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Seminario
Bordes del psicoanálisis con el texto jurídico

http://wwww.edupsi.com/milenio
milenio@edupsi.com

Organizado por : PsicoMundo

Dictado por : Lic. Luis Camargo


MODULO PRIMERO
"DEL PADRE"

Clase Nro. 3
Padre Imaginario, Simbólico, Real


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Como corolario de estas reflexiones alrededor de la función del padre, nos ha parecido pertinente, tal como lo adelantamos en la 2da. clase, ofrecer a más no sea de modo panorámico, las distinciones estructurales que implica el polarizar el término "padre" de acuerdo a la tripartición lacaniana de sus registros, en Imaginario, Simbólico y Real.

Y es que tal procedimiento se corresponde con una lógica que hace que, al concebir al padre como trino, no como uno, podamos inferir efectos diferentes según lo abordemos desde un registro u otro. Uno de esos efectos ya lo sugerimos lo suficiente, pues fue motivo de la clase precedente: se trata de superposición de los atributos del amo con los del padre. Es precisamente el desanudamiento de ese pegoteo el que puede llevarnos a evaluar otros posibles efectos de la paternidad, en la medida que hagamos incidir en ella otra lógica diferente a la que se sustenta en aquel.

Vayamos sin más a analizar la tripartición propuesta, que no es otra que la surgida del propio texto de Lacan.

Con las limitaciones propias de todo reduccionismo, volvemos a presentar el cuadro-guía con el que cerramos la clase segunda.

PADRE IMAGINARIO PADRE SIMBOLICO PADRE REAL
lo instaura el hijo

recubre al

padre real

amor/odio

omnipotente/impotente

lugar vacío

asignado por la madre

padre como Nombre

necesario

hombre de una mujer

introduce lo imposible

causa

agente de la castración

padre del Nombre

Amo Antigüo

Bien Soberano

decir el bien

Discurso Canónico

Dios de Abraham

dice la Ley

Superyó cultural

Psicoanálisis

Arte

Discursos críticos

bien decir

no hay relación sexual

 

+

Ciencia Capitalista

(Homo technicus)

=

Amo Contemporáneo

A imágen y semejanza

"Tu sola presencia física ya me aplastaba...Recuerdo por ejemplo, cuándo nos desvestíamos juntos en una casilla. Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me sentía miserable, y no sólo frente frente a ti, sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí la medida de todas las cosas...Yo te estaba agradecido porque no parecías advertir mi angustia y también estaba orgulloso por el cuerpo de mi padre. Por lo demás, esta diferencia subsiste todavía entre nosotros. A ella correspondía, además, tu supremacía espiritual. Tú habías llegado tan alto mediante tu propio esfuerzo que por eso tenías una ilimitada confianza en tu parecer...Desde tu sillón gobernabas el mundo... Asumías ante mí el enigma de los tiranos, cuyo derecho se funda en su persona y no en la razón. Por lo menos, así me parecía."

Franz Kafka, "Carta a su padre", Ed. ALPE.

Colocamos en nuestro cuadro que al padre imaginario lo instaura el hijo. En rigor, es éste el padre al que los analizantes, en tanto hijos, dedican su elaboración de saber en el trabajo analítico. Dicho de otro modo: el padre imaginario es aquel del cuál exclusivamente se habla en un análisis, ya que los otros, como hemos ido sugiriendo, no pueden ser dichos, y tan sólo es factible constatar sus efectos en acto. Es por ello que Lacan puede equipar dicho padre imaginario al manto de Noé que cubre la desnudez del padre real, al que excluye toda posibilidad de análisis (Radiofonía &Televisión; Ed. Anagrama, p.102)

La instauración de este padre en tanto imágen, a cargo del hijo, no es sino a lo que el propio Freud se aboca en sus conceptualizaciones alrededor del "amor al padre", núcleo de su teoría del Complejo de Edipo. El declinar de este Complejo, se sabe, implica la instauración de una instancia que Freud designa alternativamente como "Ideal del Yo" y "Superyó", y que implica un tipo de identificación con la figura del padre, a partir de la ambivalencia afectiva y disposición bisexual estructural conque se la recubre. Ese padre introyectado, incorporado, es correlativo a la fantasía del niño de hacer de él un Amo todopoderoso, omnipotente, un padre benefactor, que hace contrapeso a un deseo materno de completarse narcisísticamente con su producto, el hijo. Es el padre de los atributos, como lo menta la cita kafkiana. El padre del tamaño, de la apariencia. Es por ello que la mencionada identificación es, a su vez, imaginaria: es decir, diferenciable de otro tipo de identificación, la simbólica, la cual la situaremos luego en el padre muerto. El padre en tanto imágen no está muerto: es más bien la imposibilidad de hacer el duelo por él lo que lo sostiene en el plano especular de la imágen. No se trata tanto de una normativización del deseo, sino de la asunción imaginaria de los emblemas de la virilidad o de una femineidad sostenida en el anhelo perpetuo de lograr de dicho padre, aún desplazamiento mediante, un hijo.

