Seminario
Bordes del
psicoanálisis con el texto jurídico
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milenio@edupsi.com
Organizado por : PsicoMundo
Dictado por : Lic. Luis Camargo
MODULO SEGUNDO
"DE LA
MADRE"
Colaboración de
Elida Fernández
"La función materna"
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L.C.: Lo que se leerá a continuación corresponde a una conferencia abierta al público dictada por la Lic. Elida Fernández en el marco del III Ciclo de Seminarios Psicoanalíticos, que nuestra Agrupación Psicoanalítica Agalma del Sur organizara en Tierra del Fuego, Argentina, durante el curso del mes de Setiembre de 1.998. La autora ofreció gentilmente su desgrabación (corregida por ella) para incluirla como colaboración al presente seminario, dada la continuidad de la línea conceptual abordada en éste con la temática elegida para la conferencia. Elida Fernández es supervisora del Servicio de Adultos y del Equipo de Emergencias del prestigioso Centro de Salud Mental Nro. 3 "Dr. A. Ameghino" de la ciudad de Buenos Aires. Es docente titular de la materia "Psicosis" del Curso Prolongado de Posgrado de Psicoanálisis del mismo Centro. Entre otras tantas publicaciones es autora y compiladora del libro "Diagnosticar las Psicosis", de Data Editora.
Quería comenzar esta charla con el inicio de una larga carta de Georges Simenon a su madre. Simenon es conocido como autor de novelas policiales, ha ganado muchos premios, y esta carta que escribe a la madre muerta es uno de los pocos textos autobiográficos que salen del género policial. Leeré el comienzo y cerrar la charla con el final de la carta.
"Querida mamá: hoy hace tres años y medio, aproximadamente, que moriste, a la edad de noventa y un años, y tal vez hasta ahora, no haya empezado yo a conocerte. Viví mi infancia y me adolescencia en la misma casa que tú, contigo, y, cuando me separé de ti para trasladarme a París, a la edad de diecinueve años, seguías siendo una extraña para mí. Por lo demás, nunca te llamé mamá, sino madre, como tampoco llamaba papá a mi padre. ¿Por qué? ¿A qué se debió ese uso? Lo ignoro.
Posteriormente, hice unos breves viajes a Lieja, pero el más largo fue el último, durante el cual asistí a tu agonía de una semana, día tras día en el hospital de Baviere, en el que tiempos había ayudado a misa.
Por lo demás, esa palabra no es más apropiada para los días que precedieron a tu muerte. Estabas tumbada en la cama, rodeada de parientes o gente a la que yo no conocía. Algunos días apenas podía llegar hasta ti. Te observé durante horas. No sufrías. No temías abandonar la vida. Tampoco rezabas rosarios de la mañana a la noche, pese a que todos los días había una monja vestida de negro e inmóvil en el mismo sitio, en la misma silla.
A veces, con frecuencia incluso, sonreías. Pero la palabra sonreír, aplicada a ti, tiene un sentido un poco diferente de lo habitual. Nos mirabas a nosotros, que íbamos a sobrevivirte y seguirte hasta el cementerio, y a veces una expresión irónica te estiraba los labios.
Parecía que estuvieras ya en otro mundo o, mejor dicho, que estuviese en tu mundo, tu mundo interior y familiar.
Pues aquella sonrisa, teñida también de melancolía, de resignación, la conocía desde mi infancia. Sufrías la vida. No la vivías.
Se podía haber pensado que esperabas el momento en que, por fin, estarías tumbada en tu cama del hospital antes del gran reposo.
Tu médico era uno de mis amigos de la infancia. Me dijo que, después de la operación que te había practicado, te apagarías despacio.
Fueron ocho días aproximadamente -mi estancia más larga en Lieja desde mi marcha a los diecinueve años-, y, cuando abandonaba el hospital, no podía por menos de recobrar placeres de mi juventud, como ir a comer mejillones con patatas fritas o anguila en salsa verde.
¿Debería darme vergüenza mezclar imágenes gastronómicas con las de la habitación de tu hospital?
No lo creo: todo eso está relacionado. Todo está relacionado, un todo que intento desenmarañar y que, tal vez, comprendieras tú antes que yo, cuando me mirabas con una mezcla de indiferencia y ternura.
Mientras viviste nunca nos quisimos. Bien lo sabes. Los dos fingimos. Hoy creo que cada uno de nosotros tenía una idea inexacta del otro.
