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Seminario
Transferencia y Resistencia

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Organizado por : PsicoMundo

Dictado por : Lic. Mario Elkin Ramírez

Clase 2

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¿Quién se resiste?

En Freud, la resistencia aparece muy próxima e, incluso, en ocasiones, confundida con la defensa del yo ; la que trata de evitar el encuentro de las representaciones traumáticas. Esto tiene su razón de ser y también sus consecuencias. A su vez, Lacan se esfuerza en cuestionar que la resistencia no es necesariamente del yo ; ya que ésta puede provenir de otro lugar, incluso, del discurso mismo. En su lectura de Freud, Lacan se ve obligado a precisar lo que es la defensa y lo que es la resistencia, por el hecho de que los analistas, sus contemporáneos, nombraban en un estilo inquisitorial el análisis de las resistencias, diciendo que con la resistencia se trataba de una mala voluntad fundamental del sujeto contra al tratamiento. "Usted se está resistiendo" es una expresión que resumiría esta práctica dirigida al paciente; pero, que no deja de evocar a Freud, cuando criticaba a Charcot y a Berheim que como hipnotizadores increpaban al paciente porque éste se contrasugestionaba. Lacan concreta esta actitud en una pregunta que se hacían los analistas de esta época (1953) : "¿Qué habrá inventado [el paciente] como defensa esta vez?"  ; lo que, además, los conducía a la implicación de homologar el sujeto al yo.

Pero, la resistencia es inconsciente. Aquella que está más cerca del núcleo patógeno, en este sentido, ya no es imputable a una mala voluntad fundamental del paciente. Cuando hay resistencia a la asociación libre, a la revelación del inconsciente, es por algo inherente al hecho de que hay allí algo inaccesible ; cerrado. En ese sentido, y desde los Estudios sobre la histeria, no hay nada que permita considerar la resistencia como proveniente únicamente del yo.

Elisabeth Von R, por ejemplo, quien, ante el lecho de muerte de su hermana tuvo la idea que su cuñado quedaba libre y ella podía casarse con él, desecha esa idea -se resiste inconscientemente a ella por encontrarla aberrante-, y no obstante es la idea más cercana al núcleo patógeno constituido por el amor inconfesable hacia su cuñado. En los términos de un Freud posterior al descubrimiento del inconsciente, se diría que esa idea fue reprimida y retornó como síntoma ; pero, en los "Estudios..." dice que una resistencia se erigió contra dicha idea ,¿ Cuál fue su destino?

Freud y Breuer pensaban, en este texto, que ciertas representaciones inconciliables con la masa ideacional, o grupo de representaciones de carácter similar o dominante que constituían el ego ; eran rechazadas por esta masa ideacional y llevadas a formar grupos psíquicos separados. En este caso, la masa ideacional eran los sentimientos de amor fraterno hacia la hermana, que hacen rechazar la idea de alegrarse por la muerte de ésta para casarse con su cuñado. Sobre esa idea había recaído un rechazo, llamado por Freud, resistencia, y que la relegó de la consciencia. Por no disponer del concepto de inconsciente, Freud habla de grupo psíquico separado de la consciencia que luego se vuelve patógeno y susceptible de provocar síntomas.

Por otra parte, Lacan quiere llegar a demostrar que la resistencia no es solamente del yo como masa ideacional ; también puede provenir de otras instancias. El pretende desmantelar la psicología del yo, de la cual menciona como representantes en el Seminario I a Anna Freud, Hartman, Kriss y Lowestein.

Freud renunció a la dominación de los métodos de la sugestión y el hipnotismo, por ver en ello un trato hasta cierto punto inhumano. Sus intervenciones contrastan sorprendentemente con el estándar dominante (en el ‘53) en la I.P.A., que pone el acento del lado de la resistencia, escapando entonces a la dimensión humana de la técnica de Freud que no veía la resistencia en todo lo que un sujeto dijera.

Desde el comienzo la resistencia estaba vinculada a la noción de ego ; pero, en los "Estudios...", el ego no se considera como tal, sino como representante de la masa ideacional que según Lacan, puede ser comparable a:

una organización completa de certidumbres, creencias, coordenadas, referencias que constituyen, hablando estrictamente lo que Freud llamaba desde un comienzo un sistema ideacional, y que abreviando podemos llamar El Sistema. Y Lacan se pregunta: ¿Proviene la resistencia únicamente de allí? Cuando en el límite de la palabra que es justamente la masa ideacional del yo, les representaba el montaje del silencio tras el cual una palabra distinta reaparece, aquella que se trata de reconquistar en el inconsciente ya que ella es esa parte del sujeto separada de su historia: ¿acaso está allí la resistencia? ¿Es, si o no pura y simplemente organización del yo lo que constituye como tal, la resistencia? ¿Es esto lo que dificulta el acceso al contenido del inconsciente en sentido radial, para emplear el término de Freud?

En todo caso, se puede verificar que, entre la concepción del ego como masa ideacional de los Estudios sobre la histeria y el ego de la segunda tópica, se encuentra un gran recorrido por estudiar y que diferencia las dos acepciones.

Decir resistencia del discurso, coloca el acento en una pregunta: ¿Quién se resiste? Finalmente ¿Cuál es el sujeto del discurso? Esto es lo que llevará a Lacan a oponer el análisis del discurso al análisis del yo. Allí, Lacan tiene la intención de internarse en la región comprendida entre la formación del símbolo y el discurso del yo ; y al oponer los términos de análisis del discurso y análisis del yo, sustituir la oposición clásica entre el análisis del material y el análisis de las resistencias.

Afirma al respecto que : es con el yo del sujeto, con sus limitaciones, sus defensas, su carácter, con lo que tenemos que vérnosla...¿Pero cuál es la función que cumple esta operación?

En este punto, de paso define el yo como una función, y reconoce que la literatura analítica se halla en impase respecto a la definición de esta función, al considerar el yo del analizante como el gran aliado del analista ; lo que implica severas contradicciones provenientes de la lectura que han hecho los distintos analistas del pasaje de Freud, que Lacan cita unas páginas más adelante en el Seminario I. Se trata de la parte llamada La técnica psicoanalítica y comprendida en el Compendio de Psicoanálisis donde Freud dice:

El "yo" enfermo del paciente promete la más completa sinceridad, es decir, promete poner a nuestra disposición todo el material que le suministra su autopercepción. Por nuestra parte, le aseguramos la más estricta discreción y ponemos a su servicio nuestra experiencia en la interpretación del material sometido al inconsciente. Nuestro saber ha de compensar su ignorancia, y ha de permitir al yo recuperar y dominar los dominios perdidos de su psiquismo. En este pacto consiste la situación analítica.

Las contradicciones comienzan cuando se define por parte de los post-freudianos el yo: como una función autónoma, y al mismo tiempo como maestro en errores, sede de la ilusión, lugar de una pasión que es propia y que conduce esencialmente al desconocimiento...función de desconocimiento; esto es el yo en el análisis. Aquí se puede preguntar ¿cómo hacer entonces un pacto con una función de desconocimiento del sujeto?

En el capítulo aludido del Seminario I, Lacan estudia y señala las diferencias y coincidencias en relación a la función del símbolo ; esencialmente, en relación a dos textos: El yo y los mecanismos de defensa, de Anna Freud, y La importancia del símbolo en el desarrollo del yo, de Melanie Klein.