Hemos dicho que al padre en tanto Amo lo instaura el hijo a través de su amor. Más ¿este amor se corresponde con la definición que Lacan da de él, esto es, el dar lo que no se tiene a quien no lo es? No: se trata de un amor que no participa del don, en tanto éste es en esencia simbólico. Es el terreno de la oblatividad, de la cual sabe el obsesivo, en la medida que el don allí se hace signo: o sea, se trata de una representación absoluta (no relativa, como en la simbólica del amor), en la medida que se trata de dar algo a alguien. Se trata pues, del amor en tanto imaginario. Y ese algo que se da, en puridad, no es sino el falo, poderosamente narcisizado, no negativizado, es decir, imaginarizado. Dar ese algo, por estructura, es imposible, ya que Falo, como significante, es uno de los nombres de la falta en el Otro: de allí la permanente frustración que conlleva el sostenimiento del padre en la imágen. De allí el reproche perpetuo conque suele teñirse a la figura paterna, como lo deja sentir la pluma de Kafka en su epístola. De allí que coloquemos a la impotencia paterna como el reverso de su omnipotencia: en tanto no pudo ofrecer al niño un sustituto narcisístico equivalente al forjado por su madre en la posición fálica, posición que primitivamente le reservara la estructuración edípica. El reproche es tanto por lo que no tiene, como por lo que él, su hijo, no es; es al padre imaginario a quien el niño reprocha haberlo hecho tan mal.

Cuando Freud habla del Superyó en relación a la figura paterna subraya de mil modos, su carácter sádico, su representación como una figura obscena y feroz. Dice, por ej., en "El Yo y el Ello":

"Su relación con el Yo no se limita a la advertencia: «Así -como el padre- debes ser», sino que comprende también la prohibición: «Así -como el padre- no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado». Esta doble faz del Ideal del Yo depende de su anterior participación en la represión del Complejo de Edipo, e incluso debe su génesis a tal represión".

Se refiere, como es obvio a esta altura de la difusión del psicoanálisis, a la posición del padre como interdictor frente al objeto materno. Unos párrafos más adelante destaca que, a su vez, debe situarse al poderoso sentimiento de culpabilidad inconciente de los neuróticos en relación a esta instancia superyoica. Lo que nos interesa destacar aquí es lo siguiente: el padre idealizado, privador ("a doble título", dice Lacan, de la madre y del niño), imaginario, que se encarna en una figura altamente erotizada, el padre, al que se le ofrece toda la fidelidad a la vez que se le consagra el sufrimiento, ese padre es la fuente primordial de lo que Freud llamó el sentimiento inconciente de culpa. Pero, y simultáneamente, es la culpa misma la que sostiene a ese padre. Es en la medida que la culpa aleja de la angustia que suscita el deseo, en la medida que ella, la culpa, se sostiene en el Ideal forjado en el padre imaginario (culpa entonces, como uno de sus rostros) que el sujeto no puede advenir a la dimensión de una ética diferente, que sea la de autorizarse por sí mismo más allá del Padre-Amo, perpetuándolo a éste, a la vez que a aquél en su posición de hijo.

Hemos hablado de un amor que se refiere más a una esfera de la oblatividad, es decir de los bienes, que la del don, y de una culpabilidad intrínseca a la instauración del padre imaginario. ¿Qué relación hay entre los bienes y la culpa? Podríamos preguntarnos aquí, casi ingenuamente: el pater romano que exponía al hijo sin elevarlo hasta sus rodillas para reconocerlo como tal, ¿habrá sentido culpa por ello? Hacemos esta pregunta pues, nos parece que uno de los rasgos que caracterizan a la paternidad occidental desde cierta inflexión histórica hasta nuestra época es, precisamente, la culpabilidad. No sólo la impotencia, constatable por doquier, sino también (y no tanto inconciente como sensible a la conciencia), un inquietante sentimiento de culpa. Si ubicamos alguna culpa en lo dicho hasta aquí, es en el hijo, como correlato de su odio por el creador de una criatura tan débil e insuficiente. Pero no es tan seguro el poder ubicarla del lado del padre. ¡No imaginamos "escuelas para padres" en la Antigüedad, ni siquiera en el Medioevo o en el Renacimiento!

Sería en exceso simplista decir que es la religiosidad introducida por el auge eclesiástico de la Edad Media, la que al conjugar la devoción a Dios con la exigencia del sacrificio, trasvasa a la paternidad ese aura culpógena. La moral del Bien antecede a la Iglesia misma, y es allí dónde es factible pesquizar, en sus diversas transformaciones, al imaginario paterno.

Decir el bien fue siempre la primer prerrogativa del discurso de la Antigüedad. La meditación sobre el bien del hombre, en el campo de las reflexiones de éste sobre su condición y el cálculo de las propias vías de tal bien, se centró, como lo señala Lacan, bajo el índice del placer. Lo que equivale a decir: de la felicidad. O sea, en nombre de tal o cual forma de la felicidad, el Soberano podía promover tal o cual bien. Inversamente, a las vías del bien se le oponen sus contrarios, esto es, las vías del mal, que atentan al ser, en la medida que lo alejan de la felicidad, del placer. Por otro lado, supone ese discurso la existencia de un Bien Soberano, universal que se refleja en la dialéctica de los bienes particulares, los trasciende. La ética en este tipo de discurso entonces, será el arte de la elección de los bienes que nos lleven al fin último de realizar la voluntad soberana del Bien con mayúsculas, el Universal. Julien señala tres tipos de discursos éticos que se sostienen en estos postulados -vínculo entre los bienes y la felicidad, y existencia de una voluntad determinada por el Bien Soberano-, los cuales son:

a) el discurso médico, para el cual el síntoma es el signo de un mal oculto, a redimir con la cura, entendida como restablecimiento de un estado "natural" anterior;

b) el discurso político, en el cual el jefe político, el Amo, designa el Bien a cumplir, y sabe persuadir, por la retórica, de los medios para realizarlo en nombre de la felicidad cívica, y;

c) el discurso teológico, que no sólo no se conforma con escuchar la palabra de Dios, sino que persuade de los medios para cumplirla.