¿Se adquirirá, cuando se está a punto de partir, una lucidez que no se ha tenido antes? Aún lo ignoro. Sin embargo, estoy casi seguro de que tú catalogabas con mucha exactitud a quienes venían a verte. Sobrinos, sobrinas, vecinas, qué sé yo.
Y, en cuanto llegaba yo, me catalogabas también.
Pero lo que yo buscaba en tus ojos y en tu sereno rostro no era la idea que tenías de mí: era la idea verdadera de ti que yo empezaba a percibir."
Este es el comienzo -duro- de una carta, dónde un hijo admite esta relación de "nunca nos quisimos". Culturalmente, al menos en nuestra sociedad, siempre la figura de la madre ha estado idealizada, y en general elevada (incluso por el tango) a un lugar santificado. En este punto el psicoanálisis ha tenido un recorrido muy complejo, y en sí mismo contradictorio. Cada autor ha marcado un lugar, más o menos complicado, para la madre. Si empezamos por Freud, constatamos en todos los historiales clínicos, que él da mucha más importancia al papel, a la descripción, a la historia del padre que de la madre. Tanto es así que muchos comentadores se han lamentado de no tener más datos de la madre del Hombre de las Ratas, de la de Dora, etc. Muy poco es lo que Freud en sus historiales clínicos habla de las madres. Es más, en Juanito, cuando el padre le escribe a Freud, diciéndole que en realidad todos los síntomas de Juanito se debían a que la madre lo acariciaba demasiado, lo llevaba a su cama, lo tenía todo el tiempo junto a ella, el contesta algo, quizás extraño, que es que "esto hace a la naturaleza de las madres". Con lo cual, si hilamos más fino en la teoría freudiana, la pregunta por Freud va más hacia "¿qué es una mujer?" que a "¿qué es una madre?": una madre tendría el lugar de erotizar el cuerpo de su hijo. Y si en este erotizar el cuerpo del hijo, éste corre el riesgo de ser "tragado" por esta madre, Freud dice "es la naturaleza de las madres".
En esta línea, Lacan habla de "función paterna", pero no dice nada que pueda ubicar una "función materna". La única referencia, muy dura, que hace Lacan en relación a lo que él llama "deseo de la madre" ( y no "función"), es compararlo con la boca del cocodrilo. Es la función paterna la que tiene que meter un palo ahí para que la madre no devore a la cría.
Como ven, parecería que el único deseo de la madre reconocido por Lacan es este intento de reintegrar su producto, este intento de completarse con el hijo al punto de devorarlo.
Obviamente las teorías avanzan o por los errores de la anterior, o por las cosas que deja sin pensar demasiado. Y es así que después de Freud, la escuela inglesa, liderada por Melanie Klein, va a darle muchísima importancia al rol materno, ya casi en forma desmedida (en tanto desaparece el lugar que podría pensarse de la responsabilidad paterna en la constitución del sujeto), tomando el lugar de la madre de manera casi exagerada. Uno podría pensar en principio, que es porque esa escuela estaba liderada por Melanie Klein, que ocupa una posición casi feminista. Sin embargo, sus seguidores, Bion y Winnicott, son los que más trabajaron la función materna, los que más la precisaron.
Quien trabaja de una manera muy pormenorizada este tema es Bion. El va a plantear para la madre lo que llama "función de reverie". Reverie tendría como traducción para nosotros algo parecido a "ensoñar". Plantea que la constitución de lo que él llama "el aparato de pensar pensamientos" (sería lo que Freud denominó "aparato psíquico"), está determinado por la función de reverie de la madre. Leo a Bion:
"Si se lo usa en sentido restringido, el reverie es aquel estado anímico que está abierto a la recepción de cualquier objeto del objeto amado. Y es por lo tanto capaz de recibir las identificaciones proyectivas del lactante, ya sean sentidas por el lactante como buenas o malas. En resumen, reverie es factor de la función a de la madre."