En los capítulos anteriores, Lacan se preguntaba ¿quién habla? ; y es en eco a ese interrogante que aquí, puede hacerse la pregunta : ¿quién se resiste?. Si Lacan se preguntaba quien habla, es porque dudaba que fuera el yo. En esta oposición de los textos pretende dilucidar con ejemplos clínicos -el caso Dick de m. Klein y otro caso de A. Freud- que una cosa es hacer análisis del discurso y otra hacer análisis del yo ; pero, también, con otros casos de Margaret Little, Kriss, y de otros autores. Porque en el discurso no se trata sólo del yo como instancia sino también de un yo que designa la enunciación como lugar del discurso. Aquí, un sujeto habla y puede decir yo en oposición a un del receptor que al responder dice también yo y da al emisor inicial el lugar de , lo que permite diferenciar el yo del sujeto.

La diferencia establecida es importante porque va más allá de la psicología que tiende a reducir el aparato psíquico a la consciencia, desconociendo el inconsciente. Se encuentra de nuevo esta tendencia en el análisis del yo, cuando se pretende reducir el aparato, esta vez al yo, buscando en él un aliado, un adversario, o el centro de la personalidad ; pero, esto es desconocer el trabajo de Freud, quien mostró, en la segunda tópica, que el psiquismo no se reducía al yo ; en algún momento dice que el psicoanálisis es al contrario, una psicología del ello.

 

La defensa no es la resistencia

Si en este capítulo del Seminario I, Lacan enfrenta a Melanie Klein y a Anna Freud, es porque de aquí se desprenden distintas concepciones del yo y del análisis. Ana Freud, habla del yo como : del hombrecito que está en el hombre que tendría una vida autónoma en el sujeto y que estaría allí para defenderlo - padre, cuidado a la derecha, padre cuidado a la izquierda- contra lo que puede acometerlo tanto desde fuera como desde dentro.

Ella define la función del yo a partir de que éste se manifiesta en el análisis a través de sus defensas, es decir, en cuanto se opone al trabajo analítico ; lo que hace que Lacan se pregunte si ¿esto significa que todo lo que se opone al trabajo analítico es defensa del yo? Pero, como justamente la falta de situar con rigor la función dinámica del yo en el diálogo analítico es lo que produce contradicciones que repercuten en la técnica, Anna Freud tiene que admitir luego, que existen otros elementos distintos a las defensas del yo.

Es así que la necesidad de analizar la defensa del yo tiene como correlato un error en la técnica, consistente en considerar las cosas inmediatamente desde el ángulo de la relación dual entre la enferma y ella misma. Lo que hace confundir la defensa con la transferencia ; y es en el plano de su yo, el de Anna Freud, donde percibe las manifestaciones de defensa del yo. Es decir, que el análisis del yo y sus defensas no sólo aleja del análisis del discurso del sujeto, sino que además hace resbalar el análisis a un plano imaginario, que impone la interpretación analítica según el modelo de la relación dual tal como la relación del sujeto con la madre. Lo que implica también la concepción de la transferencia como repetición, por ejemplo de la relación con las imagos fundadoras del sujeto. Es lo que hace decir a Lacan que en esta vía, Anna Freud no pudo sino encontrarse en una posición que no sólo se estancaba, sino que era perfectamente estéril.

Lacan con este ejemplo muestra la diferencia de una práctica donde hay una interpretación dual: el analista entra en una rivalidad yo a yo con el analizado y otro tipo de práctica donde la interpretación progresa en el sentido de la estructuración simbólica del sujeto, la cual ha de situarse más allá de la estructura de su yo.

Es esta segunda vía que seduce a Lacan del artículo de Melanie Klein, sobre la formación del símbolo, ya no en relación al desarrollo del yo, sino de la estructuración del sujeto. De otra parte anota que sólo en la medida en que Anna Freud se da cuenta del error al creer que la defensa del sujeto es una defensa contra ella, puede entonces analizar la resistencia de la transferencia.

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a Þ a’, designa un plano de identificación del yo, en el esquema L de Lacan ; ahora bien, el yo se estructura con base en identificaciones, luego entonces, en un momento dado, que un sujeto se identifique a una imago fundadora estructurando su yo, quiere decir que esa identificación puede ser designada como defensa.

Se trata, dice Lacan,: de la parte más superficial de la identificación, pero por este sesgo podemos alcanzar un plano más profundo, y reconocer la situación del sujeto en un plano simbólico. La prenda del análisis no es sino reconocer qué función asume el sujeto en el orden de las relaciones simbólicas que cubre todo el campo de las relaciones humanas y cuya célula inicial es el complejo de Edipo, donde se decide la asunción del sexo.

En este orden de ideas, habrá que pensar, cómo el análisis del yo no puede sino colocarse en la vía de la identificación; la cual es una vía que hace del tratamiento un análisis infinito. De otra parte, se impone la reflexión sobre el estatuto del Otro para el sujeto en un análisis, sabiendo que la célula que determina dicha relación al Otro es lo atípico de su Complejo de Edipo, aquella particular manera como el complejo de Edipo se realiza en cada sujeto.

El punto de Anna Freud es, según Lacan, intelectualista, y la lleva a formular que en el análisis todo debe ser conducido a partir de la posición mediana, moderada, que sería la del yo. Todo parte para ella de la educación o de la pedagogía del yo, a esto se limita el análisis desde esta perspectiva. Lo que conduce luego a pensar cómo se las ingeniaba para utilizar sus categorías de un yo fuerte y de un yo débil, que sirven una posición previa para la reeducación.

En los Seminarios I y II, Lacan pretende distinguir el yo del sujeto. La construcción del esquema L le permite formular que el análisis de las defensas, como análisis de la resistencia, coloca al neurótico en el impase de la relación imaginaria del yo y del otro.

Por esto se ocupa de establecer la distinción entre defensa y resistencia. La defensa es un mecanismo propio de la estructura, donde el yo se hace el enlace imaginario del sujeto ; mientras la resistencia es un fenómeno, en principio, sólo propio de la cura y ligado estrechamente a la transferencia ; pero, no solamente, porque es también inherente al discurso, la resistencia es propia al discurso en virtud de la concepción del inconsciente, que en esta época sostiene Lacan, es decir, estructurado como un lenguaje.

Es así que, en el Estadio del espejo, la defensa aparece íntimamente ligada al yo, en la misma vía que había planteado Anna Freud ; la intención agresiva aparece cuando el sujeto despliega las defensas con las que desconecta los síntomas de sus relaciones con su historia y con la vida cotidiana.

Mientras la resistencia aparece en una acepción diferente en La agresividad en psicoanálisis, donde bajo la forma de transferencia terapéutica negativa, se formula como resistencia del amor propio, en una especie de objeción al analista que Lacan formula así: Échate encima - nos dicen - este mal que pesa sobre mis hombros; pero tal como te veo, ahíto, asentado y confortable, no puedes ser digno de llevarlo.

 

El yo no es el sujeto

En la época, sin embargo, Lacan unía el yo a la resistencia al formular que el yo en nuestra experiencia, representa el centro de toda las resistencias a la cura de los síntomas.