Lo que surge de estos discursos es una paternidad que se corresponde con la del Padre-Amo imaginario, en la medida que es él quien puede disponer de los bienes, nacimiento por ende del Poder, y además, sabe cuál es el bien particular en el que se realiza el Bien (médico, político, teológico) Universal. Puede disponer de sí mismo y de sus bienes: pero lo que es aún más relevante, puede privar a otros de los suyos. Sin mediar atizbo de culpa alguna.

En tal sentido, en la medida que la paternidad se inscriba en el registro de los bienes, sostenidos a su vez éstos en una "naturalidad" soberana, se aleja de todo matiz de culpa y de responsabilidad. Como dice Jean-Louis Flandrin:

"La autoridad de un rey sobre los súbditos y la de un padre sobre sus hijos eran de la misma naturaleza. Ni una ni otra eran contractuales, sino que, por el contrario, se consideraba a ambas como «naturales». De su gobierno, tanto el rey como el padre sólo tenían que rendir cuentas a Dios" J.L. Flandrin, "Orígenes de la familia moderna" Ed. Grijalbo

Lo que se llamó "familia tradicional", en la cual se inscribió esta forma de paternidad -que obviamente, como todo en la historia, no admite un encasillameinto exclusivo en la antigüedad greco-latina, sino tán solo un predominio en ella- sólo puede ser pensada como el mecanismo más apropiado para la transmisión de bienes característicos del sistema, a la vez que una posición, política al fin (títulos nobiliarios, prestigio, etc.) heredada de generación en generación. Que hoy el poder que emanaba de la autoridad familiar se haya transferido a la empresa, no puede significar sino la transformación radical que vamos intentando cercar en este desarrollo sobre la imagen paterna. Cuando analicemos a la familia, intentaremos dar cuenta de este pasaje de la "familia moral", a la "familia posmoralista", en la cual la noción de hijo no puede escapar a la de consumo.

Señalemos además, cómo en el Derecho se tradujo esta modalidad de paternidad. No sólo sosteniendo la noción de patria potestas como prerrogativa del poder del padre sobre sus hijos (no fue sino hace escasos años que en el Derecho argentino se hizo extensiva a la madre), sino, y fundamentalmente, en las categorías jurídicas de "hijo ilegítimo" e "hijo natural", tendentes a garantizar la pureza de los miembros de la familia, a la vez que el reaseguro de que no se disputarán con los "legítimos" en el futuro, el poder de disposición de bienes y títulos que la transmisión del poder por la vía paterna implica. Si bien la mayoría de los Códigos a partir de mediados de este siglo, van modificando estas categorías jurídicas, se destaca la dificultades para tales reformas. Por ejemplo, es interesante destacar el conflicto que se le presenta a la Iglesia al tratar el tema en su último Código de Derecho Canónico de 1983, con la rúbrica del actual Papa Juan Pablo II. El canon 1137 de dicho Código mantiene la categoría de "hijos ilegítimos" ("son legítimos los hijos concebidos o nacidos de matrimonio válido o putativo"). En el seno de la propia Iglesia se he sugerido la posible desaparición normativa de la distinción de filiación, en virtud de la tendencia actual de los ordenamientos civiles, pero sin embargo, se ha decidido mantenerlo, pues, al haber algunos países que sostienen la diferencia entre hijos naturales, legítimos, ligitimados, etc., el Código, al regir para la Iglesia "Universal", no podría ir en contra aún de dicho establecimiento "natural" de las relaciones entre padres e hijos.

De lo que se trata es que históricamente, la filiación no ha dejado de sostenerse en una problemática que en última instancia remite a la moral de los bienes, distinta como veremos luego a la del don simbólico.

Sin embargo, para que en la paternidad podamos hacer entrar la idea de culpa, no nos basta el concebirla con el registro imaginario y su moral de los bienes, sino que la culpabilidad puede establecerse sólo a partir de hacer jugar al mismo tiempo a la paternidad como Nombre, en la medida que es allí donde se articula la herencia, o mejor dicho, la deuda con la culpa (en alemán Schuld, designa por igual ambos conceptos).

Antes de entrar en el punto de análisis del padre en tanto Nombre, finalicemos éste apartado con la siguiente observación:

El padre de la imágen, instaurado por el hijo, ya no se sostiene en la actualidad sino como exclusivo momento lógico de la estructuración psíquica. No es el padre en tanto imágen lo que recubre lo real, la castración del Amo, como decíamos en la clase anterior. ¿Qué es entonces? Pues...la imágen, capturada en el mercado capitalista. La imágen en tanto mercancía. No rige el Padre como imágen, sino la Imágen como padre. Para dar un sólo ejemplo de los tantos posibles: imaginemos al Jefe de familia de principios de siglo, retornando del exterior, o sea de la fábrica, a su casa, reuniendo a sus hijos alrededor de la mesa, e informándoles, a los íntimos, sobre lo que en dicho afuera acontecía. La TV, como mínimo, desplaza al padre de este sitio de poder relativo a su función en la transmisión de la información. Y no sólo ello, sino que da ocasión para el cotejo de la palabra de dicho imaginario padre con lo que lo emana del mentado aparatito...y es impensable que el discurso de aquél tenga entonces, absoluta garantía de sostenerse. Ni mejor ni peor, tan sólo transformaciones en las funciones...