Bion plantea dos funciones, la función a y la función b , con un modelo totalmente digestivo ( él mismo dice que es digestivo). La madre es la que toma los elementos quer el bebé proyecta, sin ningún tipo de discriminación: el grito, la angustia, las sensaciones de despedazamiento del bebé, y se los devuelve, no como una "cosa" sino como algo posible de ser pensado. Es decir, transforma aquello que viene como cosa, y lo devuelve pensable, es más, algo que es posible de formar parte del sueño. Como ven, es un modelo digestivo, dónde frente a la angustia, al desmembramiento, al despedazamiento que puede sentir el bebé, esta mamá realiza un proceso dónde toma esto y lo devuelve como un elemento que puede formar parte del pensamiento, del ensueño del niño. El elemento b sería aquél que va a estar configurado por esta incapacidad de tramitar lo que recibe del bebé la madre y su devolución tal cual. Cuando algo es devuelto sin metabolizar, queda ahí en su lugar de cosa, sin posibilidad de ser pensado. La función a es la que capta impresiones sensoriales y emociones, y las hace adecuadas para ser almacenadas y satisfacer los requisitos del pensamiento onírico. Los elementos b , en contraposición con los a , no sentidos como si se tratara de fenómenos, sino como las cosas en sí mismas. Estos elementos b son objetos para ser evacuados, hechos no digeridos, dice Bion. La capacidad para soñar, en cambio, preserva la personalidad, preserva al niño de un estado psicótico. Esta capacidad dada por la "función reverie" de la madre, que recibe y transforma los elementos b en a , es la que establece la diferencia entre conciente e inconciente, creando una barrera entre ambos, que llama "la barrera de contacto".
En "Aprendiendo de la experiencia" Bion dice:
"La función a del hombre, dormido o despierto, transforma las impresiones sensoriales relacionadas con una experiencia emocional en los elementos a , los que al proliferar se adhieren formando una barrera de contacto. Esta barrera de contacto, de esto modo en continuo proceso de formación, marca el punto de contacto y separación entre los elementos concientes e inconscientes y origina la distinción entre ellos."
Bion asigna a la madre este lugar de transformar la cosa en sí en el elemento posible de ser pensado, soñado, entrar en relación con la cadena significante, constituirse como pensar conciente, inconciente o memoria. El fracaso de esta función, cuando la madre fracasa en esta digestión, en este proceso de tramitación de lo que el bebé arroja y lo que le es devuelto, aparecen los elementos que podríamos pensar con las psicosis. Esta capacidad de reverie de la madre, este contacto entre lo que es ese bebé desquiciado y el intento amoroso de la madre en relación a esta digestión, que hace de todo eso algún contenido posible, es un operador fundamental que no podemos ignorar en todo tratamiento posible de las psicosis. Acá hay una diferencia fuerte entre Bion y Klein. Porque Bion, cuando pone a esta madre en función de reverie, la ubica pudiendo o no cumplir esta función. Esta madre aparece como sujeto, aparece también pudiendo no cumplir esta función, dependiendo de su propia angustia, de su propia capacidad para tolerar esto que el bebé proyecta, mientras que en Melanie Klein, la madre no aparecía marcada por su propia historia, por su propia individualidad, y, menos aún, por un tema que Bion deja traslucir y que va a retomar Winnicott, tema difícil y que este autor dice con todas las letras, y que es que una madre "a good enought mother" -que acá se tradujo como "suficientemente buena", y que en realidad es una madre "apenas buena"- es aquella que sabe qué hacer con el odio que le despierta el hijo. Como ven, ya estamos lejísimos de la "santa madrecita".
Esto que plantea Winnicott fue una especie de sacrilegio aún dentro del psicoanálisis. ¿Cómo alguien podía plantear que una madre tiene odio hacia su hijo, y que es la regulación de este odio lo que va a determinar si va a ser apenas buena, suficientemente buena o no.