En Función y Campo de la palabra y del lenguaje pone en cuestión la práctica del análisis de las resistencias, al encontrar que por muy bien fundadas que estén sus principios han sido en la práctica la ocasión de un desconocimiento cada vez mayor del sujeto en la medida en que dichos principios están lejos de ser comprendidos en una relación no de yo a yo, sino de la intersubjetividad de la palabra. Freud, al contrario, no desconoce ni el sujeto ni la resistencia. En cambio, hace uso de ella como si se tratara de:

una disposición propicia a la puesta en movimiento de la palabra y se conforma, en la medida en que puede, a la definición primera que ha dado de la resistencia, sirviéndose de ella para implicar al sujeto en su mensaje, y es así como desbandará bruscamente los perros que, por ser tratados con miramientos la resistencia se inclina a mantener el diálogo al nivel de una conversación en que el sujeto entonces perpetua su seducción con su escabullirse.

Luego, en Variantes de la cura tipo, continua la oposición entre el análisis del discurso y el análisis de las resistencias, al encontrar en ellos los términos precisos que resumirían la técnica de sus contemporáneos: análisis del material o del discursos y análisis de las resistencias. Lacan nombra estos términos : el principio elemental, la palabra final de la técnica, de lo que devino el psicoanálisis post-freudiano, a la luz de ese razonamiento verifica como la promoción del segundo, el análisis de las resistencias, hace que el análisis del discurso aparezca como caduco .

Plantea entonces, que según este tipo de análisis, cuando el analista pretende haber dado la clave de su síntoma y no obstante dicho síntoma persiste, esto se debe a que el sujeto se resiste a reconocer su sentido, de donde se concluye, que es a esa resistencia a la que hay que analizar antes que nada, es decir, que la resistencia va a buscarse del lado del sujeto ; pero, en la medida en que en esta orientación se piensa al sujeto como constituido en su discurso, el hecho de ir a buscar la fuente de la resistencia por fuera de tal discurso, en el sujeto, instala la desviación irremediablemente : La interpretación de la resistencia - dice Lacan - abre la misma ambigüedad que hemos analizado más arriba en la posición del oyente y que retoma aquí la pregunta: ¿Quién se resiste? -el yo respondía la primera doctrina, comprendiendo sin duda en él al sujeto personal, pero sólo desde el ángulo de manga ancha de su dinámica.

Esta orientación, señala Lacan, conduce al engaño por cuanto su respuesta descuida el cambio de estatuto del yo en la doctrina freudiana, justamente con la introducción de la segunda tópica, de donde se desprende, que la resistencia no es privilegio del yo, sino igualmente del Ello y del Superyó.

Lo que en el fondo está en juego es la elección de la concepción del sujeto que es acogido en la palabra ; si el sujeto constituyente del síntoma es tratado como constituido, y el yo como constituido en la resistencia, se convierte en el sujeto al que el analista en lo sucesivo va a apelar como instancia constituyente.

Es incluso de esta concepción que se desprende la falsa idea de tratar con la persona como una "totalidad" a la que se le enchufa los órganos del sistema de la percepción-consciencia. En este sentido dice Lacan el yo es la teología de la nueva empresa.

A partir del texto de Anna Freud : El yo y los mecanismos de defensa, dice Lacan, que se ha convertido en un lugar común que del sujeto solo se sabe lo que su yo permite conocer. Aparece el yo como la ventana del sujeto, esto va incluso a formularse en Otto Fenichel, al proferir como verdad indiscutible : es al yo a quien incumbe la tarea de comprender el sentido de las palabras. Y esto, lógicamente, conduce a la confusión de la resistencia con la defensa del yo.

El concepto de defensa aparece temprano en la teoría de Freud, desde su texto sobre Las psiconeurosis de defensa en 1894 y es retomado en el texto Inhibición, Síntoma y angustia, para indicar que el yo se forma en los mismos momentos que un síntoma, en transacciones análogas. Sin embargo, el uso que hace Anna Freud del concepto de yo, como sujeto del verbo, demuestra no solamente la transgresión, sino además, la desviación que allí se asienta, con una consecuencia suplementaria : la objetivación del sujeto bajo la forma del yo ; lo cual, está en la línea de la advertencia que hará después Lacan, al señalar que la ciencia se constituye a partir de una forclusión generalizada y creciente del sujeto, reducido al yo, y los mecanismos de defensa constituirán la resistencia.

Otra referencia de Lacan a este problema, se encuentra en la Introducción al comentario de J. Hippolite, donde examina el uso dominante de este análisis de las resistencias; en esa perspectiva, denuncia que para los detentores de esta corriente la resistencia acaba por ser para ellos mas imaginada que concebida. Y en esta dirección, se piensa finalmente que el sujeto se resiste a sus tendencias en el punto en que pone en acto una conducta opuesta a la confesión ; esta técnica supone que el sujeto pone de su parte para mantener la resistencia, lo que subrepticiamente hace resbalar a la idea de que el enfermo "se defiende" y luego, a partir de otro abuso del lenguaje, atribuye a la defensa el sentido positivo que tiene en medicina, el contrasentido se sella definitivamente:

sin que se note, dice Lacan, que no se es mejor médico por ser mal psicoanalista, que también aquí hay error en la baza en cuanto a la noción, ni es que se pretende hacer eco a su sentido correcto en fisiología y que no se fracciona menos, pues no se es más instruido en psicoanálisis por ser ignorante en medicina, la aplicación perfectamente al tanto que Freud hace de ella en sus primeros escritos sobre patogenia de las neurosis..

La concepción primera de Freud de la resistencia la liga al yo ; y es esta idea que luego puede permitir pensar que la resistencia también pueda provenir de otras instancias del sujeto ; mientras que el primer yo aparece indiferenciado de las captaciones imaginarias que lo constituyen.

Lacan comprende bien que interrogar al sujeto para que salga del silencio, momento privilegiado de la resistencia, en el fondo, implica las preguntas : ¿quien habla? y ¿a quien se dirige? Preguntas que son versiones de la pregunta por el sujeto en el análisis.

Responder que quien se resiste es el yo es errar respecto al sujeto verdadero del análisis, el sujeto del inconsciente: lo que dice el sujeto que habla, por muy vacío que pueda ser al principio su discurso, toma un efecto de la aproximación que se realiza en él de la palabra en la que se convertiría plenamente la verdad que expresan sus síntomas.

Recordemos que, en la época, Lacan concibe el análisis como un proceso dialéctico, que introduce vuelcos, producidos en la transferencia por la intervención del analista, y que provocan desarrollos de la verdad. Y bien, a esa dialéctica analítica se articula la resistencia, en la medida en que el sujeto llega al límite de lo que el momento permite a su discurso [en ] efectos de la palabra.

En las Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache se le impone a Lacan la necesidad de distinguir las relaciones del sujeto con la estructura, en la medida en que ésta es concebida como estructura significante, y esto es lo que le permite restaurar lo que llama la posibilidad misma de los efectos de la palabra. En esta vía, señala que la defensa procede modificando no la tendencia sino al sujeto. Esa así que por ejemplo la Verneinung afirma al sujeto bajo el aspecto negativo, escatimando el vacío donde se encuentra su lugar.

Encontramos después una precisión en el texto De un silabario a posteriori ; allí, Lacan recuerda que: la resistencia de que hablamos está en lo imaginario. Y fue al haberle dado, desde nuestros primeros pasos en psicoanálisis, en el Estadio del espejo, su estatuto, como pudimos después correctamente su lugar al simbolismo. Es efectivamente de lo imaginario, es cosa sabida desde siempre, de donde proceden las confusiones en lo simbólico.

