: el objeto ahora puede definirse como «la interacción entre el Hombre y la Naturaleza», de modo que «...en la ciencia el objeto de la investigación no es la Naturaleza en sí misma, sino la Naturaleza sometida a la interrogación del hombre». Se llega a esta conclusión al hacerse patente —sobre todo a partir de los avances de la física en los últimos decenios, y en especial trabajando en intervalos espacio temporales cada vez más pequeños— que el método de observación altera, modifica, y determina algunos aspectos del objeto a observar. «La ciencia natural —sostiene Heisenberg— no es ya un espectador situado ante la Naturaleza, antes se reconoce a sí misma como parte de la interacción de hombre y Naturaleza. El método científico consistente en abstraer, explicar y ordenar, ha adquirido conciencia de las limitaciones que le impone el hecho de que la incidencia del método modifica su objeto y lo transforma, hasta el punto de que el método no puede distinguirse del objeto». Heisenberg nos refiere que la física ya no puede sostener el ideal del Determinismo completo, y debe admitir dentro de su marco teórico a las «relaciones de indeterminación»: por ejemplo, en relación a partículas subatómicas, la imposibilidad teórica de fijar con exactitud posición y velocidad al mismo tiempo. Es así entonces que conviven teorizaciones disímiles para un mismo fenómeno; por ejemplo, la naturaleza ondulatoria de la materia atómica y a la vez su naturaleza corpuscular. Conviven a la espera de que nuevos descubrimientos den lugar a alguna posible articulación entre tales especulaciones teóricas; aunque, en verdad, nada garantiza que ello alguna vez ocurra.

Por su parte, Niels Bohrn proponía para ello el concepto de «complementariedad», según el cual, entre las distintas «imágenes intuitivas» que describen los sistemas atómicos, cada una de ellas puede ser «adecuada a determinados experimentos, a pesar de que se excluyen mutuamente». Por ejemplo, se puede describir al átomo como un pequeño sistema planetario; pero para otros experimentos puede ser conveniente imaginar que el núcleo se halla rodeado por un sistema de ondas estacionarias; o, por último, puede ser considerado como un objeto de la Química, poniéndose el mayor interés en sus atributos combinatorios... Desde esta perspectiva, «dichas distintas imágenes son verdaderas en cuanto se las utiliza en el momento apropiado, pero son incompatibles unas con otras, por lo cual se las llama recíprocamente complementarias. La indeterminación intrínseca a cada una de tales imágenes, cuyas expresiones halla precisamente en las relaciones de indeterminación, basta para evitar que el conflicto de las distintas imágenes implique contradicción lógica. (...) el conocimiento incompleto de un sistema es parte esencial de toda formulación de la teoría cuántica». Sin forzar demasiado las cosas, podemos decir que este panorama epistémico de la Física Atómica, bien puede servirnos para reflexionar sobre algunas cuestiones relativas a las dificultades de aprehensión y de observación propias de nuestro objeto. De hecho, no sólo el psicoanálisis aborda las cuestiones relativas a la subjetividad, el psiquismo, las emociones... No obstante, aquí debemos situar la especifícidad de lo inconsciente, como aquello que ubicaremos en el centro de nuestra investigación. En ese sentido, sabemos que desde el comienzo el psicoanálisis ha partido del hecho de que su método afecta al objeto, hasta el punto de ceñir rigurosamente esta reacción bajo el concepto de transferencia, que se constituye en el «motor» de la cura y que, en términos de Lacan, hay que entender como «la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente». Pero, como esbozáramos en nuestra clase 0, nuestra posición es que la investigación del psicoanálisis no se reduce sólo a lo que sucede en cada sesión o en cada tratamiento: nos interesa especialmente lo relativo a su transmisibilidad. A esto hay que agregar, por otra parte, que él puede ser un medio de abordaje —mediante su cuerpo teórico y algunos elementos de su método clínico— para distintas problemáticas de la subjetividad que se juegan también afuera de la sesión psicoanalítica. Y esto no es novedoso, ya que Freud lo hizo en varios de sus trabajos de investigación y también lo afirmó conceptualmente, lo mismo que Lacan, al intervenir en las presentaciones de enfermos en el ámbito hospitalario, o al investigar sobre sucesos sociales o políticos, o al investigar sobre obras literarias, teatro, poesía, pintura, matemática... En todas estas investigaciones por fuera del dispositivo analítico ha quedado demostrado que el cuerpo teórico-práctico del psicoanálisis es una herramienta potente para echar luz nueva en distintos campos de la subjetividad, ya que contiene conceptos-herramientas propios para abordar lo real y, como diría Peirce, hacerlo reaccionar de manera novedosa. No obstante, hay que decir que si tanto Freud como Lacan se han aventurado a incursionar en terrenos tan heterogéneos como la filosofía, la sociología, la historia, la antropología, la literatura universal, la mitología, la óptica o la lógica, ha sido en una buena medida en la búsqueda de nuevos elementos y herramientas conceptuales que les fueran permitiendo iluminar aquellas zonas repentinamente oscuras del trabajo clínico que, inevitablemente, y con tanta frecuencia, se presentan.