En función de este tema Octave Mannoni, que es un analista lacaniano pero bastante autónomo como para tener su propio pensamiento, tiene un trabajo que se llama "mistigri". Mistigri es un juego de cartas que hay en Italia, que lleva el nombre de un cuento dónde había una vez una madre que era tan buena, tan buena, que no quería que a sus hijos les pasara absolutamente nada que los hiciera sufrir, y entonces cuando sus hijos comienzan a crecer y a querer irse de la casa y a querer correr por el campo, ella, sabiendo que esto les va a traer caídas, golpes, etc., va a hablar con el herrero del pueblo para que construya una hermosa jaula dónde sus queridos hijitos puedan vivir sin pasar por los tropiezos que implican el salir de su casa y e su influencia. Entonces el cuento dice que el herrero la escuchaba a esta madre, llorando, pidiéndole que le construyese la jaula para que a sus hijos no les pasara nada, y se pregunta, sabiduría popular, si estos hijos alguna vez tendrían idea que cuanto esta madre los quería. El pensaba que los hijos de esa madre nunca se enterarían de este amor que ella decía tener. A partir de ahí, Mannoni toma este cuento popular, y habla del "voto de muerte" en las madres. En este punto digamos que coincide con el planteo de Winnicott, dónde una madre apenas buena sería aquella que sabe qué hacer con el odio que le despierta el hijo. No se si vieron una película de Bergman, "El huevo de la serpiente", dónde en una especie de experimento encierran a una madre con un bebé llorando: la madre termina matando al bebé. Más allá de este punto extremo que muestra la película de Bergman, podríamos tomar esta líneas, siguiendo a Mannoni, para preguntarnos por qué podría odiar la madre al niño. En esto plantea dos líneas, que también son bastante parecidas a las que podría plantear Winnicott, aunque para éste el odio de la madre hacia el hijo es el odio que cualquiera tiene en su relación ambivalente con otro.
Mannoni da una vuelta más, y plantea que en esta relación el hijo tiene dos posibilidades: la primera y más esperable, es que decepcione. Si decepciona va todo bien. De todas maneras, esta decepción porque el niño o la niña nunca es aquello por lo cual ha sido traído a este mundo y por lo tanto todos somos decepcionantes, esta decepción produce este insistente intento materno de que el hijo se acerque a su ideal. En esto, cualquier alejamiento, cualquier diferencia demasiado marcada en función del ideal materno, es respondido con la sobreprotección. Y dice que otra de las maneras de aparición del odio de la madre es una manera mucho más enmascarada: la idealización extrema. El niño que si, aparentemente, es para la madre siempre la luz de sus ojos, el mejor, el más perfecto, el que supera aún lo que esa madre esperaba. Lo que dice Mannoni tanto para el hijo que decepciona o del que va más allá del ideal materno, es que no se lo reconoce al hijo como sujeto. Se lo borra en su individualidad, se lo borra en su diferencia, se lo borra en todo aquello que lo pueda marcar como individuo.
En este sentido, quería leerles también un párrafo del libro sobre autismo y psicosis de Héctor Yankelevich, dónde también dentro de la línea lacaniana, se pregunta "qué es una madre?", y, tomando esta puntuación de Bion y Winnicott como los que más se ocupó del tema, dice:
"Por otra parte, lo que en la historia del psicoanálisis fue llamado regresión funcional o adecuada de la madre, que le permitir responder con un tiempo de espera ni demasiado pronto ni demasiado tarde a las necesidades del niño, sólo no se convierte en patológica si un límite existe que le impida perderse en su identificación con el niño. La incapacidad de reverie y la imposibilidad de no dejarse invadir por la angustia y la ambivalencia significan, finalmente, la desaparición, momentánea o no, de esa función de límite."
Es decir que si hay un punto de convergencia hasta ahora entre estos pensadores, es que en el amor de la madre en el intento de cuidar y traducir lo que le pasa al hijo, el peligro es esta borradura de distancia, esta borradura de límite, y este querer reintegrar su producto, comérselo. En este punto, dónde uno podría pensar que hay algo que insiste acerca del odio, del querer tragárselo, acerca del querer cuidarlo tanto como para no dejarlo separarse, uno de los rasgos que podríamos entonces situar como "función materna" es, justamente, poder anticipar a este niño como sujeto separado. Es decir, esta anticipación que aparece en el discurso de la madre desde que el bebé nace. Qué lugar ocupa para la madre en su imaginario este ser, si es separable o no. Por supuesto este lugar va a tener distintos avatares, no solamente por lo que determine el inconciente de la madre, sino también por la manera que el padre ocupe su función, y también por lo avatares de la vida. De todas maneras hay un punto dónde, si el destino, como dice Freud, es el deseo de los padres, es fundamental si la madre piensa al hijo como separable o no. En el film "Werther" de Pilar Miró, cuando ella va con él a visitar la tumba de la madre le dice que "padre es aquél que en la vida a uno lo orienta acerca de cómo hacer las cosas", mientras que "una madre es la que llena la cabeza de cosas que no sirven para nada, pero cuando uno las recuerda, les dan ganas de sonreír".