Es una referencia que esclarece por qué Lacan ha insistido tanto por el lugar que se le da a la palabra en el análisis, para poder situar los fenómenos ; lo que se deduce como a priori, es concebir la resistencia como imaginaria, para entender por qué es desde allí, desde esa resistencia imaginaria, que proceden, por ejemplo, las interrupciones del discurso, es decir, la perturbación en lo simbólico que se ha leído como resistencia. De otro lado, es comprensible, también, por qué esta resistencia parece provenir del yo, ya que se ha pensado como imaginaria.

Pero, la resistencia, igualmente, ha sido entendida como la negativa del sujeto a asentir a la interpretación del analista. Es un punto polémico que exige pasar incluso por la consideración de lo que es la denegación ; es en esta vertiente que retoma Lacan en La dirección de la cura diciendo: Así es como la teoría traduce la manera en que la resistencia es engendrada en la práctica. Es también lo que queremos dar a entender cuando decimos que no hay otra resistencia al análisis que la del analista mismo.

En este mismo texto, Lacan reitera que un análisis no es una reeducación emocional del paciente, hacia allá había virado la transferencia en su contemporáneos, es decir, hacia la sugestión ; él centra de nuevo las cosas diciendo que se trata de permitir que el sujeto subjetive los datos de su historia familiar y la propia. En cuanto a la dirección de la cura, lo que esto significa no es dirigir al paciente en la vida, lo que equivaldría a la sugestión que orienta el psicoanálisis hacia el ejercicio de un poderío, sino, hacer aplicar la regla analítica de la asociación libre.

Cuando los contemporáneos de Lacan, parten de la suposición de que el yo del paciente es débil, y es a él que se dirige la cura, la consecuencia es su reforzamiento como fin terapéutico; pero, esto hace además suponer que el yo del analista es fuerte, y con este proceder, los analistas se sitúan en un lugar imaginario que desconoce el sujeto. Porque concebir el ego autónomo, es pensarlo en una esfera sin conflicto, y en ese sentido, la acción del analista se sitúa en relación a un ego sin ninguna relación con el inconsciente, es decir, sin relación al sujeto. Si se trata de reforzar el yo en sus relaciones con la realidad, ya no se trata más del psicoanálisis.

Los analistas con los que Lacan polemizaba entonces, trataban de interpretar la transferencia como una resistencia del paciente ;en esta vía, en Anna Freud, la resistencia es concebida como un mecanismo de defensa del yo, lo que abre la posibilidad a la idea de su reforzamiento, todo depende entonces de la significación del síntoma, que entonces permanece como analizado por fuera del análisis.

En Situación del psicoanálisis en 1956 , la resistencia es asimilada a la actitud de oposición que la palabra evoca en su empleo vulgar: contrastando con el hecho de que Freud coloca del lado de la resistencia, incluso los acontecimientos más accidentales de la vida del sujeto ; cuando éstos se constituyen en obstáculo al análisis, aunque sea para no asistir a las citas.

Para saber lo que sucede con la transferencia, dice Lacan, hay que saber lo que ocurre en el análisis. Para saber lo que ocurre en el análisis, hay que saber de donde viene la palabra. Para saber lo que es la resistencia, hay que saber lo que sirve de pantalla al advenimiento de la palabra: y no es tal disposición individual, sino una interpocición imaginaria que rebasa la individualización especificada en la relación dual.

En La Cosa Freudiana, Lacan retoma la distinción entre Defensa y Resistencia enunciando que la primera resistencia de la que el analista se tiene que ocupar, es la del discurso mismo. Mientras que establece la serie entre defensa, represión y repetición son mecanismos propios al discurso mismo, en tanto este es un ejercicio de la negatividad, propiedad que lo constituye y que es posible traducir como la Cosa, el real, que Freud llama núcleo patógeno.

La resistencia no es, entonces, una mala voluntad del paciente que se niega a confesar unas conductas neuróticas ; esa escansión que se presenta como límite temporal del desarrollo del discurso hacia la revelación de la verdad, es dirigida al analista, la palabra oscila hacia la presencia del auditor, y en ese punto que la resistencia se liga a la transferencia.

De acuerdo a lo que un analista conciba sobre lo que es el discurso analítico, podrá por ejemplo, encontrar los principios en la concepción lingüística:

...de la transferencia de base que entran fácilmente en aplicación de la técnica, e iluminándola, disipan muchas de las ambigüedades que, manteniéndose incluso en los conceptos principales y de la resistencia, hacen ruinoso el uso a que se destina la práctica.

De considerar únicamente la resistencia cuyo empleo se confunde cada vez más con el de la defensa, y todo lo que implica en este sentido en cuanto a maniobrar de reducción con los que no es posible cegarse más frente a la coerción y ejercer, es bueno recordar que la primera resistencia con la que tiene que habérselas el análisis es el discurso mismo en cuanto es ante todo discurso sino de la opinión.

Opinión aquí aparece opuesta a verdad. Lacan recuerda que en 1920 el análisis había llegado a un punto muerto :

pero el principio adoptado desde entonces de la primacía que debe concederse al análisis de la resistencia está lejos de haber concluido a un desarrollo favorable. Por la sencilla razón de que atribuir a un operación una urgencia suprema no basta para hacerle alcanzar un objetivo, si no se sabe en que consiste éste. Ahora bien, es precisamente hacia un refuerzo de la posición objetivamente en el sujeto hacia donde se ha orientado el análisis de la resistencia hasta el punto de que esta directriz se ostenta ahora en los principios de deber darse a la conducción de una cura - tipo.

No puede al mismo tiempo proceder usted a hacer esta objetivación del sujeto y hablarle como conviene ; es decir, tener con respecto a los mismos objetos dos conductas cuyas consecuencias se excluyen; es decir, conforme a dos acciones que se orientan en sentido contrario.

Pues la objetivación en materia psicológica está sometida en su principio a una ley de desconocimiento que rige al sujeto no solamente como observado, sino también como observador.

De aquí se desprende otra diferencia, a saber, la diferencia entre yo y sujeto, a la que se ha aludido abundantemente. Es un problema del que Lacan se ocupa en el Seminario I, particularmente al referirse a las Teorías del ego, allí opone la concepción freudiana de la experiencia analítica, con otras completamente distintas, derivadas del movimiento analítico. Es así como se refiere, sin decirlo, a la teoría kleiniana, la cual sostiene que el sujeto tiene esencialmente una aprehensión fantasmática del mundo, y en el tratamiento se trata de descargarla, para reducirla, transformarla y equilibrarla con la realidad. Es algo sobre lo que volverá Lacan para ubicarla como un tratamiento de lo real por lo imaginario.

Pero lo real en la concepción que él critica es equiparable a la realidad, así como la transferencia se convierte en una relación a dos, investida igualmente de fantasmatización.

Esta y otras concepciones de la época se desprenden de la lectura, que hicieron los post-freudianos, de la segunda tópica de Freud, y la consecuente adaptación de los fines terapéuticos a fines sociales. En esa lectura se ha hecho de la instancia del yo, el pivote del desarrollo de la técnica, y es en ese punto, donde Lacan sitúa la causa de todas las dificultades de elaboración teórica en torno al desarrollo práctico, se plantea en una posición crítica frente a la técnica analítica para seguir y adoptar las vías del pensamiento de Freud, pero pensadas y comprendidas de modo distinto a como lo habían hecho sus contemporáneos.

Freud había dado una fórmula en 1932 para el tratamiento de las neurosis, en el capítulo sobre "Las instancias de la personalidad psíquica" de las "Nuevas lecciones de introducción al psicoanálisis", dice: "Wo es war, soll ich werden".