Llegaremos hasta aquí en la clase de hoy. Y más allá de situar su vinculación natural al campo de lo inconsciente, la pregunta por el objeto de nuestra investigación quedará abierta, precisamente, porque ella nos impulsará y nos acompañará en cada una de las estaciones de nuestro recorrido. Conviene, entonces, no apresurar su respuesta. Entre tanto, en el intervalo hasta nuestro próximo encuentro, nos pareció oportuno evocar una interesante intervención de Lacan sobre el tema que hoy comenzamos a desarrollar, y que pronto retomaremos: «El objeto del psicoanálisis (…) no es otro sino lo que he adelantado ya de la función que desempeña en él el objeto a. ¿El saber sobre el objeto a sería entonces la ciencia del psicoanálisis? Es muy precisamente la fórmula que se trata de evitar, puesto que ese objeto a debe insertarse, ya lo sabemos, en la división del sujeto por donde se estructura muy especialmente, de eso es de donde hemos partido hoy, el campo psicoanalítico. Por eso era importante promover primero, y como un hecho que debe distinguirse de la cuestión de saber si el psicoanálisis es una ciencia (si su campo es científico), ese hecho precisamente de que su praxis no implica otro sujeto sino el de la ciencia»13.

Gabriel O. Pulice - Oscar P. Zelis

Notas

1 En una primera aproximación, podemos comparar los problemas que aquí se nos plantean con aquello que señalara Umberto Eco respecto de la investigación y la determinación del campo específico de la Semiótica, en su Tratado de semiótica general. Allí, él proponía los siguientes pasos: «(1) considerar el dominio semiótico tal como aparece hoy, en la variedad y en el propio desorden de sus formas; y así será posible proponer (2) un modelo de investigación aparentemente reducido a los términos mínimos. Hecho esto, (3) deberemos impugnar constantemente dicho modelo, revelando todos los fenómenos que no se adapten a él, obligándole, por tanto, a (4) reestructurarse y a ampliarse. De ese modo quizá consigamos, aunque sea provisionalmente, (5) trazar los límites de una investigación semiótica futura y (6) sugerir un método unificado para el estudio de fenómenos que aparentemente difieren unos de otros, como si fueran mutuamente irreductibles (….) Por lo tanto, de lo que se trata es de ver que, en dichos dominios de intereses (comunes en tantos sentidos a otras disciplinas), puede ejercerse una observación semiótica de acuerdo con sus propias modalidades. Y así resulta que el problema del dominio remite al de la teoría o del sistema categorial unificado desde cuyo punto de vista todos los problemas enumerados en este apartado pueden tratarse "semióticamente" (...) Una vez recorrido el dominio semiótico en su desordenada variedad, se plantea la cuestión de si es posible unificar enfoques y problemas diferentes».