 

El don del Nombre

No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores;
Son los que un largo dédalo de amores
Trazaron desde Adán y los desiertos
De Caín y de Abel, en una aurora
Tan antigua que ya es mitología,
Y llegan, sangre y médula, a este día
Del porvenir, en que te engendro ahora.
Siento su multitud. Somos nosotros
Y, entre nosotros, tú y los venideros
Hijos que has de engendrar. Los postrimeros
Y los del rojo Adán. Soy esos otros,
También. La eternidad está en las cosas
Del tiempo, que son formas presurosas.
Jorge L. Borges; "Al hijo", de "El otro, el mismo". O.C. Ed. Emecé

El Nombre-del-Padre, y su correlato, la metáfora paterna, es tal vez la conceptualización lacaniana de la función del padre que mayor difusión ha tenido, posiblemente, por la luz que aportó a la hora de pensar las estructuras clínicas en base a la operancia o no de ese significante primordial, el Nombre-del-Padre. Como ya se ha dicho suficientemente, dicha teorización no es la única de Lacan al respecto, y nos excusaremos aquí de recorrerla exhaustivamente. Más, puntuaremos de allí dos o tres cuestiones que nos parecen de relevancia en nuestro recorrido.

La metáfora paterna, se sabe, no es sino una operatoria que refiere al campo de lo simbólico, en la medida que se trata de sustituir un significante por otro: el del Nombre-del-Padre al del Deseo de la Madre. Condición, entonces de la estructuración neurótica. Y en su negativa, o sea, en lo que Lacan denomina con un recurso jurídico en su terminología, forclusión de ese significante primordial, el Nombre-del-Padre, ocasión de la estructuración psicótica. Este el abc reducido -en el que tantos analistas se han detenido- del Nombre-del-Padre (en singular) en un punto del recorrido de Lacan.

Rescatemos dos párrafos del escrito "Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis", del año 1957, texto que resume de algún modo el seminario tercero de su ciclo, denominado precisamente, "Las psicosis":

"Pero sobre lo que queremos insistir es sobre el hecho de que no es sólo de la manera en que la madre se aviene a la persona a la persona del padre de lo que convendría ocuparse, sino del caso que hace de su palabra, digamos el término, de su autoridad, dicho de otra manera del lugar que ella reserva al Nombre-del-Padre en la promoción de la Ley" (sub. nuestro)

Se trata entonces, de un significante, que designa ni más ni menos, que un lugar en el conjunto del orden simbólico, que es el sitio de la Ley. Y por otra parte que ese lugar no es designado por la "persona" que representa esa función paterna, sino por la madre, que lo instaura en ese lugar de la Ley. Se trata de un lugar, radicalmente vacío, que ya esta ahí, pero que designa una terceridad entre la madre y el hijo, a la vez que da la medida del deseo de aquella. Dicho de otra manera: por esta exterioridad que se instaura entre la madre y el hijo, éste puede escurrirse (por decirlo de algún modo) de aquello enigmático, y por ende siniestro ("¿qué me quiere?") y caprichoso, que caracteriza al deseo materno previo a la metaforización que hace intervenir este significante, designando allí que esa falta en el deseo materno se refiere a otra cosa que a él mismo: se refiere al falo como significante de ese deseo, horizonte de toda significación. En tal sentido, la paternidad sostenida en el Nombre-del-Padre es el soporte necesario para que el sujeto pueda responder en torno al deseo del Otro, encarnado primordialmente en la madre.

Pero, a más de considerar a la palabra del padre vehiculizada por la madre, o sea, Padre sobre madre, es preciso considerar la relación del padre con el significante del Nombre-del-Padre, padre con Padre. El párrafo siguiente al citado prosigue:

"Aún más allá, la relación del padre con esa ley debe considerarse en sí misma, pues se encontrará en ello la razón de esa paradoja por la cual los efectos devastadores de la figura paterna se observan con particular frecuencia en los casos en que el padre tiene realmente la función de legislador o se la adjudica..." (sub. nuestro)

Renglón seguido hace una especie de inventario fenomenológico de los padres que "no convienen", pues precipitan la exclusión del mentado significante en su posición de Ley, padres "insuficientes", "en demérito" o "en posición de fraude". Luego dirá que un poco de "severidad" no le vendría mal en la promoción de la Ley. Claro, que, a más de desarrollar (lo que no haremos) esas diferentes "figuras" habría que diferenciar severidad de autoritarismo, ligado éste a lo que se designa en la cita segunda como función de legislador, o sea de hacer la ley, diferente a representarla.

En el primer párrafo, Lacan ataca lo que en las lecturas freudianas vigentes en la época denominaban "padre ausente" como causa de las psicosis, demostrando que se trata menos de ausencia que de presencia en el discurso materno; y en el segundo, menta una paternidad que hace gala de la presencia, a través de la función legislativa. ¿Es el par presencia/ausencia lo que define a la paternidad? La respuesta de Lacan es rotunda: no. Lo que define a la paternidad en tanto Nombre es el padre muerto, no ausente, sino muerto: más aún, asesinado, como lo menta el mito de Tótem y Tabú. La orfandad de padre es consustancial al Nombre-del-Padre. ¿Pero es el asesinato a manos de los hijos lo que cuenta? Hay que decir lo siguiente: es el significante mismo el que lo mata, pues decir que el discurso de la madre lo metaforiza, equivale a decir que lo mata, lo cual, paradojalmente, le da su única posibilidad de existencia, una existencia como función.

La paternidad se liga estrechamente al hecho de hablar, de que la condición humana sea la de "parlêtres". No habría padres sin la condición simbólica, pues el símbolo es, esencialmente, lo que nos permite re-presentar al objeto desaparecido. Habría tan sólo genitores. Esto ha sido ya subrayado por el análisis: no se necesita de la palabra para ser genitor (ni para estar muerto, decía Lacan); pero para ser padre es preciso lograr el acceso al lenguaje. Cuando Gerardo Herreros en su comentario nos señalaba que padre ha sido siempre una conjetura, ello no quiere decir sino que lo es en la medida que la paternidad, el "ser padre", está por siempre, desde que el hombre habla, tomada por el significante. El "incertus" del adagio latino es esa conjetura lanzada al encuentro del símbolo, para que con él se opere el verdadero acto de nacimiento del sujeto: la inscripción significante. Este es el sustento de la identificación primaria, la identificación simbólica como injerto del significante.