Cuando Maurice Bouvet, uno de aquellos con los que Lacan polemiza, dice que el fin de la terapia analítica es reforzar el yo y volver consciente lo inconsciente está haciendo una traducción implícita de esa fórmula, en el mismo sentido en que fue traducida al francés por Anna Berman -asesorada por la princesa María Bonaparte- a saber, que el yo debe desalojar el ello, Le moi doit déloger le ça , estamos en pleno, en la segunda teoría tópica, lo que obliga a una pequeña disgresión.

En 1923, Freud escribe El yo y el ello, donde desarrolla una nueva concepción del aparato psíquico, compuesto por tres instancias: el yo, el ello y el superyo; con relaciones entre las tres. Si el yo debe desalojar el ello, entonces la nueva tarea del psicoanálisis -tal como la describe Freud y que incumbe a la civilización- es colocar el Yo donde se ha desalojado el Ello. En 1923, Freud expone un origen mítico del aparato psíquico: el "Ello", palabra propuesta por el filósofo Grodek, que tiene una acepción lingüística que Lacan no deja de aprovechar ; la instancia del yo no es igual al aparato psíquico, es una instancia, incluso la más servil de todas, ; pero, éste no es igual al yo enunciativo.

Freud reestructura las dos teorías tópicas: la del inconsciente, preconsciente y consciente y la del yo superyo y ello. Las primera pasa de designar lugares psíquicos a adjetivar procesos psíquicos, mientras la segunda sirve de sustantivo a lugares psíquicos.

Este ello se interpretó en un principio como el Hades, el infierno faustiano, lugar de pasiones, de principios primarios, de tendencias a la descarga inmediata, de caos. Lacan, por su parte, en el Comentario sobre el Informe de Daniel Lagache sustenta que en el ello hay una lógica. Pero Freud, luego de postular el Ello, dice que en virtud del contacto con la realidad y de una nueva acción psíquica llamada narcisismo, una parte del Ello se transforma para formar el Yo. Esta nueva acción psíquica que cambia una parte del aparato anímico, estructura el yo.

El yo también tiene ciertas funciones, como el acceso del aparato de percepción consciencia, de los sentidos y de la defensa. El superyo, resulta de una identificación primordial a la instancia paterna, emerge del hecho de que un mecanismo inconsciente, la identificación, toma un rasgo, un significante del otro, o una imago y ha transforma el sujeto con base a ese modelo, formando en sí, esa instancia del superyo. Es también el Ello el que en relación a ese modelo, transforma otra parte de sí para dar lugar al superyo, haciendo un rodeo por las instancias ideales.

De este paso de una tópica a otra Freud había dado una descripción intermedia, en 1911 con los Dos principios del suceder psíquico, donde propone un origen muy similar para el yo. Es una tentativa de Freud de responder a uno de los Ignorábimus. En un principio, el contacto con la realidad era del yo, pero bajo la forma de un yo-realidad-del- comienzo, donde se concebía como en continuación con la realidad, no había ruptura entre el yo y la realidad, la madre era una prolongación del sujeto mismo; sólo a partir de una sucesión desarreglada de presencias y ausencias de la madre, se instala en él la prueba de realidad. Poco a poco el niño aprende que no siempre obtiene la satisfacción, que hay una alteridad, otro distinto de sí mismo, en cuya presencia obtenía la satisfacción y en cuya ausencia se instalaba la frustración o insatisfacción, poco a poco instala dentro de sí el principio de realidad, se transforma el yo-realidad-del-final, pasando por una fase del yo-placer-purificado, donde el yo atribuye todo lo que es fuente de displacer al otro y todo lo que es fuente de placer a sí mismo, hoy esto se discutiría a la luz del planteamiento de nuevos paradigmas que demuestran que la realidad es más imaginaria y simbólica y en ese sentido, consensual.

Volviendo a la segunda tópica, se puede decir que el Ello hace exigencias pulsionales al Yo, para que encuentre en la realidad los objetos pulsionales que procuren la satisfacción , dichas exigencias no tienen en cuenta las leyes del funcionamiento de la realidad, piden entonces la descarga inmediata, absoluta, imperativa, desmedida. El Ello es un imperativo de placer. Mientras que el yo tiene que realizar acciones coordinadas y eficaces en la realidad para encontrar el objeto adecuado que satisfaga tal o cual pulsión.

Así, el Superyó tiene una acepción de legislador, privilegiada por algunos post-freudianos; pero tiene otra, dilucidada por Lacan como deducción de la afirmación de Freud de que en el origen era el Ello, luego entonces, una parte de éste, continuaría funcionando en el Superyó como el heredero de sus exigencias e imperativos. En principio entonces se creía que el superyo funcionaba como una instancia moral, censora, prohibitiva, como un padre -a la manera de Moisés- al interior del aparato psíquico; de hecho, en el discurso corriente el Superyó se reconoce como la consciencia moral que castiga con culpa. Otra concepción del superyo, conforme a otra identificación paterna, es la versión del padre que se desprende de Tótem y tabú. En este texto hay una versión de un padre que goza de todas las mujeres y castra, mata o destierra a sus hijos ; es un padre bestial, llamado por Freud Urvater padre primordial, el primero, esa especie de cavernícola brutal, un Saturno devorando sus hijos, tal como lo pintó Goya. Un padre incestuoso y asesino que legisla aún después de muerto, e impone aquellas leyes que en vida prohibía a la fuerza a los otros, pero que el mismo transgredía. Esa es otra versión del Superyó como ejemplo de transgresión de la ley que él mismo impone.

Esta es la manera como el Superyó en algún punto continua funcionando como el Ello, como si en este punto impusiera al Yo un goza, lo que agudiza el conflicto psíquico por el imperativo que desde el Ello o desde esta versión del Superyó empujan el Yo a gozar para luego recibir los contragolpes, los efectos en culpa o vergüenza por la satisfacción de ese goce.

En estas condiciones el Yo no sólo tiene que servir a un señor, sino a dos e incluso tres: al Superyó, al Ello y a la Realidad Exterior, donde tiene que encontrar maneras de tramitar ese conflicto psíquico, conformarse a la realidad donde manifiesta su síntoma como formación de compromiso entre tendencias reprimidas y represoras ; un síntoma representa simultáneamente, tanto la prohibición de una tendencia, y una parte de la tendencia deformada, disfrazada, desplazada, condensada. Pero, la realidad tiene además leyes que impone al yo, aplazar la satisfacción para cuando hayan condiciones adecuadas, crearlas.

Es por esto que Freud escribe en su texto El yo y el ello un capítulo llamado las servidumbres del yo, donde describe como el yo es el siervo de esas tres instancias. Es singular que los post-freudianos contemporáneos de Lacan, hayan hecho de ese esclavo del Ello y del Superyó, el punto de mira de la curación, lo refuerzan, lo consideran autónomo, un ideal social. Es como si desconocieran que las exigencias tanto del Ello, de la realidad y del superyo, acentúan cada vez el carácter servil del Yo.

Aún así, para volver a la polémica en cuestión, los post-freudianos leyeron que el Yo debe desalojar el Ello. Ganar terreno sobre el Ello en favor del Yo adaptado a la realidad, esto, reforzado por las concepción que se desprende de los textos de Anna Freud, según la cual, el Yo es una máquina de guerra, de defensas. Anna Freud construye un catálogo heterogéneo de esos mecanismos: la represión, la inversión en lo contrario, entre otros, lo cual se diluye en la concepción lacaniana del yo como mecanismo de defensa.