En esta línea es que podríamos también resituar que la libidinización del cuerpo es tarea de la madre. Cómo se haga esa libidinización del cuerpo -si se pone el acento en la limpieza o suciedad del cuerpo, o en lo lindo o feo, o el lugar que ocupe ese cuerpo para la madre, si es para adornar o para producir aquello que en ella quedó como frustrado, etc.- va a tener como un punto fuerte la apuesta de la madre.
Trabajando con pacientes psicóticos y conversando con los analistas que trabajan con niños psicóticos y autistas, todos nos encontramos en la clínica con que podemos pensar que en todos estos chicos o adultos psicóticos no operó la función paterna, pero que las diferencias, incluso pronósticas, las posibilidades dentro del tratamiento, dependen mucho de qué pasa con la madre. Y en este qué pasa con la madre hay una función de la madre, que es en primer término "sostenerle el espejo" para que él se mire, pero al mismo tiempo, proveer la imagen con la cual ese niño se va a encontrar. Es decir que esa primera imagen -que puede ser "mirá que nene maravilloso que sos", o no- en la cual el niño se va a asomar o se va a identificar es una imagen que provee la madre vía su deseo. En este punto entonces, la madre aparecería como organizadora, no solamente -siguiendo a Bion- del aparato de pensar pensamientos, sino de la capacidad erótica que pueda llegar a tener ese niño en función de cómo fue imaginarizado su cuerpo. Y cómo fue marcado su cuerpo por la demanda materna. La madre es la que demanda: demanda que el niño tome la leche de su seno; demanda que más tarde haga caca en tal o cual momento o lugar, etc. Permanentemente la demanda de la madre va marcando zonas erógenas, conductas, pautas, etc.
Una anécdota: contaba una madre, muy psicologista ella, que cuando el hijo hacía caca, ella hacía tanta fiesta, que un día él la mira y le dice: "¿tanto te gusta la caca?". Con lo cual pensó que se le había ido la mano... Más allá de lo gracioso, esta pregunta marca esta mirada atenta del nene, que va permanentemente qué desea, qué quiere, la madre. Por eso, muchas veces marcamos en nuestros hijos, más allá de nuestra conciencia, pautas de las cuales no tenemos la menor idea, pero que aparecen en la más tierna infancia puestas como este rasgo de "mirá que contenta se pone con la caca: le gusta la caca". Y así uno podría pensar muchas otras cosas.
En este punto, creo que también es importante marcar en la función materna, en esta apuesta que hace la madre en función de qué espera de su hijo, apuesta en la cual se juega si va a poder ser un sujeto o va a quedar sujetado permanentemente a ella, completándola, qué relación va a tener esta madre en cuanto a sus propios progenitores, y qué relación va a tener esta madre a la ley. Hay algo que se marca siempre en la literatura como características de la madre, que son la arbitrariedad y el exceso. como que la madre se siente, en tanto autora y dueña del hijo, puede entonces permitirse el exceso y cualquier tipo de arbitrariedad, por que finalmente es de ella. en este punto, la apuesta fuerte de la función materna es si puede admitir que no es de ella.
Por último, quería leerles el final del libro de Georges Simenon:
"Mi querida mamaíta, como ves, repito casi los mismos términos con los que he comenzado esta carta, probablemente porque estoy también emocionado.
Una noche, en el momento en que me iba a ir a la cama y ya me había quitado la ropa, recibí una llamada telefónica del hospital en la que me enunciaban que habías muerto. Yo esperaba que ocurriera de un momento a otro. No por ello dejó de resultarme una conmoción violenta la realidad.
Volví a vestirme a toda prisa. Me precipité hacia el hospital, hacia tu cuartito, al que ya me había acostumbrado y cuya personalidad me había olvidado.
Te encontré con el rostro sereno, con una serenidad que no se tiene en vida.
Te besé en la frente, como había besado a mi padre, y me senté a tu lado. La monja seguía allí, tan inmóvil como si nada hubiera sucedido. Le pregunté si habías sufrido y me respondió que no.
Contra mi voluntad seguí pensando. Echaba de menos aquella semana que acabábamos de pasar juntos, por así decirlo, sin hablarnos. Me parecía que no había acabado, que el contacto no había sido completo.
Ahora bien, no quería dejarte marchar sin haberte conocido, sin haberte comprendido. Tus ojos ya no tenía expresión, sino una fijeza extraterrestre. Tus labios habían cobrado de una vez por todas un pliegue misterioso, que yo no lograba definir. ¿Ironía, placidez, qué sé yo qué?. Me inclino por la placidez.