Ahora, si bien el Nombre-del-Padre es el significante operando en el lugar de la Ley, la torsión que sobre sí mismo va produciendo Lacan, es que, en puridad, ese significante, el del Nombre-del-Padre, no hace sino redoblar en el Otro la propia ley del significante, o sea, es segundo, ya que "el goce está perdido para todo aquel que habla". Es lo que resaltábamos en nuestra clase anterior, al decir que esto cuestiona la tesis freudiana del padre como intedictor exclusivo del goce, al tiempo que permite, con dicha relativización de ese significante, su pluralización, el pasaje a "los" nombres del padre. Nombre-del-Padre será a partir de allí una función que aglutina una multiplicidad de significaciones posibles: complejo de Edipo, la mujer, el síntoma, el falo, el semblante, el velo de la falta en el Otro, etc..

Ello no obsta, y muy por el contrario, no impide en modo alguno decir que una vía princeps del análisis de la paternidad sea la del acto de nombramiento y la del don de la palabra que ella conlleva, operaciones que, en principio (veremos luego otra posibilidad) son simbólicas.

Veámos la cuestión del don.

El tema de la herencia ha estado siempre en el centro de la paternidad. ¿Se trata de heredar del padre los bienes, el nombre, los emblemas sociales? ¿Más allá de la ética de los bienes, qué tiene un padre para donar?

Habíamos ubicado en el registro imaginario un tipo de don, la oblatividad, al cual le vamos a agregar ahora otra característica: su pertenencia a la dialéctica de la demanda. En su terreno, podrá haber intercambios (recordemos los freudianos: niño, pene, heces, dinero), más en su extremo se reducirán ellos a quedar subsumidos por el capricho de un Otro, que revestirá así rasgos maternos y de completud sin pérdida. Su lógica será la del "ser/tener" que en su horizonte tiene la referencia al falo.

Ahora bien, hay una modalidad del don que atañe al registro simbólico -por oposición al imaginario-, que atañe al deseo -por oposición a la demanda-, y al duelo y a la pérdida -por oposición a la completud, al intercambio sin resto-. Esa modalidad del don, es el don simbólico que introduce la paternidad en tanto nombre.

Lo que un padre transmite no es sino la castración, y esto quiere decir que el falo, significante de la falta misma, no es posible ni tenerlo ni serlo, que es lo que propone la lógica del imaginario. La esencia de la paternidad es mostrar que hay una dimensión del amor que no se reduce al intercambio narcisístico de la Demanda, sino que es un amor cuya esencia es el don simbólico: el dar lo que no se tiene. «No doy limosnas –decia el Zaratustra de Nietzsche- no soy lo bastante pobre para ello». Es un amor a pura pérdida, sin ganancias. Es el amor sostenido en el deseo.

Pensemos en el famoso fallo salomónico. ¿Dónde está allí la operancia de la función paterna? Es casi obvia la identificación de Salomón con el Padre justo que logra develar lo que hay de esencial en las demandas de amor que aquellas dos madres hacen. Lo magnífico del acto de Salomón es que revela que la esencia del amor es el don. Pero hay, por ello mismo, una operancia de la función paterna que se expresa –lo cual es menos obvio- en la madre que cede, en la madre que resigna su posesión, su demanda, en pos de la vida de su hijo: es lo que decide la sanción salomónica a su favor. Su amor es a pérdida, implicando en él a la castración misma, revelando que el amor no es posesión.

Lo que el padre transmite, dona, es una deuda: pero una deuda que no se paga al que dona, sino que es una deuda a cuenta del deseo y la estructura. A cuenta de la filiación y la genealogía. Lo que se dona es un amor irreductible a la demanda para que pueda a su vez se re-donado a otros. Acceder al don paterno es poder amar a otros, agreguemos, poniendo en juego un deseo que sea propio, desligado de la deuda al Padre.

Ahora podemos retomar el tema de la culpa en la paternidad, para decir que, del lado del padre, la culpa se constituye en la medida que no se ha estado a la altura de una transmisión en la cual se haya puesto en juego el deseo. El deseo se ha rebajado a la Demanda y su paradigma es en este caso, la eternización del Amor al Padre, sin poder ir más allá de él. Esta es la Religión del Padre, y por ello ubicamos en nuestro cuadro al Discurso Canónico, en la medida que el mismo es una de las coberturas más acabadas en lo social de la dimensión del deseo. La culpa está en la suposición de que esta operatoria del don, de la transmisión, no tiene pérdida: que podría haber una función paterna que no fuese fallida.