Según Lacan, Anna Freud y todos aquellos que escribieron sobre el análisis después de 1920 enuncian la técnica analítica como un diálogo con un único interlocutor: Sólo nos dirigimos al yo, sólo tenemos comunicación con el yo, todo debe pasar por el yo. A esto reducen la tarea analítica Wo es war soll ich Werden. Sólo buscan reforzar el yo. Así, con quien tenga un Superyó tiránico se trata de volverlo mas flexible, mas conciliador. Para aquel que tuviera un Ello exacerbado, se trataría de que reprimiera un poco, que sublimara o encontrara pareja para satisfacer las exigencias del Ello conforme a las convenciones sociales. Y de esta manera, con ideales flexibles y un Ello regulado, encontrar su lugar en la burocracia social; es realmente un final feliz, acorde con los ideales capitalistas.

La complicación sobreviene cuando Lacan en su retorno a Freud propone traducir esta sentencia freudiana como Allí donde Ello era, el Yo debe advenir, Là où c'était dois-je advenir. Esto da una dimensión completamente distinta respecto a la incidencia de la técnica analítica, ya no es posible concebir una parte sana del yo, ¿acaso lo sea la voluntad del sujeto para curarse?. Cuando bajo transferencia, el sujeto abandona esta voluntad, por la transferencia negativa, aparece la división subjetiva, el analizante se rebela y aparecen las resistencias. De otro lado, el reforzamiento sólo es posible a partir de identificaciones a ideales provenientes del analista. Por eso Lacan interroga por la garantía haría que un analista sea la medida de la realidad.

La traducción de Lacan opone advenir a desalojar, confirma el carácter débil de la primera traducción, vuelve sustantivo el Ich, y esto permite dilucidar que el yo no es todo el Ich, ya que se divide en el Yo como instancia imaginaria, le moi, y el Yo como sujeto, Je, yo enunciativo. El yo no es el sujeto, lo cual es borrado por la primera traducción en favor del yo imaginario.

Lacan traduce además la palabra war en su sentido literal: estaba, era, c'était y restablece el pasado donde Berman había colocado el presente. Esto implica que en vez de desalojar al Ello, la tarea del analista es colocar cada elemento en su lugar.

Esta lectura de Lacan reduce el yo a un síntoma privilegiado, es el síntoma humano por excelencia, es la enfermedad mental del hombre y a su luz la Ego-psychologie se reduce a la ortopedia que refuerza ese síntoma.

La discusión respecto a la traducción es retomada por Lacan en la Cosa freudiana, precisando la diferencia entre un je (yo) y un moi; esto no es una concepción gramatical de las funciones en que aparecen dichas nociones, sino que se trata de analizar si el je y el yo se distinguen y se recubren en cada sujeto particular y de qué manera.

Finalmente, en el Seminario XI, dice Lacan:

No digo que Freud haya introducido el sujeto en el mundo - el sujeto como distinto de la función psíquica, la cual es un mito, una nebulosa confusa - pues fue Descartes . Pero diré que Freud se dirige al sujeto para decirle lo siguiente: Wo es war, soll ich werden.

Lo cual no quiere decir, como no se que porquería de traducción: le moi doit déloger le ça. Dense cuenta como se traduce a Freud al francés, cuando una fórmula como ésta iguala en resonancia a las de los presocráticos. no se trata del yo (moi) en el soll ich werden, se trata de lo que es el ich bajo la pluma de Freud, desde el comienzo hasta el fin, -cuando se sabe, desde luego, reconocer su sitio- , el lugar completo, total, de la red de los significantes, es decir, el sujeto donde eso [ ello ] estaba desde siempre...el sujeto está ahí para dar consigo mismo, donde eso estaba, lo real...Allí donde eso estaba, el Ich - el sujeto, no la psicología- el sujeto debe advenir y para saber que se está allí no hay más que un método, detectar la red, [significante] y ¿Cómo se detecta la red? Pues para que uno regrese, vuelve, porque uno se cruza con su camino, que los cruces se repiten y son siempre los mismos...en el capítulo VII de la Traumdeuctung, no sino esta confirmación: ‘hablen de azar, señores, si les da la gana: yo en mi experiencia, no encuentro en eso nada arbitrario, pues los cruces se repiten de la manera que las cosas escapan al azar’.

Detectar la red sólo es posible si volvemos al principio fundamental que orienta la cura, mantener la asociación libre y detectar la materialidad del discurso en los puntos de cruce, en los focos, de los que hablaba Freud en los Estudios sobre la histeria, los puntos donde los significantes unarios insisten y poco a poco conducen a lo real.

 

LA TRANSFERENCIA NO ES LA SUGESTION:

SOBRE LA CLINICA DEL IMAGINARIO

La primera concepción de Freud a propósito de la transferencia la designa como un desplazamiento por falsa conexión sobre la persona del analista, de elementos contenidos en el núcleo patógeno. Sabemos que dicho núcleo es real y es alrededor de ese real que se construye el discurso del paciente, es decir, lo simbólico.

Desde esta perspectiva esa transferencia sobre la persona del analista de un elemento de lo real, explica por qué la transferencia aparece en un primer momento como resistencia, ya que se trata de una resistencia real a la asociación, es decir una resistencia inherente al discurso y proveniente de lo real del núcleo.

Ahora bien, el tratamiento que Freud le da a la transferencia como resistencia, es un tratamiento que podríamos designar, de manera propia, diciendo que es imaginario. Es así que aconseja aclarar las ignorancias del paciente respecto al análisis, y hacerlo renunciar a las falsas ideas que puede hacerse del tratamiento, o a las cosas contrarias que ha oído de la persona del analista, o de las ideas que puede hacerse de los gestos del analista interpretados como negligentes, descuidados o insultantes; la manera en que aconseja proceder para disuadir esta resistencia es ejerciendo la influencia que todo hombre puede tener sobre otro, es decir: la sugestión.

Mientras para Freud la transferencia surge como resistencia, como un obstáculo a la continuación del tratamiento, nombra como sugestión el marco de la relación médico-paciente, necesaria para reducir los fenómenos imaginarios inherentes a todas las relaciones humanas. Es decir a toda relación dual.

Pero se sabe, que si Freud reconoció el principio del poder de la transferencia en la sugestión, también reconoció que la única manera de salir de ese impase, era justamente no usar ese poder, lo cual de entrada permitía el desarrollo de la transferencia y la entronización, cada vez mas decidida de la asociación libre como la regla por excelencia del análisis, y su correlato para el analista, una dirección de la cura, que no podía consistir sino en permitir dicha asociación libre.

Se verifica allí, la introducción de un tercero en la relación analítica, en principio pretendida dual: El Otro. Es en esta perspectiva que Lacan se pregunta por el lugar que los analistas concedemos en el tratamiento al lenguaje y a la palabra. Esto es, a lo simbólico, como única salida posible de lo imaginario de la transferencia como resistencia.

El mantenimiento de la asociación libre es entonces el pacto que vincula los dos sujetos que intervienen en el análisis. Esto quiere decir, que hay que desatar las amarras de la palabra para poder que el sujeto se acerque a su verdad, esto es, al núcleo patógeno que sirve de eje real a su discurso. Pero ¿qué quiere decir desatar la amarras de la palabra? ¿Se trata de desatarlas de qué? Justamente, de los formalismos que implica la relación imaginaria : desde la cortesía cristalizada en toda la semiología del reconocimiento del poder del semejante elevado a la altura de autoridad - precisa a la sugestión -, hasta la presencia misma del analista.