2 Laurent, E.; Psicoanálisis y Salud Mental, Buenos Aires, Tres Haches, 2000.

3 Basta mencionar que en el proyecto Genoma Humano, lanzado en 1990 con fondos mayoritariamente estadounidense, se invirtieron —según asegura esta misma fuente— 2.100 millones de dólares y quince años de investigación.

4 Es interesante notar cómo los indicadores genéticos, de los cuales se supone que estarían al servicio de eliminar toda probabilidad de error en la determinación de una identidad —eliminando de ese modo toda posible conjetura—, son sin embargo utilizados por el protagonista como indicios destinados a engañar al Otro.

5 Sobre las Series Complementarias ver Freud, S.; Tres ensayos de teoría sexual (1905); Conferencia 22: Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la regresión. Etiología. (1917); Conferencia 33: La feminidad (1932).

6 El paradigmático momento en el que César se decide a cruzar el Rubicón —produciendo con ese acto un giro decisivo en la historia de Roma— es extensamente analizado por Lacan en su seminario XV, El acto psicoanalítico (1967/1968), y retomado luego con frecuencia por numerosos autores. Véase por ejemplo el texto de J. A. Miller, «J. Lacan: observaciones sobre su concepto de pasaje al acto», en Infortunios del Acto Analítico.

7 En el final de la película, cuando Vincent se dispone finalmente a viajar al espacio, su «benefactor» se dispone a otro viaje, arrojándose al fuego del incinerador, en donde el juego de cámaras hace de los dos fuegos —el otro es el del cohete que lleva a Vincent—, el mismo fuego.

8 Investigación <> Psicoanálisis: De Sherlock Holmes, Peirce y Dupin a la experiencia freudiana, Buenos Aires, Editorial Letra Viva; 2000. Capítulo IV.

9 Psicoanálisis, Ciencia y Posmodernismo. En Acheronta nº 7 y en el Seminario Psicoanálisis y ciencia, en PsicoMundo

10 Werner Heisenberg (1901-1976), físico alemán, fue uno de los creadores de la Mecánica Cuántica, a cuyo desarrollo contribuyó con sus estudios sobre la Mecánica de Matrices. Estableció el Principio de Indeterminación que lleva su nombre, referido a la imposibilidad de conocer simultáneamente y con precisión la posición y el impulso de una partícula. Postuló la existencia del neutrón, y durante la Segunda Guerra Mundial participó en las investigaciones tendientes a la realización de la bomba atómica en Alemania. Fue galardonado con el Premio Nobel de Física en 1932 junto con Niels Bohrn y Jordan. Por su parte, Niels Bohrn (1885-1962) fue un eminente físico danés que se especializó en Física Teórica y en Mecánica Cuántica. En 1922 recibió el Premio Nobel de Física por la elaboración del Modelo Atómico que lleva su nombre. .

11 Buenos Aires, Planeta Agostini, 1993.

12 En su seminario Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis (1964), Lacan desarrolla una idea que parece estar en sintonía con este planteo de Heisenberg: «Lo específico de una ciencia, es tener un objeto. Puede sostenerse que una ciencia se especifica por un objeto definido, al menos, por cierto nivel operativo, reproducible, al que se llama experiencia. Pero hay que ser muy prudentes porque este objeto cambia, y de manera singular, en el curso de la evolución de una ciencia. No se puede decir que el objeto de la física moderna es el mismo ahora que en el momento de su nacimiento, el cual, se los advierto desde ahora, es para mí el siglo XVII. Y el objeto de la química moderna, ¿es acaso el mismo que el del momento de su nacimiento, que sitúo en Lavoisier?».

13 Lacan, J.; «La ciencia y la verdad», lección de apertura del Seminario desarrollado entre los años 1965/1966 en la École Normale Supérieure sobre El objeto del psicoanálisis. Ver Escritos II, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987.


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