De esta suposición también participa el discurso jurídico actual, razón por la cual también colocamos en el cuadro Superyó cultural, en concordancia con las puntuaciones de Legendre que resaltamos en la clase anterior al respecto. ¿De qué modo se juega esta suposición en el discurso jurídico? Pues, en la autosuficiencia de la Ley. La Ley es una enunciación sin enunciado, o, mejor dicho, vale por su enunciación más que por las razones de contenido que pueda dar en sus enunciados. "No matarás". Mutis. El discurso del Bien, que veíamos antes, no reduce a esta enunciación de la Ley -lo que se escribe S(A), significante del Otro sin barrar-, sino que ésta es imperativa e incondicional, y por lo tanto, es la Ley la que dice el Bien y no a la inversa. El Padre en tanto significante en el lugar de la Ley tiene como una de sus prerrogativas el representarla. Y al representarla el Padre es muerto en tanto tal. Pero otra de sus prerrogativas, como se deduce de la cita de Lacan ,es que encarne un tipo de discurso ético que se expresa como "Decir la Ley". Prerrogativa de aquél que puede nombrarse diciendo "Soy el que soy" (Ego sum qui sum –Lacan prefiere traducir: soy lo que soy, presentificando un real sin concepto). El Dios de Abraham, por ejemplo. Este es un Dios con deseo: ¿por qué sino mandar a sacrificar a Isaac? ¡Este Padre no está nada muerto! Pero, El no da cuenta de su deseo, el cual permanece en una "feroz ignorancia": sólo el imperativo a Abraham para que conduzca al sacrificio a su hijo. ¿Por qué obedece el patriarca? Pues por la suposición en una función paterna que no puede ser fallida. Lo que implica, nuevamente, el rebajamiento del don a la Demanda, en este caso, por la vía del sacrificio, uno de los mejores recursos para garantizar la existencia del Otro, su consistencia.

¿Cómo se expresó en lo social tal rebajamiento del don simbólico inherente a la paternidad?

Esa promoción histórica que en la primer clase designábamos como los "derechos del hijo", lo que hizo fue insuflar en el imaginario paterno la doble idea de que:

  1. se podía estar a la altura de un "padre ideal" pincelado por los saberes que sobre la niñez se propugnaban desde los diversos discursos (jurídicos, médicos, pedagógicos, etc.) y al mismo tiempo,
  2. nunca se estaba a la altura: siempre la función era fallida.

Lo que se desconoce es esa paradoja es que el padre en tanto Nombre, en el mismo nombrar, es decir, al introducir al hijo en la simbólica del don, desaparece. Que la función paterna es fallida por estructura y no por defecto. Hay ejemplos bíblico de interés, que muestran que padre es el que sabe partir. La filiación, es decir la inclusión del hijo en una cadena generacional, implica a su vez la desaparición del padre en ese mismo acto: es lo que el poeta citado al inicio de este apartado nos muestra con inigualable precisión y maestría.

Las ideas de respeto y devoción filial, la educación de la prole para que ella honrara a sus padres, hablan de esta dificultad histórica de la paternidad para eclipsarse a sí misma, y estas ideas, de peso en el imaginario social, no fueron sino conmovidas a partir de la última mitad de este siglo. Sólo hace escaso tiempo se podría decir que se educa para que los niños sean "felices, autónomos y dueños de sus afectos". Pero, ¿habrá que concluir por ello, en una radical subversión desde entonces de la esencia de la paternidad?...Los deberes de los hijos hacia los padres fueron los preminentes desde hace siglos, pero desde la promoción del "bebé ciudadano" (como dice Lipovestky) se intensificó notablemente el sentimiento de responsabilidad de los padres, y con él, el de la culpa. Es interesante destacar el funcionamiento de la "moral del padre" en las sociedades "neoindividualistas" como las piensa este autor. El dice:

"Realizar la vida es también compartir alegrías, construir una familia, dar a los niños para ser más uno mismo, ganar el trofeo que constituye su educación, su equilibrio, su felicidad...La familia se ha convertido en una empresa a administrar óptimamente en todas sus dimensiones; nada debe ser descuidado, la salud de los niños, los estudios, las vacaciones...; todo se ha convertido en materia a vigiliar, abonar, hacer progresar, los padres se parecen cada vez más a directores jóvenes y dinámicos enamorados de su empresa interminable". (sub. nuestro) G. Lipovetsky, "El crepúsculo del deber", p.169

Lo interesante de la cita, nos parece, es que hace inscribir las funciones parentales actuales en un dar sin pérdidas, un dar a todo cálculo, y une esta modalidad del don a un tipo de discurso que es el capitalista.

Cuando Lacan en su seminario del 18 de mayo de 1960 (Sem. VII) está trabajando la cuestión de la naturaleza de los bienes, trae a colación una antigua práctica de las sociedades no históricas, práctica que mostraba que la destrucción de los bienes podía tener una función reveladora del valor. Se trataba de una clase de don circunscribible en esa ceremonia denominada potlatch, ritual consistente en rivalizar a través de ofrendas de destrucción de bienes de consumo, de representación o lujo. Dice allí que esa práctica testimonia cómo el hombre retrocede ante los bienes, y agrega:

"Todo sucede como si la colocación en un primer plano de la problemática del deseo requiriese como su correlato necesario la necesidad de estas destrucciones, que se denominan de prestigio, en la medida en que se manifiestan en cuanto tales como gratuitas".

Y, renglón seguido, pone en paralelo tales destrucciones con las manifiestas en el otro polo (dice él), esto es, en nuestras sociedades contemporáneas regidas por los efectos de un discurso: el científico. Dice de este discurso de la ciencia, que él muestra por vez primera sin velos la potencia del significante como tal, y que por estructura, es un discurso que no olvida nada.

Llegamos aquí a la razón por la que colocamos en nuestro cuadro referencial, un casillero por debajo de todos, conjugando ambos padres, el imaginario y el simbólico, que con la suma de la ciencia moderna nos da al Amo contemporáneo tal como, pensamos, se muestra hoy. Pues:

  1. al lugar del Nombre-del-Padre en su función de Ley, va a parar la operatoria del significante sin velos que emana de la ciencia;
  2. la imagen se trastoca en Amo, y correlativamente, no hay amos que se ofrezcan como emblemas legitimos de identificación;
  3. del don simbólico se pasa al consumo de los bienes y de las imágenes, forzando dicha exclusión del don, al desconocimiento más radical de la dimensión del deseo en las filiaciones y relaciones contemporáneas;
  4. la lógica de las operatorias prevalentes es que "no olvidan nada", o sea operaciones sin resto: por eso a ese lugar del resto puede ir, no pocas veces, y como ya dijimos en la clase anterior, el sujeto, ofrecido al Otro como desecho que ese mismo Otro rechaza (cf. patologías del consumo y del acto).