El sujeto establece una relación en espejo, con su semejante, pero lo esencial en esa relación es que esa relación imaginaria introduce oscilaciones de la libido, lo que introduce una desagregación que hace, al decir de Lacan, espejear, oscilar, completar y descompletar la imagen de su yo El sujeto construye su yo con base a las identificaciones sucesivas y a las reposiciones que vienen a constituir su historia.

Lo que en psicoanálisis se llama transferencia, en tanto fenómeno imaginario es el punto donde se focaliza la identificación del sujeto a nivel de la imagen narcisista. Y dice Lacan que es a partir del punto agudo que alcanza el manejo de la transferencia imaginaria que puede marcarse la división de aguas entre la transferencia y la sugestión.

La palabra en el análisis cumple una función esencial: la función de reconocimiento del deseo, es por esto que la invitación a desatar las amarras de la palabra, tiende a desvanecer la confusión imaginaria que se establece, de manera necesaria al comienzo de un análisis, ya que desatar las amarras de la palabra significa hacer reconocer al sujeto su deseo a partir del reconocimiento de la dinámica de sus relaciones deseantes, por cuanto su deseo se reconoce a partir de la palabra del otro, es lo que quiere decir la fórmula de que el deseo del hombre es el deseo del otro; en un mensaje, más allá del contenido lo que el sujeto quiere descifrar es ¿qué quiso decirle el otro? Y en rigor, ¿qué quiso de él ese otro? ¿Cuál es su lugar en el deseo del otro?

Es por esto que cuando un analista habla a su analizante de los otros que éste nombra, en rigor le habla del nivel donde el sujeto debe reconocer sus deseos. Es decir, del punto de oscilación de la libido, cuando recae sobre el otro que nombra. Pero este es el punto agudo de la transferencia porque cuando un analista habla al sujeto de un otro sobre el que ha recaído el deseo del sujeto, puede hacer solo dos cosas : o interpretar o sugestionar.

Cuando se trata de un análisis de la resistencia, es decir de la transferencia, se procede por un reconocimiento de las defensas del yo, para desmontarlas y modificar el ego. Pero hay que decir, que este es un ejercicio que introduce en el ego una motivación suplementaria, una identificación al analista ; y bien, estrictamente hablando esta clínica de lo imaginario es una clínica de la sugestión, ya que consiste en introducir por parte del analista, en el ego de un sujeto, una motivación suplementaria. Es así que Lacan puede decir, que si esta hubiera sido la técnica de Freud en el caso Dora, si hubiera insistido suficientemente en el punto en que su objeto de amor era el Sr. K., en un momento donde el deseo de Dora hubiera en su discurso oscilado hacia allí, Freud hubiera logrado sugestionar a Dora, provocando una modificación de su yo, de modo tal que contrajera matrimonio con el Sr. K. - un matrimonio tan desgraciado como cualquiera otro dice Lacan. Tanto más si se tiene en cuenta que Dora, identificada con el Sr. K, se colocaba en una transferencia imaginaria con Freud, quien compartía con su padre y el Sr. K, al menos un significante, un significante cualquiera, así fuera tan ínfimo como el humo que salía de la boca de los tres al fumar.

Hasta allí las cosas parecen bastante claras, la transferencia no es la sugestión, por cuanto aquella no se reduce a la dimensión imaginaria. Lo que de paso explica por qué mientras Freud utilizaba la sugestión y el hipnotismo los ejes de la transferencia le eran esquivos. La complicación sobreviene cuando, en alguna parte, Freud hace la afirmación, de que la transferencia introduce una motivación suplementaria, luego entonces, en cierto modo, la transferencia es una sugestión.

Es un problema que vuelve a la pluma de Lacan en su Seminario V, donde diferencia la transferencia y la sugestión, a partir de dos horizontes de la demanda. Antes de que un objeto sea amado - y se sabe que el amor se pasa esencialmente en un plano de semejantes, es decir imaginario - antes de que un objeto devenga objeto erótico, puede ser percibido como necesidad. La relación de la madre y el hijo lo muestra bien.

En ese sentido, la posición de la demanda de satisfacción de la necesidad crea el horizonte de la demanda de amor por el apoyo de las pulsiones sexuales sobre las de auto-conservación, diría Freud. Pero cuando la necesidad se simboliza en la demanda en el horizonte de la aspiración a la satisfacción, lo hace dirigida a un Otro (A), y es allí que va a colocar su objeto erótico, en una especie de regresión tópica en el eje i(a) Þ m, de modo que en el fondo su demanda se vuelve demanda incondicional del amor. El trasfondo de toda demanda de la satisfacción de la necesidad es la aspiración a la satisfacción de la demanda de amor.

Esto hace que la primera estrategia del sujeto sea la de la identificación al objeto amado, es decir una estrategia imaginaria.

Es en realidad una separación explicativa, pues, en realidad se trata de una misma línea. El orden de la necesidad (D ), se articula como significante, pero es por esta simultaneidad, por esta superposición de las líneas que forman la cadena significante, que permanece la ambigüedad entre la noción de transferencia y la noción de sugestión.

Desde esta perspectiva todo se juega en la respuesta o no, a esa demanda. La línea de horizonte sobre la que se basa la sugestión es la que emerge de la demanda que hace el sujeto al analista, colocado en el lugar del Otro, por el simple hecho de que éste se encuentra allí. Cuando esa demanda se dirige al analista, lo sabemos por Lacan, es porque se le ha supuesto un saber, saber del goce, es también porque se le confiere el lugar del ideal del yo, donde la transferencia le da el estatuto de otro del amor.

Pero, ¿de que demanda se trata? hay múltiples demandas: para algunos la demanda de curación permanece todo el tiempo, otros más advertidos, dice Lacan, desechan rápidamente esta demanda, otros demandan devenir analistas, pero en tanto hace parte de la naturaleza misma de la palabra son también demandas de amor. Del mismo modo se presentan: la demanda de reconocimiento del ser, o la demanda de saber. Si se pensara que hay una parte sana del yo con la que pudiera hacerse un pacto, eso sería responder a la demanda dirigiéndose a él, reforzándolo ; a las demandas de saber o de devenir analista, habría la tentación de responder, sin embargo, responder a cualquiera de ellas es colocarse en la línea de horizonte de todos los efectos constitutivos de la sugestión, y esa respuesta no puede sino darse en términos imaginarios, es decir en el circuito A Þ m Þ i(a). es sobre esta línea de la sugestión que se hace la identificación primaria a las insignias del Otro, el analista incluido, cuando se ofrece como modelo. Se trata de una identificación que da consistencia imaginaria al objeto del amor.

La perspectiva del análisis bajo sugestión es introducir una motivación suplementaria que modifique el ego, talvés señalándole el objeto donde debería recaer la libido, el analista por ejemplo, y esto aprovechando el poder del analista sobre el analizante basado sobre el hecho de la transferencia, es decir, una toma afectiva del analista por parte del sujeto.

Pero la transferencia es otra cosa que el uso de un poder, es un campo abierto, es la posibilidad de otra articulación significante distinta de aquella que encierra el sujeto en la demanda. es debido a esto, que es legítimo colocar la línea de la transferencia en el horizonte, sea cual sea el contenido de la interpretación, pero siempre y cuando sea interpretación del discurso y no de la transferencia.