Te habían lavado. Estabas hermosa. Estabas regia, imperial, en tu camita y en torno a ti no había sino seres humanos con todas sus vacilaciones, sus problemillas y sus angustias.
Habías superado todo eso y nos dominabas con tu inmovilidad fija.
Seguí pensando. Seguí intentando comprenderte. Y comprendí que durante toda tu vida habías sido buena.
No necesariamente para los otros, sino buena para ti, buena en el fondo de ti misma. Habías luchado para alcanzar el fin que la niña de cinco años se había fijado. Habías apretado los dientes. Pero tenías necesidad, siempre tuviste necesidad de ser buena, de sentirte buena. Y, por eso, madre, pasaste tu vida sacrificándote. Te sacrificabas por el primer desdichado que pasaba, por las familia que se rompían, por los aislados, iba a decir por todos los que pasaran por la calle.
Para todos tenías en tu corazón tesoros de ternura y paciencia. Nada te desalentaba. Al contrario, cuanto más difícil era la tarea con mayo ahínco te entregabas a ella. ¿Qué tiene de extraño que no te inclinaras, a tu alrededor, sobre aquéllos a los que considerabas los bienaventurados de este mundo?
Eramos nosotros. No nos veías o nos colocabas en la categoría de los satisfechos.
Procedías de muy abajo, de los que no habían recibido nada, para quienes cada pequeña alegría era una conquista que se había de arrancar con la fuerza de los puños.
Seguías luchando. Tu tarea no había terminado. Habías trabajado, con tus inquilinos, hasta que fuimos al colegio. Nuestro porvenir, a tu juicio, estaba asegurado.
No el tuyo, no el de las otras personas a las que te encontrabas cuando ibas a hacer recados por el barrio.
Entre nosotros, con nosotros, no era bondad: era el amor materno.
Ahora bien, había de ser bondad. No sólo bondad para los demás. No esperabas agradecimientos ni reconocimientos. Era necesario, era indispensable, que te sintieras buena.
Y, después de los ocho días que pasé en la habitación de tu agonía, creo que por fin lo descubrí.
Habías nacido, como tu padre, como la mayoría de tus hermanos y hermanas, con una tendencia a cierta morbidez, hoy se llamaría neurosis. Teníais, tanto unos como otros, una sensibilidad extrema. Todos intentaban en vano defenderse mediante el alcohol.
La menor, que había asistido a aquella lucha de toda una familia, aquella decadencia progresiva de unos y otros, decidió, de muy joven salvarse por sí misma.
Era la jovencita de cabellos vaporosos y casi blancos de L Innovation, la confidente de Valérie, la que admiraba los andares garbosos de Désiré, y después, más adelante, su hermoso saludo con el sombrero.
Una vez casada, con un hijo que chillaba, comprendiste que no era bastante. Alquilaste una casa. Tomaste inquilinos. Te impusiste una auténtica vida de esclava.
¿Cómo podría guardarte rencor? Sé que durante la guerra escondías tus monedas de oro bajo el carbón. Se podría haber pensado que eran para ti, que era avaricia. Ahora bien, al mismo tiempo hacías bolsitas de ganchillo para cada uno de mis hijos.
Yo te enviaba dinero para que vivieras desahogada. Llegó el día que pudiste venir a devolverme todo aquel dinero.
Como ves, madre, eres una de las personas más complejas que he conocido. A menudo, al pensar en ti, evocaba el coche de punto que habías venido a buscar a tu hermana. Entre nosotros dos sólo había un hilo.
Ese hilo era la voluntad feroz de ser buena, para los demás, pero tal vez, sobre todo, para ti."
A mi este libro me conmovió muchísimo, y el comentario que quería hacer, es como alguien puede, a partir de este planteo y de esta madre, haber llegado a ser un escritor famoso, y haber podido, incluso, cerrar a la muerte de la madre con este "no puedo guardarte rencor". Me parece que esto abre, como posición subjetiva, la tarea de cada hijo de qué hacer con la madre que a uno le tocó.
Intervenciones:
L.C.: Mientras hablabas pensaba en aquello que transmitís como lo más propio de la función materna, esto es el "ceder" un hijo, y recordaba el juicio salomónico. El Rey Salomón, en posición de juez ante dos madres que se disputan propiedad de un hijo, decide precisamente por aquella que puede ceder un hijo. Ese separarse la constituye como madre. La pregunta sería: ¿en nombre de qué se aviene una madre a ceder su hijo?