Se nos dirá: ¿Por qué hacer confluir en un solo movimiento al Padre imaginario con el Padre simbólico? Pues porque, precisamente y por estructura, ambos tienden a confundirse, a comunicarse entre sí permanentemente, a prestarse mutuamente sus buenos oficios. Esa es la paradoja del Padre, a la que Freud no escapó (cf. Así como el padre debes ser; así como el padre no debes ser), la paradoja de la moral del padre, que va desde la impotencia a la ferocidad del Superyó, cuando su referencia queda situada exclusivamente en la figura imaginaria o en el lugar simbólico que promueve. Esta paradoja sólo se desanuda (y no sólo de teoría hablamos, pues es de la clínica misma de lo que se trata) cuando de los nombres o de las imágenes del padre pasamos a aquello que de lo real conlleva la paternidad. Hacia allí nos dirijimos para finalizar el recorrido de esta clase.

 

Père-version

 

¡Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros os vais solos! Así lo quiero yo.

En verdad, éste es mi consejo: ¡Alejáos de mí y guardaos de Zaratustra! Y mejor aún: ¡avergonzáos de él! Tal vez os ha engañado.

El hombre del conocimiento no sólo tiene que saber amar a sus enemigos, tiene también que saber odiar a sus amigos.

Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mi corona?

Vosotros me veneráis: pero ¿qué ocurrirá si un día vuestra veneración se derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua!

¿Decís que creéis en Zaratustra? ¡Mas qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, mas ¡qué importan todos los creyentes!

No os habíais buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe.

Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontreis a vosotros; y sólo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros.

En verdad, con otros ojos, hermanos míos, buscaré yo entonces a mis perdidos; con un amor distinto os amaré entonces.

Y todavía una vez debéis llegar a ser par mí amigos e hijos de una única esperanza: entonces quiero estar con vosotros por tercera vez, para celebrar con vosotros el gran mediodía.

Y el gran mediodía es la hora en que el hombre se encuentra a mitad de su camino entre el animal y el superhombre y celebra su camino hacia el atardecer como su más alta esperanza: pues es el camino hacia una nueva mañana.

Entonces el que se hunde en su ocaso se bendecirá a sí mismo por ser uno que pasa al otro lado; y el sol de conocimiento estará para él en el mediodía.

«Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre».- ¿sea ésta alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad! -

Así habló Zaratustra.

Friedrich Nietzsche, "Así habló Zaratustra"; Alianza Editorial

El Amor al Padre, el eterno endeudamiento con él, el reproche y el odio por lo fallido de su función, el sadismo que porta su cara superyoica, ¿es acaso lo único que puede heredarse del padre? ¿Basta contentarse con esa herencia? ¿Cómo recorrer un camino que vaya más allá del desencanto o del amor hacia esa figura central en nuestra constitución subjetiva?. En síntesis: ¿cómo realizar el duelo del Padre?

 

Digámoslo así: sólo es factible de hacer el duelo por el Padre a través de la consideración al padre real. Quiero decir: que en un momento determinado de los avatares del sujeto, éste puede ir al encuentro del padre real, descorriendo el velo de la imágen o del significante (metáfora paterna) que lo cubre.

Ya tempranamente Lacan había sugerido al padre real como el agente de la castración simbólica, cuando trabaja la distinción entre frustración, privación y castración en el seminario cuarto, dedicado a "las relaciones de objeto". Sin articularlo suficientemente, ya está alli sugerido. Recordemos, entre paréntesis, que a esa altura de su deserrollo, la categoría de lo Real no había alcanzado la rigurosidad conceptual que más tarde tendría. Pero, al avanzar su desarrollo y adscribirle a lo Real la categoría lógica de lo imposible, la paternidad que se liga a ese registro, el padre real, adquirirá el privilegio de una función: la de introducir lo imposible a través de un tipo de nominación, que debe distinguirse de la simbolización que introduce el significante del Nombre-del-Padre. Es decir, más allá del necesario otorgamiento de los recursos simbólicos que el padre ofrece, dona, el padre nombra, nomina un real. Y ese real está referido a una mujer. Ese real se refiere al objeto @, causa del deseo de una mujer. Eso es lo que Lacan llama "père-version" paterna, jugando con la homofonía de "perversión" con "versión hacia el padre", es decir, una versión que le es propia al padre, y cuyo sostén es que esté orientada hacia una mujer como causa. A esa "père-version" tenemos acceso a través del discurso del analizante, de sus síntomas y fantasmas, ya que, como dijimos, al padre real no se analiza.

Un padre real, en última instancia, es un hombre que, a partir de su castración, ha hecho de una mujer, aquella a la que el niño llama "mamá", causa de su deseo. Y no sólo eso: sino también objeto de su goce. Es el que puede sostener hacia el hijo y en acto, un decir: "no estás concernido en el goce de esa mujer". Se trata a su vez, de un decir sobre un imposible de decir: el del saber sobre el goce del madre. Lo que se enuncia como imposible entonces, es que un saber cualquiera vaya a plegarse sobre la verdad del goce de esa mujer, la del padre: no se puede demostrar con saber alguno la verdad del goce materno, que es a lo que se aboca el niño con sus "fantasias primordiales". Esto es equivalente a decir que lo Real, eso no puede ser dicho. A lo Real se lo bordea, es siempre incertus, para hacer resonar en dicho término la esencia de la paternidad tal como la entiende la cultura occidental.