La ambigüedad entre estas dos líneas es lo que explica porque Freud puede decir que la transferencia es una sugestión , pero, también puede decir que en el análisis hacemos otra cosa, ya que interpretamos esa sugestión.

Esto quiere decir que la transferencia en potencia se ofrece como trasfondo a la sugestión. Pero siendo dicha transferencia en potencia la posibilidad de un análisis de la sugestión. Es la articulación segunda de lo que se impone al sujeto de manera pura y simple en la sugestión, es la intervención del segundo piso del grafo.

No es suficiente entonces, decir que la sugestión opera gracias a la transferencia; Freud escribe que es preciso dejar establecer la transferencia y que es legítimo usar su poder, ¿poder de qué? el poder de la sugestión que da la transferencia para posibilitar que una interpretación pase y tenga efectos. Es una afirmación que merece ser vista en detalle, pues hace recaer todo el acento, todo el peso, en lo que es la interpretación ; aunque, en rigor, esto quiere decir que es porque un analizante ha llegado a amarnos, dice Lacan, que puede engullir nuestras interpretaciones. Es aquí que opera la vuelta de tuerca de la transferencia, que la diferencia de la sugestión, porque en efecto el analista como supuesto sujeto saber, sabe ; pero es de la nada del amor que sostiene el sujeto del SSS ; por cuanto la demanda del paciente, en el fondo, es intransitiva ; es demanda de nada, hay un vacío de la demanda de amor.

El ejercicio del poder, que da el lazo afectivo al analista, se establece para permitir el terreno donde la interpretación tenga efecto de transformación del sujeto, lo cual, no es la introducción de una motivación suplementaria en el ego del sujeto, sino la rectificación subjetiva inicial del sujeto en sus relaciones con la realidad, en el sentido de la responsabilidad, por ejemplo, en el caos del que se queja ; y a partir de allí, posibilitar un desarrollo de la transferencia propiamente dicha, que permita que la interpretación tenga efectos. Interpretación que parte de los dichos del sujeto y que le es devuelta por el analista entre citación de sus significantes y equívoco, de un modo que el analizante pueda conducirse hacia la verdad de su núcleo patógeno, eje real de su discurso.

Cuando, por el contrario, no se trata de un análisis del discurso sino de la transferencia, se establece una bifurcación que hace desvanecer el fondo de transferencia, para privilegiar la línea de la sugestión; pero, es en ese punto mismo donde puede distinguirse de la transferencia, pues en efecto, es diferente tomar el apoyo en ese lazo afectivo para proponer una interpretación que devuelve los significantes del sujeto con alusión a un sentido nuevo que le es inconsciente, y otra cosa es la utilización del poder de la identificación para aceptar las interpretaciones que el analista se le ocurran.

Esta nueva articulación, la de la transferencia , se basa en un solo principio: la abstinencia del analista. Abstención en el sentido de no satisfacer la demanda del analizante, abstenerse de responder en términos de satisfacción de la demanda de curación, demanda de saber, demanda de reconocimiento del ser, demanda de amor, e incluso la demanda de devenir analista. En fin, abstenerse de sugestionar.

Esta posición dirige el análisis al plano contrario de la identificación, a saber al plano de la regresión significante. Esto aleja el psicoanálisis de las clínicas que se limitan a lo imaginario. Se trata de que por la regresión significante el sujeto construya la historia de las oscilaciones de su deseo. Y esta regresión significante es absolutamente lo contrario de la identificación. La regresión significante es incluso el punto de parada a la identificación. Mantener el sujeto en la asociación libre es ponerlo en la vía de la regresión significante y en la transferencia, y alejarlo de la identificación y la sugestión, y esto solo es posible si se mantiene la disyunción entre esas dos líneas ; se trata de mantenerlas como diferentes mediante la operación analítica que consiste en no gratificar la demanda del sujeto, no responder a ninguna satisfacción de la demanda, sino posibilitar la articulación significante. Basta el carácter permisivo del análisis, incluso en el plano verbal, dice Lacan, para que el sujeto esté satisfecho sobre el plano de la demanda y que la confusión entre las dos líneas se establezca sin remedio.

Es decir, que es en la medida en que algo se sitúa en el orden de la transferencia, que la acción o la no acción del analista juega, en su abstención o no abstención, y esto sucede a nivel de esa zona intermedia entre las dos líneas, la de la sugestión y la de la transferencia, que proviene de la doble articulación de la demanda.

En esta línea de pensamiento, es posible formular una pregunta: ¿qué lugar ocupa en esta perspectiva la resistencia?

Para el sujeto, estas líneas son diferentes porque entre las dos, tal como se reconoce en el grafo, se despliega el campo del deseo. Campo jamás abolido y que impone la distinción entre las dos líneas. ¿Qué quiere decir que allí se encuentre el deseo? precisamente la razón por la cual todos los que se han interesado en la hipnosis y en la sugestión testimonian de que ninguna sugestión por perfecta que sea, se apodera completamente del sujeto.

Desde este punto de vista, hay un atributo positivo de la resistencia ; pues, quien se resiste a la sugestión es el deseo. Pero no tal o cual deseo, sino el deseo de tener su deseo.

La dirección de la cura consiste, en la situación analítica, en respetar la lógica que funda el deseo, y hay que decir que la resistencia aparece cuando el sujeto se opone a la sugestión, esto es, a la forma acertiva que oculta la dimensión interrogante de la demanda dice Lacan.

Pero, esto quiere decir además, que la sugestión es una tentativa de abolir el deseo. Recuérdese la interpelación de Berheim contra la que Freud se rebela: "Qu’est que vouz faits ? vous vous contrasugestionez". La sugestión es la tentativa de obturar la falta del Otro con el empleo crudo del significante amo, es la manera de no tener deseo. Y de modo correlativo aparece que la resistencia, esa resistencia del sujeto, puede colocarse del lado de la transferencia positiva por cuanto permite, ante su aparición, interrogar al analista por su acción, ¿está sugestionando?, en todo caso la resistencia del sujeto aparece como un modo de mantener lo que Lacan llama la dirección de la cura por fuera de los efectos de la demanda, por fuera de los efectos de la ocultación del Otro, por fuera de los efectos de la sugestión.

No obstante, si la resistencia puede concebirse como una de las formas de mantener el deseo hay que considerar que una neurosis es constituida también para mantener el deseo articulado. En ese sentido, la resistencia del sujeto es estructural ; tanto más, cuanto que es gracias a las formas del mantenimiento del deseo que el sujeto puede constituirse como dividido.

La resistencia expresa entonces el mantenimiento necesario del punto donde se trata de articular el deseo de modo diferente a la sugestión. De este modo, si el sujeto no acepta la interpretación tal como se presenta sobre el plano de la regresión significante, si dicha interpretación no lo concierne, es preciso interrogarse más que insistir, ya que el analista puede hacer ceder al analizante, pues siempre está dispuesto, y podemos decir incluso predispuesto a jugar la carta de la sugestión, esa actitud controlada es lo que quiere decir el análisis de la sugestión.

¿Qué valor tiene entonces la resistencia? en esta perspectiva, tiene el valor que Freud le concedía en muchos textos, el valor de transferencia, y si se trata para el analista de mantener la resistencia en la línea de horizonte de la transferencia, esto quiere decir, mantenerse en una línea donde se exige una articulación distinta a la demanda por la identificación, esto es, una manera diferente a la clínica de lo imaginario de las psicoterapias, aún de las mal llamadas de orientación psicoanalítica.


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