E. Fernández: Esto me lleva a hacer un rodeo para responderte. El psicoanálisis habla mucho de parricidio, pero no de matricidio. Se puede plantear, desde Freud en adelante, el deseo de muerte hacia el padre. Pero, salvo en la tragedia griega y de manera muy peculiar, no se desea la muerte de la madre. Es más, los personajes de la tragedia griega que matan a la madre están muy condenados por el coro. Parecería -y ahora voy a tu pregunta- que no solamente es muy difícil para la madre ceder al hijo, sino que está como implícito que para el hijo es muy difícil separarse de la madre. Es decir, creo que es una tarea de a dos, o de a tres, mejor dicho. ¿Por qué puede una madre ceder al hijo? Si hay algo muy fuerte que pueda sostener su deseo por fuera del hijo, si no, no. Allí hay que apelar a la función paterna, y también al trabajo del hijo de poder separarse. Pero, ciertamente, está muy reprimido en toda la sociedad occidental, ya sea pensar a la madre como odiando, como pensar al hijo odiando a la madre y deseando su muerte. Es algo que aparece incluso en la literatura de manera muy cautelosa, o muy puesta dentro de lo que se podría pensar en Raskolnikov en "Crimen y castigo", como algo que produce una culpa feroz y que debe ser pagada con años de trabajo forzado y dónde no hay salvación posible, a pesar que Raskolnikov no mata a la madre sino a una vieja usurera, desplazamiento ahí nomás de la madre.
L.C.: No es factible concebir el odio hacia la madre, pero sí su degradación. En la Biblia, las dos madres por excelencia son María, virgen madre de Jesús, y Eva, de los hombres, ésta última degradada al prototipo de la pecadora, la madre de los pecados. Freud , en "La degradación de la vida erótica", hace jugar en la misma mujer esta posibilidad de la polaridad madre-puta.
E. Fernández: Acá hay algo interesante. Uds. saben que hay una Eva anterior, Lilith. Lilith era terrible, es decir todavía peor. Después aparece esta figura de Eva, que finalmente es la que hace pecar al hombre y peca ella, pero que es la más fácil de tentar por el diablo, y también paga: "parirás con dolor". Es vehículo de la tentación, en ese punto es totalmente freudiana. Y en eso sostiene esta función tan difícil, de tentar y al mismo tiempo posibilitar una separación, cuando la tentación es atraer hacia sí.
Part.: ¿Pensás que hay alguna particularidad en la función materna propia de esta época, en nuestra cultura?
E. Fernández: Si, pienso que la posmodernidad está dejando marcas fuertes en todo lo que es la sexuación, los roles sexuales, las distintas posiciones en relación a los efectos del feminismo, el avance de la ciencia y la tecnología, que avanzan cada vez supliendo funciones que antes estaban atadas a la naturaleza. En este momento, así como hay una caída de la función paterna y esta pasa a ser reemplazada prácticamente por la tecnología o se intenta suplantarla por ella con un borramiento subjetivo, también las condiciones de trabajo y de producción de este capitalismo salvaje, hace como muy difícil el espacio de lo que podríamos llamar la ternura materna. La ternura como la piensa Freud, como desviada del sentido sexual. Porque hablamos de la madre como seductora, hablamos del voto de muerte, del odio de la madre, pero también hablamos de esta posibilidad de devolverle al hijo, metabolizada, toda la angustia y el despedazamiento que sufre el bebé. En este punto, esto es vía ternura. Yo creo que hay poco lugar, poco espacio psíquico, para el ejercicio de la ternura en los tiempos actuales. Por lo devastador de la subjetividad, que son las condiciones actuales de producción. Entonces creo que es difícil en este momento que el avance tecnológico y el avance de ciertas maneras de sociabilidad, que están todo el tiempo de reemplazar lo subjetivo por la genética, y cada vez todo se explica más por el gen tal que descubrieron que es el determinante de la homosexualidad, de la esquizofrenia, de la fidelidad, de cualquier cosa, así avanza el pensamiento que cubre todo desde un análisis de ADN, se va aplastando todo efecto subjetivo. Y en esa crisis de los valores no solamente hay una caída de la función paterna, sino que hay un avance de la mujer en un punto demasiado "promisorio", en tanto que todo aquello que podía hacer a la función evidentemente materna, o es delegado o es directamente suprimido.