Lacan, en la clase del 10 de junio de 1970, correspondiente al seminario XVII (sitio por otra parte dónde articula firmemente al padre real como agente de la castración), lo dice del siguiente modo:

"Lo real, si lo real se define por lo imposible, se sitúa en la etapa donde el registro de una articulación simbólica se encuentra definido como imposible de demostrar". "El envés del Psicoanálisis", Ed. Paidós, p.186)

Hay que detenerse en el hecho que la ciencia actual pretende, con el guiño jurídico, en su imperativo de saber, explicar el todo. Lo real es el límite lógico propio, por el cual siempre quedará un resto que no podrá ser absorvido por la explicación científica. Más radicalmente, y en el terreno que exploramos, el de las filiaciones, con sus técnicas histogenéticas y de fecundación asistida, la ciencia pretende "demostrar lo verdadero de la paternidad en la biología" (Julien). El padre Real, que "pone en el corazón del sistema freudiano" a lo real del padre, nombre de lo imposible mismo, construcción del lenguaje, es la vía por la cual se demuestra la impotencia del saber biológico para dar cuenta lo verdadero de la paternidad. Es decir: no hay posibilidad alguna de establecer la paternidad en la biología, sino que esta función demuestra provenir de un hombre que ha hecho causa de su deseo y objeto de goce a una mujer eregida por el niño como madre.

Entonces, más allá del Complejo de Edipo, de la metáfora paterna, hay un operador estructural, llamado el padre real. Como dijimos en la clase anterior, la categoría de "operador estructural" es correlativa a la conjunción que Lacan hace entre el padre muerto y el goce. Lo que permite ese operador, es articular, con la lógica de lo imposible, los tres registros que constituyen lo propio del sujeto de lo inconciente, es decir, articular Simbólico, Imaginario y Real. Más adelante, a la altura del seminario R.S.I, Lacan dirá que "la función radical del Nombre-del-Padre es el dar nombre a las cosas, con todas las consecuencias que eso comporta, en particular, hasta el gozar", con lo que la nominación, el padre del Nombre se constituye como el anudamiento, la cuarta consistencia que anuda los tres registros. No entraremos en la complejidad de ese tema, entre otras cosas porque no lo dominamos lo suficiente como para transmitirlo, pero además, porque excedería el marco de este seminario.

Lo que nos interesa destacar, y a modo de resúmen, es que el padre real:

Nos quedaría analizar qué tipo de discurso ético se correlaciona con esta conceptualización del padre en tanto real. Es decir, recorrer aquello que en nuestro cuadro ubicamos como "psicoanálisis, arte, discursos críticos y bien-decir". No lo haremos ahora, sino que lo dejaremos para cuando al final del seminario nos interroguemos, con los elementos que hayamos podido oportar en él, por el porvenir del psicoanálisis en milenio entrante. Adelantemos solamente, que no será por el lado del discurso científico donde abrocharemos alguna ilusión en ese porvenir, sino más bien, por el lado de una poética, para nada privativa del hecho o la manifestación artística, sino consustancial al lenguaje y al vínculo de los hombres, en sentido genérico, entre sí.

La clase siguiente, que dará inicio al módulo segundo de este seminario, intentará cercar algunas viscicitudes de la maternidad y la sexuación femenina, tal como las promueve el fin del milenio.

Entre tanto, espero el retorno de lo que de estas líneas se haga mensaje para Uds., que no por suponerlo invertido tendrá menos ocasión de enriquecer mi reflexión sobre estos complejos temas.

Los saludo a todos cordialmente.-

Notas

(1) Como es obvio, recomendamos al respecto la lectura de "Tótem y Tabú", de S. Freud, en especial los puntos que constituyen el capítulo IV, "El retorno infantil al totemismo".

(2)Para el desarrollo de este punto, recomendamos la lectura del análisis que Freud realiza de la fantasía "Pegan a un niño", en el texto homónimo.

(3)La figura jurídica de la patria potestad en el Código Civil Argentino, en su atr. 264, se define como "el conjunto de deberes y derechos que corresponde a los padres sobre las personas y bienes de los hijos, para su protección y formación integral, desde la concepción de éstos y mientras sean menores de edad y no se hayan emancipados". La conjunción "y" que une los términos "personas" y "bienes" podría bien ser reemplazada por un simple guión, si se toma en cuenta la posición del hijo en la dialéctica de los bienes, tal como creemos rige a las filiaciones que emanan de esa potestas. Por otra parte, no deja de llamar la atención que -como lo señala Zanonni- el jurista deba haberse visto conminado a aclarar que la patria potestad es un "conjunto de deberes-derechos que se atribuyen a los padres en beneficio del hijo y no en provecho de ellos" (Lehmann, Tratado de derecho civil) ¿Formación reactiva acaso, que devela en la negación la esencia positiva de lo que niega?

(4)En el resurgimiento actual de los neofundamentalismos, la dimensión del sacrificio tiene todo su lugar: aquél que convierte su cuerpo en una bomba y se inmola en sacrifico por no se sabe qué causa teológica-política, no deja de ofrecerse como tapón a la inconsistencia del Otro, representado en los ideales que se invocan en el grito mortuorio.

(5)Las implicancias del concepto de Untergang, de "sepultamiento" del complejo de Edipo, ha sido exhaustiva y admirablemente desarrollado por Raúl Yafar en "Sujeto, Acto, Repetición" (Letra Viva Editores), obra escrita en co-autoría de Carlos Basch. Véase en particular, el artículo "El atardecer del Padre", título que sugiere de entrada la referencia a Nietzsche para abordar el mentado concepto freudiano.


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