(intervención inaudible)
Hay una cosa que a mí me impresionó mucho en Alemania. Hay lugares con carteles que dicen "prohibido entrar con niños", no con perros, con niños. Esto es un emergente de ciertos valores. En una sociedad como la alemana, las mujeres tienen hijos cada vez más tarde y cada vez menos, y el hijo está ubicado en el lugar de una insoportable molestia.
L.C.: "Familia a la carta", dice Gilles Lipovetsky. O sea: no renunciar a tener hijos, pero que el tener hijos no condicione a la pretensión de individualidad de cada padre y cada madre.
Part.: A veces esto parece desplazado en el rol de la madre como cierto discurso de libertad para el hijo. Digamos, vos decís que es preciso que la madre lo pueda pensar como separado, pero primero es imprescindible que lo piense como algo. Hay un discurso materno del no condicionamiento, del "que él haga lo que quiera". recuerdo un paciente que decía que a él siempre lo dejaron hacer lo que quería, pero resulta que el no sabía lo que quería. Justamente, se trataba de no dejarle toda la libertad, pues eso más que libertad era que él estuviese perdido. Era necesario que le hubiesen propuesto ciertos ideales, aunque sea para que él pudiese negarlos y hacer otra cosa.
E. Fernández: Es necesaria una primera alienación, para que luego se advenga, se produzca la separación. Es necesario que la madre otorgue primero sentido, dé imagen, que la madre lo piense como alguien, más allá que el pueda oponerse y rechazar eso. Pero tiene que haber un punto de anclaje. El "que haga lo que quiera" puede ser también uno de los ropajes del odio. Cuando los analistas plantean el odio de la madre, obviamente en tanto insoportable de concebir, constatan que este odio puede tomar distintos ropajes. Uno puede ser "yo te dejo que vos elijas todo, sos libre", lo que equivales también a decir "yo no me ocupo, no me jodas".
Part.: También se puede pensar este tema por el lado del saber. Una cosa es que una madre tenga el "saber hacer" natural de madre, y otra es que deba aprenderlo de los libros, la TV, etc.
E. Fernández: Me hiciste recordar una cosa que dice Octave Mannoni. Habrían dos modelos: la que se autoriza porque ella es madre y entonces sabe, y la que le supone todo el saber al hijo, que sería este caso, "vos sabés que querés, entonces sos libre", dónde se le supone al hijo ya saber de su deseo. esto se encarna en situaciones muy dramáticas, chicos que muy chiquitos le dicen "¿con quién querés quedarte?" en un caso de separación. Puntos en los cuales un chico necesita que lo amparen, lo meten en un desamparo atroz de decidir lo que no puede decidir. El tema es cómo ante el desamparo ante el cual todo ser humano nace, cómo se puede ejercer el amparo sin que se lo ahogue, qué hacer con el "sentimiento oceánico" al que alude Bertrand Rusell.
(intervenciones inaudibles)
E. Fernández: Uds. recuerdan "Cinema Paradiso". Frente a esa madre que enloquece, no es psicótica pero enloquece, ante la muerte de su marido, quedarse con los chicos, ahí el que funciona realmente como función paterna es quien proyectaba las películas en el cine del pueblo, que literalmente, le saca al hijo cuando la madre le está pegando y ahí empieza él a amparar a ese chico, y después es el que le dice que se vaya, y que además le da la herencia. En esa película hay un retorno también en función de esto que estamos trabajando de qué es una madre, porque cuando el retorna, la madre tampoco reprocha de por qué durante tanto tiempo no fue a verla. Hay allí cierta pacificación, y ella también de alguna manera toleró que este hijo se fuera e hiciera su vida, sin reprochárselo luego. Ella puede hacer una vuelta, y permitir que este hijo se separe.
Bueno, les agradezco mucho la atención.
Tierra del Fuego, 18 de setiembre de 1998
Bibliografía
- Georges Simenon. "Carta a mi madre". Tusquetes. 1993. Barcelona.
- Bion. "Aprendiendo de la experiencia". Paidós. 1966. Argentina.
- Winnicott. "Exploraciones psicoanalíticas". Paidós. 1991. Argentina.
- Lacan. Seminario "El revés del Psicoanálisis". Paidós. 1992. Argentina.
- Yankelevich H. "Ensayos sobre autismo y picosis". Kliné. 1998. Argentina.